16.4.24

MONTORO 3: Un instituto con mucha actividad (Autobiografía 23)

 

Aunque en las dos entradas anteriores en este blog ya se ha insinuado o mencionado algunas de las actividades llevadas a cabo, cabe precisarlas y tratar de mencionarlas todas (perdón por los posibles olvidos).

 
De izquierda a derecha: Juan M Gutiérrez, Eladio y yo en el barquito de O Grove

Con carácter general hay que volver a mencionar los viajes fin de curso, con destino a Santiago de Compostela, que duraban una semana -concretamente la anterior a la Semana Santa- y estaban organizadas por Eladio, que se encargaba también de recaudar fondos para ayudar a sufragar el viaje del alumnado, mediante la venta de polvorones (intragables y que me duraban hasta febrero) o la venta de sudaderas diseñadas por el alumnado (aún conservo y utilizo algunas, pesar de que mi barriga ha aumentado considerablemente). El trayecto has la capital gallega era variable: unas veces por Toledo y otras por Salamanca; en esta ciudad charra nos solíamos alojar en el Hotel Emperatriz (sopa de estrellitas todas las cenas) pero en pleno casco histórico, muy próximo a la monumental Plaza Mayor, pero también a los garitos más atractivos: chupiterías, pub Camelot (antigua ermita) o la discoteca Morgana, cuyos urinarios masculinos estaban diseñados como abiertas bocas de monstruos que te cortaban un poco el rollo a la hora de miccionar. Todo muy elegante.

En Santiago nos alojábamos en el Hotel México, cercano a la plaza Rossa, zona de marcha: el pub “La Rana Verde” o la discoteca “Liberty”.  La cena la teníamos concertada con un buen restaurante -cuyo nombre no recuerdo- que se encontraba a la vuelta de la esquina del hotel. Allí el alumnado se dejaba su estupenda comida en gran medida y se dedicaban a tirarse migas o trozos de pan, para luego irse a una pizzería o un burguer para cenar comida basura. Eran jóvenes. Allí asistí por primera -y última vez- a un "after hours”, porque, si bien el alumnado no sabía llegar desde el hotel a la catedral compostelana, tenían localizados todos los garitos que les interesaban ¡y sin Google Maps, ni nada de eso, oiga! El caso es que era nuestra última noche en Santiago antes de la vuelta -noches temibles porque los jóvenes querían “quemar los últimos cartuchos” y ya dormirían en el autobús…-  Salimos de una discoteca a su cierre (5 de la mañana) y la mayoría volvió al hotel, pero un reducido grupo quería seguir la marcha, así que me presté a acompañarlos al antro en cuestión para evitar que armasen jaleo en el hotel, cuyo jefe o recepcionista nos echaba broncas diarias a los profesores por los desmanes de los alumnos. Y lo hice porque mis compañeros profesores (J. Cano, A. Cabedo y Eladio) ya estaban algo quemados por haberse hecho cargo de las noches anteriores. Así que me tocaba. El antro estaba lleno de luces multicolores variantes que hacía daño a la vista. Y la música bakalao. Ellos estaban felices, yo también de verlos así, aunque me animaba o anestesiaba a base de gin tonics. El autocar partía a las 8:30, así que salimos de la ruidosa cueva a las 8. Al salir me deslumbró un naciente sol; nunca había tenido una experiencia similar.

En Santiago hacíamos excursiones hasta La Toja y el cercano El Grove, donde cogíamos un barquito que nos llevaba hasta las plataformas de cría de moluscos: ostras, vieras, mejillones… Y en trayecto nos obsequiaban con ribeiro y mejillones al vapor. La verdad es que todos bajábamos del barco muy contentos.

Rafiña, mostrando el cultivo de vieiras

A veces estos viajes se intercambiaron con destinos internacionales como Italia o París. Y es que fueron muchos años. 

En particular otros profesores del claustro organizaban actividades y excursiones temáticas, como el Departamento de CC. Naturales con M. Morales al frente, a los parques naturales de Andalucía: Grazalema, Alcornocales, Sierra Mágina. etc. que acabaron cristalizando en un Grupo de Trabajo, bajo el auspicio del CEP de Córdoba, de siglas IDMPNA que aún, ya jubilados, gozosamente se mantiene. También los Departamentos de Filosofía e Inglés eran muy activos, incluso ganaron algún premio en proyectos elaborados por su alumnado.

Yo en Los Alcornocales (foto de M. Morales)

El profesorado también tenía sus actividades propias, especialmente en los días que por la tarde teníamos claustro o consejo escolar. Comidas en El Jardinito o en El Hostal Montoro (estupendo su plato de riñones). Y a veces comidas elaboras en el propio centro de la mano de Pilar L. y su módulo de Cocina: o las migas a cargo se J. Muñoz y los peroles en El Carpio en casa de Mª Muñoz.  Y también con alumnos: La Fuensanta o El Carpio, cerca de la ermita de San Pedro y Las Grúas…

Perol con alumnos en El Carpio

También se organizaban en el centro Ferias del Libro, Mercadillos  Solidarios, exposiciones y
enriquecedoras charlas de personas externas.

 

Mercadillo solidario


 Exposición sobre el aceite 

Salvemos el Bejarano.


9.4.24

Mojácar

 


Puerto de Garrucha

Dentro del Programa de Turismo Social del IMSERSO tuve la suerte de que, junto a otros amigos, me concedieran una estancia en el Hotel Best Mojácar. Me incorporé un día después con mi amigo Felipe por razones familiares similares de ambos. Allí nos esperaba Luis que había llegado en plazo.

