31.5.23

¡ A Constantina! Autobiografía 17



Constantina desde su castillo


Visité el Centro para registrarme y buscar vivienda, porque aunque la localidad dista solo 105 km. de Córdoba, los últimos 30 (desde Lora del Río) eran una carretera de sierra: estrecha y sinuosa, con muchas curvas y poca visibilidad, especialmente en días de lluvia o frecuente niebla.  Una hora y treinta minutos de ida y otros tantos de vuelta, y no estaba dispuesto a dedicar 3 horas diarias de mi vida al transporte, caro y peligroso. Y es que, salvo mis años de juventud, el coche me gustaba poco. Y menos después de los dos únicos accidentes de tráfico que he tenido y que ambos fueron, precisamente, en rectas entre Palma del Río y Lora. En el primero atropellando a un galgo que surgió de la nada cruzando a toda velocidad la carretera… Lamentablemente en ese momento me estaba adelantando un coche por la izquierda; así que al animal le dio tiempo a cruzar delante de mi coche pero, al encontrarse al otro, dio la vuelta y me lo llevé por delante inevitablemente, pues un volantazo podría haber sido mortal para mí y tal vez para el otro coche. El animal quedó tumbado en la calzada -lo vi por el retrovisor- y mi pena fue enorme. Al llegar al instituto comprobé los daños: toda la delantera de mi coche (capó, faros e intermitentes) había quedado destrozada; era lo de menos pues se podía reparar… no así la vida del pobre perro.


El otro accidente tuvo lugar cuando intenté adelantar a un tractor que viró hacia la izquierda para entrar en un carril de tierra de una casa de campo. Las consecuencias fueron pocas, excepto el susto y poco más, pues frené a tiempo. El conductor del tractor juró que había encendido el intermitente -cosa que dudo- pero es que, además, sus intermitentes iban llenos de barro, como corroboró mi acompañante, una maestra cordobesa de Villaviciosa de Córdoba a la que traía de vuelta a Córdoba los fines de semana.


Por suerte en Constantina encontré alojamiento pronto; se trataba de una casa con jardín, casi a las afueras del pueblo y a cinco minutos del instituto. En ese trayecto me encontraba con alumnos que me saludaban cortésmente. 


18.5.23

LA CARLOTA II (Autobiografía 16)


Fuente del Membrillar



Para el curso 1989-90 pedí continuar el centro de La Carlota dado su buen ambiente, aunque con la condición de no tener que lidiar con la FP. Podría haber pedido un instituto de Córdoba capital y haberme ahorrado el transporte, pero como el clima de trabajo era bueno decidí quedarme allí. Y es que había hecho amistades entre el profesorado, como Ángel (CC. NN.) y con Gloria García (Lengua y Literatura) quien a la sazón era Jefa de Estudios y siempre apoyó mis propuestas de actividades. Con ellos sigo manteniendo el contacto y la amistad. Y con Gloria volví a coincidir en el IES Medina Azahara en nuestros últimos años de docencia.


Por otra parte se había formado un pequeño grupo de alumnos muy majos en interesados en la Historia y la Arqueología, entre los que destacaban Antonio Martínez y Javier Tristell a cuyas bodas -muchos años más tarde- acudí y con los que sigo manteniendo amistad y contacto. También estaba Silverio, de un curso por encima, que tuvo un trágico final en plena juventud, cosa que lamenté mucho. 


Cuando estaban en 2º de BUP me habían otorgado el impartir un Módulo optativo que denominé “Taller de Historia” y al que, gratamente, se apuntaron todos ellos y algunos más. Buena idea aquella de los módulos. 


Tanto fue el entusiasmo de Javier y Antonio que en un verano me llevaron a una casa carloteña inhabitada, en la que habían reunido abundantes fragmentos arqueológicos encontrados en su término municipal y los tenían expuestos organizados sobre mesas de madera. A esto yo le llamé “Protomuseo”de La Carlota ¡Qué sorpresa y que alegría la mía!


Protomuseo


Los llevé a los todos sitios de interés a mi alcance, tanto en actividades del Centro como por mi cuenta. De modo que en verano los conduje a Almedinilla para visitar las ruinas del poblado ibérico del Cerro de la Cruz. Y digo “ruinas” porque entonces aquello era un erial en el que sobresalían restos de muros y no como ahora que está afortunadamente reconstruido, puesto en valor in situ, y bien documentados en el Ecomuseo del Río Caicena. Por su parte me invitaron a hacer un recorrido por yacimientos arqueológicos de La Carlota, como la Fuente del Membrillar, el arroyo Lentiscoso o el cortijo de La Orden.


F. Serrano, A. Martínez, Silverio y Javier (de izquierda a derecha) en el Cerro de la Cruz


Eran adolescentes de quince años admirables en su empeño, hasta el punto de que -años más tarde- lograron crear el Museo Arqueológico de La Carlota, actualmente Museo de las Nuevas Poblaciones.


