14.5.18

Los “Entretantos” del Viaje a Marruecos (y IV)



Callejuela en El Barrio Judío

Hasta ahora en mi viaje marroquí he tratado de seguir una línea más o menos cronológica de los principales hitos. Pero entre ellos también han sucedido cosas, mayormente en Fez. Y a esto lo voy a tratar de forma temática, que no cronológica.

Medina: Cuando elegí un alojamiento en la medina lo hice, entre otras razones, porque pensaba que era un ventaja para visitar la parte más importante de la ciudad. Y esto resultó un gran error, porque si bien tenía la ventaja de la cercanía, resultó que estaba aislado, en el sentido de que era difícil trasladarse a otros lugares de la ciudad, porque la extensa medina de Fez no admite tráfico rodado con lo que coger un taxi para ir a otros lugares era complicado. Error de primerizo, porque hubiera resultado más fácil y cómodo alojarse en la parte moderna (Nouvelle Cité) y desde allí trasladarme a la medina.

Nouvelle cité: extensísima, con establecimientos a lo occidental. Como bares donde poder tomarte una cerveza, aunque tenían un licencia especial para suministrar alcohol. Solo al tercer de día de mi estancia lo conseguí, pidiendo un “petit taxi” que me llevó hasta las cercanías de un establecimiento donde pude quitarme el “mono” tras 3 días de monacal abstinencia. Allí me desquité a modo. Primero me senté en la terraza cubierta por la cuestión del tabaco, pero luego me di cuenta de que en su interior estaba permitido fumar. De modo que cuando arreció el temporal de lluvia y frío, me refugié en su barra. En el interior había muchos nativos, pero también algunos europeos. La chica que me atendió iba ataviada como una “rockera”. Algo que no había visto hasta ese momento en la medina. Y cuando mi incontinencia urinaria, debida a la ingesta de birra, se hizo urgente, resultó que el retrete estaba ocupado, pero enseguida llegó el amable camarero que me había atendido en la terraza y me llevó a un WC alternativo ante mi urgencia. Y esto sin que yo le manifestara mi inmediata necesidad, que podría haber arruinado toda mi incursión hasta allí.

Centro Comercial: Se llamaba Borj Fez o algo así. Está compuesto de tiendas y restaurantes de distinto tipo, incluido un Carrefour. Lo descubrí en uno de los viajes en taxi y se convirtió durante varios días en mi refugio en los momentos que me sentía más desolado. Se haya entre la medina y la ciudad nueva. Allí podía moverme a la occidental: comida para llevar, cajeros, etc. Si bien me costó encontrar donde adquirir cerveza, porque dentro del Carrefour no había, y un letrero, que me costó descifrar, indicaba que el alcohol solo se podía adquirir en “La Cave”, cercana al aparcamiento subterráneo del centro comercial. Esta ocultación me fue explicada por el gerente del hotel (Abdul). En esta “cave” las cervezas las expedían en bolsas no transparentes. Me sentí como un delincuente que está comprando algo ilegal que hay que ocultar. Y es que Fez es la capital religiosa del país. Y sin embargo el hachís te lo ofrecían a la luz del día sin ningún pudor. Nunca he apreciado tanto el pertenecer a la U.E. que allí.


                                                                           Terraza del hotel

Terraza hotel:  Fue mi refugio y solaz en las mañanas y las tardes soleadas (que también llovió…) Tenía unas vistas maravillosas sobre la medina y un mobiliario colorido. Y siempre atendido por Muhammad. Allí leí, escribí, reflexioné y charlé con otros huéspedes.


Jardín


Jardines y barrio judío (Jdid): El penúltimo día de mi estancia en Fez lo dediqué a visitar un jardín que me habían recomendado y el barrio judío. El jardín, pequeño y versallesco, estaba cerrado los lunes y era lunes, con lo que me hube de conformar con hacerle unas fotos  través de la verja de entrada. Luego me dirijí al Barrio Judío, cuyas casas fueron abandonadas para trasladarse a la “ciudad nueva” dado su mejor poder adquisitivo y ahora están ocupadas por musulmanes; destacan sus ventanas y balcones labrados bellamente en madera oscura. Dado mi despiste mirando el plano, se me acercó el vendedor de una tienda que se ofreció primero a indicarme y luego a acompañarme (dejando su tienda en manos de quién sabe Dios). Ya en el barrio me indicó que las antiguas casas judías tenían la fachada encalada de azul claro, mientras que las musulmanas lo estaban de un verde también claro. Y me hizo penetrar (nuevamente) en una casa con un patio con escasos frutales de los cuales sus habitantes estaban muy orgullosos a pesar de su dejadez, y para ello hubimos de atravesar la amplia cocina, rompiendo con la intimidad que yo pensaba era característica de las casas islámicas. Me regalaron una flor de azahar y me ofrecieron té que deseché. Mientras recorríamos las bellas callejuelas con flores, mi espontáneo guía me ofreció hachís, cosa que también deseché, pero él se fumó un buen canuto y me enseñó la casa donde dijo había vivido Gilles Deleuze, cosa que no he podido contrastar. Al final se despidió de mí en una de las callejuelas donde abundaban los pequeños puestos de verduras: menta, cebollas y enormes alcachofas como nunca había visto. Y luego vino la “factura” por su “ayuda” que hube de regatear no sin esfuerzo. No vi el Palacio Real y salí de allí a todo trapo.

                            Balconada casa judía                         Casa de G. Deleuze (supuesta)

Burros: como las calles de la medina son tan estrechas, el transporte en su interior se realizaba a través de burros o mulas. Cargaban desde bombonas de butano hasta garrafas de agua mineral y tenían prioridad en el tránsito, el cual me pareció que era por la izquierda, a diferencia de España o Europa. Luego, y gracias a mi amigo Alejandro Pérez, me enteré de que existía allí un hospital de burros, cosa que me imagino que conocerán las asociaciones en defensa del burro español como ADEBO. En cualquier caso aquello es el paraíso de los burros.




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