15.12.22

AUTOBIOGRAFÍA 7 (y del trabajo al Instituto)



Mural del Banco Coca. Fotografía tomada del blog Córdoba por siempre  procedente del IAPH


En el verano de 1971 fui también a hacer prácticas mecanográficas en la gestoría de Salvador Morales Moret, sita por entonces en el nº 25 (hoy 27) de entonces, llamada avenida del Generalísimo (ahora felizmente Ronda de los Tejares). Era el edificio construido por Rafael de La-Hoz donde estaba el Banco Coca (ya desaparecido, como su decoración metálica obra de Tomás Egea) y está Cortefiel. Fue por intermediación de mi primo hermano Rafa Arias, que trabajaba allí. Yo escribía a máquina documentos de la gestoría, perfeccionando mi mecanografía aunque sin cobrar nada. Eso sí -al igual que en la platería- el jefe nos invitaba a una cerveza y un bocadillo de calamares cada sábado al terminar la jornada. 


Un día, estando en la gestoría, llegó por allí el que sería mi nuevo jefe: el graduado social Andrés López, amigo de la casa, quien buscaba un botones mecanógrafo para su bufete; me recomendaron. Al instante Andrés López me puso a prueba con la escritura a máquina; le gustó el resultado y me contrató ipso facto. De modo que empecé a trabajar ya con sueldo; concretamente 1.572 pesetas al mes. Yo tenía 14 años, o sea, estaba en edad laboral en aquella época. Una tarde el nuevo jefe cito a mi padre para cerciorarse de mi buena condición. Al año siguiente me dio de alta en la Seguridad Social. Dadas las circunstancias debí continuar mis estudios de bachillerato en el nocturno en el Instituto Séneca; allí asistí a las clases que se impartían de 20 a 23 horas sábados incluidos.


Mi jornada laboral comenzaba rellenando el botijo para los empleados y continuaba recorriendo las calles de Córdoba, para cobrar los recibos mensuales a las empresas clientes del despacho; siempre a pie, cosa que me permitió conocer a fondo el callejero de Córdoba, desde El Brillante a Levante -cuando no existían la avenida Carlos III ni Fátima y, por supuesto, me pateaba el centro de la ciudad. En las primeras semanas me acompañaba Manolo, que tenía dos años más que yo y era sobrino de dos de los socios de la asesoría. A Manolo mi llegada le supuso el ascenso de botones a auxiliar administrativo. Siempre mantuve una relación cordial con él; incluso muchos años después lo encontré de celador en el Hospital Reina Sofía y me facilitó la entrada a deshoras para visitar a un familiar allí ingresado.


10.12.22

VERSOS MUTANTES




Un soneto me manda hacer…


En fin, el amigo Carlos Domingo me pide que le dé mi opinión sobre su último poemario Versos mutantes, a cuya reciente presentación musicada no pude acudir. 


No; no quiere que le diga que “está bien”, “es bonito”, etc. Quiere que me defina, que califique más precisamente esta su obra. O que la desmenuce, tal vez…


Y me encuentro con el problema de que no soy gran lector de poesía moderna, actual. Me quedé en Quevedo o Bécquer y -como mucho- en Machado o Lorca. Y en la paradoja de tener que replicarle a través de las NN.TT., la cuales no me parecen muy de su agrado a tenor de lo que deja entrever en sus versos y que yo intuía. Tal vez este escrito le llegue a través de su amor sin rostro al que con frecuencia se refiere: “Saberme tú, sentirme tú…


“Versos mutantes”, como mutante es la vida, hoy acelerada por los inventos recientes, aunque siempre vida cambiante: como las nubes, el fuego o sus pavesas; como la vegetación o el paisaje; siempre el cambio al que nos tenemos que someter y resignar aun en la vejez. Cambios, instantes, fotos congeladas que nos hacen rememorar tiempos pasados, quizás más felices pero sin retorno posible, como la corriente de un río, “el río que nos lleva”.


Alegato a favor  de la intromisión de bosque (fragmento de uno de los poemas)


Pero el autor no se muestra demasiado nostálgico. Apunta a lo que vive, a lo que estamos viviendo, certeramente, con bellas imágenes y metáforas; con un lenguaje actual pero muy poético, cálido, amigable y objetivo a pesar de la introspección y el intimismo continuos en sus poemas que, sin embargo, aluden a vivencias universales de la criatura humana. 


Lo he leído despacio, como creo se debe leer la poesía e incluso con la suerte de que muchas evocaciones del libro se han reproducido estos días mientras lo leía: la lluvia, las mandarinas, los narcisos de enero -promesa de una próxima primavera, al igual que los árboles que estos días se desnudan pero que pronto sus ramas albergarán decenas de brotes en su espera invernal. Esperanza, al fin. Cambio. Mutación.


Y el amor a la Naturaleza: los bosques, flores, piedras, el paisaje agreste… Gusto y celebración de ella que desde hace años compartimos y que -en gran medida- reforzó nuestra amistad que no ha mutado.


La edición muy cuidada y el autor saber medir magníficamente los tempos de su escritura.


 Borrador del manuscrito de mi reseña


N. B.: los nombres en negrita aluden a títulos o contenido de poemas en este libro.