Luego Antonio y Javier -que acabaron cursando la carrera de Historia en la UCO- siguieron caminos distintos; el primero la investigación, la arqueología y la docencia. Javier la historia de las colonizaciones carolinas, ocupándose de eventos y creando redes entre localidades europeas de las que procedían aquellos colonos traídos a España para poblar tierras deshabitadas e inhóspitas. Y es que allí me encontré con que abundaba la gente rubia, de ojos claros y apellidos como Wals, Ots, Rot, Alors, Tristell, Galiot, Naise, Herzog, Wic, Hermán, Bernier…


En el verano de 1990 me dieron mi primer destino definitivo: el IES San Fernando en Constantina (Sevilla). Traté de permanecer en La Carlota solicitando una comisión de servicio que basé aduciendo razones pedagógicas y amparándome en la recién aprobada LOGSE, que se empezó a implantar progresivamente a solicitud de los centros educativos, a los que se les dotaría de mayor flexibilidad didáctica y más medios técnicos. Me fue denegada…


14.5.23

NOVATO EN LA ENSEÑANZA (Autobiografía 15)

 

Monumento a Carlos III


Comencé mi carrera docente en el otoño de 1988. El primer destino fue La Carlota. Era el año de las “prácticas” que necesitaba aprobar para convertirme en funcionario de pleno derecho. Pero el centro de La Carlota, en aquellos momentos, era una Extensión del Instituto de Bachillerato  Francisco de los Ríos de Fernán Núñez y aún no contaba con edificio propio, así que compartíamos las instalaciones del Instituto de Formación Profesional, complementadas por algunas aulas del cercano Colegio Carlos III y tres “caracolas” o aulas prefabricadas en el patio de recreo, construidas específicamente para albergar a los nuevos estudiantes de Bachillerato. No había sala de profesores y el espacio de servicios se limitaba a una amplia habitación donde residían, amalgamados y agolpados, la dirección, la jefatura de estudios, la secretaría, la conserjería y una pequeña habitación para la radio escolar. Un lugar inhóspito e inhabitable. 


Fuimos muchos los profesores jóvenes que nos incorporamos al recién creado “Centro”: Juani (Inglés), Rafael Alba (Matemáticas) y otros. Los funcionarios no docentes (la administrativa y la conserje) de colmillos retorcidos, nos dejaron claro desde el primer momento que no estaban allí para hacer fotocopias ni para escribir a máquina exámenes o cualquier otro tipo de documento. A pesar de todo nos llevamos bien e incluso compartíamos coche para desplazarnos desde Córdoba y volver, ya que casi la totalidad de los componentes de la plantilla residíamos en la capital. Yo ponía mi Renault 4 latas (4-L) de segunda mano, comprado a medias con mi pareja el año anterior.


Mi único inconveniente real en aquel primer año fue el que mi tutor de prácticas (El Jefe de Departamento) se encontraba en el instituto de Fernán Núñez (a 30 km.) y tenía que acudir allí para que supervisara mi trabajo. No tuve ningún problema; todo fue como la seda. Al igual que con el inspector  (Eisman), que era el que podía concederme el aprobado. En fin, a fines de verano de 1989 vi mi nombre publicado en el BOE como funcionario de carrera del Estado.


En cuanto al alumnado de Bachillerato, fenomenal. La mayoría constituida por alumnos de 1º de Bachillerato (3 grupos) y un grupo de 2º. Todos excelentes y con los que hice buenas migas por su educación, respeto, receptividad e incluso cariño. Nada que ver con el grupo de Formación Profesional al que me tocó impartir  CC. Sociales durante 4 horas semanales (1 hora más que al bachillerato!)  incluida la última hora del viernes, hora mortal para cualquier docente, sobre todo con alumnos refractarios como eran aquellos. Y además con un pésimo libro de texto muy “moderno”, que no tenía texto, solo preguntas extensas que el alumnado, apoyado en textos o material gráfico incluidos en el volumen debía contestar y así lograr el “autoconocimiento”. Era un libro impuesto que, según la ley, no se podía cambiar hasta el curso siguiente por estúpidas directivas de las autoridades. Libro en absoluto adecuado para este tipo de alumnado. Y es que, además, en ese grupo había varios alumnos disruptivos, lo cual comprendo porque lo único que les interesaba era sacarse el título de electricistas y la Historia o la Geografía  les importaba un pimiento. Me consta que a los demás profesores también trataron de reventarles las clases  humillando a sus noveles docentes, es decir, les pasaba lo mismo que a mí: me humillaron, o lo intentaron, varias veces. La peor fue en una ocasión en que, al entrar en el aula, dos alumnas piadosas me advirtieron: “Profesor, no se siente en la silla”; les pregunté el porqué y me dijeron que algunos había puesto chinchetas en el asiento; miré y efectivamente así era. Se lo agradecí, porque ellas también se arriesgaban a ser consideradas “chivatas”. Igualmente me sentía humillado, aunque indirectamente, cuando algunos alumnos buenos del grupo, me decían: “Profesor, expúlselos”, cosa a la me negaba por razones ideológicas, pero que ponía en evidencia mi falta de auctoritas . Años después me encontré, por azar, con el líder de los gamberros, entonces  regentaba un bar en El Arrecife. Me pidió disculpas por el pasado, al igual que otra alumna  del grupo (de apellido Galiot) que lo hizo mediante  correspondencia postal.