18.10.22

Luna (nuestra perrita) se ha ido.





Mal día (10-10-2022): nos ha abandonado Luna, nuestra Luni. Nos ha acompañado durante 18 años, desde que era una cachorra que arrastraba las patas traseras. Era vivaz, cariñosa, pero feroz con otros perros incluso mucho más grandes que ella cuando la sacábamos a la calle. Y cuando salíamos sin ella y volvíamos a casa nos recibía con ladridos de alegría moviendo el rabo. Nos ha dado muchos gratos momentos y ha compartido nuestra cama y comida. Echaremos de menos su presencia, su cariño y lealtad. Echaré de menos cuando, por la mañana, me rascaba con su patita para que le acariciase.

La llevé varias veces de senderismo para que anduviese libre: en una de esas ocasiones fui en coche hasta Adamuz para visitar los Montes Comunales; allí recogí a un antiguo alumno que actuaría de guía por aquellos parajes tan interesantes como desconocidos y le vomitó en las piernas, pues lo de ir en coche le sentaba muy mal, a pesar de la biodramina que le proporcionábamos en esas ocasiones.
Dice el escritor alemán E. Jünguer que prefería los gatos a los perros, porque éstos, por su fidelidad, resultan serviles, mientras los gatos son independientes, aristocráticos, hasta el punto de que un gato te tiene a ti, pero eres tú quien tienes a un perro. Naturalmente no estoy de acuerdo con él en este asunto.
Extrañaremos sus pelos por la casa, como decía
Kiko Veneno
en una canción referida a una persona. Nos queda el consuelo de seguir contanto con la presencia de Pichi, el bodeguero galguillo que Elena sacó de una protectora de animales condenado al sacrifcio; había sido maltratado por sus dueños y venía con numerosas heridas ya curadas, aunque su trauma no ha desaparecido totalmente y hay habitaciones a las que, después de 3 años con nosotros, no se atreve a entrar. Igual que se retrae cuando está comiendo y pasamos cerca.
A Luna la echaremos mucho de menos.
En fin, otro trozo de nuestra vida que se nos va; como ocurre cuando muere cualquier ser querido, sea humano o animal; o, en menor grado, cuando se nos seca una planta que nos ha acompañado mucho tiempo...



7.10.22

AUTOBIOGRAFÍA V (En el instituto)



Así que el otoño de 1968 me incorporé al Instituto Séneca en su Sección Delegada con entrada por la calle Nueva, mientras terminaban las obras de su nueva sede al pie del Parque Cruz Conde. Entonces el edificio era compartido con el instituto de niñas que hoy es el Instituto Góngora; pero no nos mezclábamos pues ellas ocupaban unas plantas y lo varones otras, con pasillos tapiados para impedir la mezcla. De modo que solo nos veíamos por las ventanas de las aulas cuando ellas recorrían los pasillos o bien hacían gimnasia en “puchos” en el patio del recreo.


En mi clase coincidí con otros muchachos con los que, ya adulto, me volví a encontrar como M. Zurita, R. Montilla o A. Prieto. Yo era tímido y poco amante de la violencia aunque, a mi pesar, sufrí dos envites que no pude evitar. El primero porque un alumno de mi clase (Velasco) se mofó de mí por un fallo en la clase de Francés, le respondí  por lo bajini y me retó para la salida del instituto; traté de evitar el enfrentamiento pero él se empeñó; resultado: le dí un puñetazo que le puso un ojo morado. La otra refriega, más menos por los mismos motivos, tuvo lugar con otro compañero de clase: R.C. Padilla, luego famoso locutor de radio cordobés. Nada grave, cosas normales de chicos a lo que hoy llaman bullying


Si bien en 1º y 2º de Bachillerato me fue bien con las notas, en 3º, ya en el nuevo edificio cercano al Parque Cruz Conde, el resultado fue catastrófico con cuatro suspensos en los que destacaban las Matemáticas y el Latín. Ya en 4º la cosa mejoró un poco en septiembre cuando recuperé asignaturas pendientes; corría el año 1973. En 5º curso siguió la tónica descendente, a pesar de que obtuve el título de Bachillerato Elemental.


Notas 4º curso


En aquellos años en el nuevo edificio conocí  nuevos compañeros y amigos. En el recreo, tras comernos el bocadillo, jugaba con uno al ping-pong sobre la superficie de cemento de los bancos, en los que trazábamos una línea en su centro para delimitar los campos de juego; lo hacíamos con un trozo de tiza, un tejo cerámico o una piedra; y nada de raquetas, sino con las manos, como los pelotaris vascos. A este amigo que creo se llamaba J. Manuel, lo encontré años después regentando un puesto de arropías*  en la avenida de La Viñuela y -años después- como médico de cabecera de la Seguridad Social; pero no se acordaba mí. Y es que tengo buena memoria fotográfica.


Por esa época, en la que no andábamos en la abundancia, muchos alumnos hacíamos autostop en la parada de autobús de Vallellano más cercana al instituto y un día atropellaron a un chico de nuestra edad cuando lo practicaba. Muchos acudimos a su entierro en el cementerio de San Rafael, a pesar de que la mayoría no lo conocíamos de nada. Al día siguiente al sepelio recibimos una fuerte reprimenda por parte de los profesores para que evitásemos esa práctica.



*Arropías: Es como entonces se conocía a lo que hoy llamamos "puesto de chucherías".