Salimos de Córdoba a las 9 de la mañana, y tras una parada logística, arribamos a las 13:30 a nuestro alojamiento, con hora sobrada para tomar el almuerzo en su bien surtido buffet. Durante el trayecto de ida vimos la nieve al pasar por el Puerto de la Mora, cubiertas sus laderas de blanco y con terrones de nieve en los arcenes. Allí el termómetro marcaba 4º, temperatura que fue subiendo a medida que avanzábamos por el desierto de Tabernas y luego bajando hacia la costa.

El hotel, de 4 estrellas, junto al mar, estaba muy bien, con piscina, terraza en su bar, gimnasio y SPA (éste de pago). La habitación con dos dormitorios, hall, cuarto de baño con bañera -cosa que me alegró- ya que se me puede considerar “el tonto de las bañeras” por mi afición a ellas y que dados mis problemas de movilidad las prefiero a las duchas, en las que he de asearme de pie y me siento inseguro e incómodo. También disponíamos de una amplia terraza en la habitación con vistas al norte y desde la que se podía ver el pueblo de Mojácar, que me recordó a Zuheros por encontrarse en la ladera de las montañas que lo coronan; y también a un belén. El hotel fenomenal, pero la barra del bar sin servicio a su contigua terraza, algo que me sorprendió en un establecimiento de su categoría. No obstante, su personal me atendió adecuadamente sirviéndome en la mesa. Puedo comprenderlo porque formábamos parte del grupo del IMSERSO y era temporada baja. Además, a pesar de su cercanía a la playa, en primera línea de costa, podríamos decir que se encontraba bastante aislado, en el sentido de que la urbanización que le rodea no había suficientes servicios: ni supermercado, ni cajeros, ni chiringuitos, ni nada. Solo un chino dónde al menos se podía comprar agua para beber a un precio razonable. Un modelo muy distinto al que estoy acostumbrado en la Costa del Sol. Supongo que en verano, temporada alta, la cosa variará un tanto.

Este primer día, tras dormir la preceptiva siesta, estuve leyendo largamente hasta la hora del baño y posterior cena. Avancé en la lectura del libro que había comenzado en Córdoba, obra del antiguo alumno (hoy Cronista Oficial de Montoro), José Ortiz, titulado Léxico, vocabulario y lugares de Montoro. Mientras estaba en la terraza de nuestras habitaciones, descubrí que anidaban en la terraza una pareja de golondrinas, pero en un sitio muy extraño: la junta entre dos pilares y casi a ras de suelo.

El martes fuimos los tres a visitar la cercana Garrucha y llegamos hasta su puerto deportivo junto al puerto industrial que presentaba enormes cargueros de áridos (yeso). Cerca de allí nos paramos en un bar con cerveza a 2 € que incluía tapa, muy abundante, de entre una larga y variada lista.

Al día siguiente Felipe y yo nos dirigimos al empinado pueblo en autobús de línea, por recomendación de la empresa con la que había contratado el alquiler del scooter para tener movilidad y que me indicó que el aparato no era operativo para tales cuestas. Así que solo pudimos ver su escueto centro histórico, que resultó un “parque temático” lleno de tiendas de souvenirs aunque con buenas vistas a los desérticos valles, si bien surcados de carreteras, ramblas y los sobresalientes cabezos (el más cercano con presencia de un yacimiento ibérico). Cerveza muy cara allí, y además sin tapa.

Vista del valle desde Mojácar pueblo

El jueves excursión para visitar el yacimiento arqueológico argárico de Fuente Álamo en Cuevas de Almanzora. Casi frustrada: nos perdimos a pesar de los navegadores y Google Maps. Y cuando llegamos el núcleo del asentamiento resultaba inaccesible no solo para mi. En cualquier caso disfruté del desértico paisaje que me recordó a los chamanes mejicanos de Castañeda.

En esos días Felipe y Luis visitaron la cueva de Sorbas, imposible para mí, pues -según me contaron- se trataba casi de espeleología. Yo me quedé leyendo en la terraza de nuestra habitación hasta la cena. Desde ella no solo se veía el pueblo de Mojácar a la izquierda, sino la sierra de enfrente (norte) cuyas faldas estaban ocupadas por una horrible urbanización, de aspecto azteca, pero de color rojizo que contrastaba desagradablemente con el verde de la ladera en la que se asienta. Me recordó al malhadado Algarrobico. También se veía la calle donde se encuentra la entrada principal al hotel, con árboles (creo que una variedad de ficus enanos) podados en círculo con centro hueco a propósito de imitar el símbolo prehistórico del Indalo

Árboles indalo

Otro de esos dos días Luis visitó la geoda de Pulpí, igualmente inaccesible para mí, la entrada cara (15 €) y con reserva. Y es que los grupos para visitarla no admiten más de quince personas, y solo quedaba una plaza, la cual pudo aprovechar él.

El viernes acudí junto a Luis a un encuentro con mi antiguo alumno Álvaro Ramos, actualmente Teniente de Alcalde de Garrucha. Fue en la terraza de un café junto al Ayuntamiento. Charlamos durante una hora en la que le hicimos muchas preguntas sobre el pueblo y alrededores. Nos ilustró sobradamente al respecto. Como también sobre los sitios para comer en Garrucha. De sus recomendaciones optamos por el chiringuito (no-chiringuito) llamado Bucaray, frente al Fuerte. Allí buena comida gourmet, con tapas a 1’5 €. Compartimos una ración de las famosas gambas rojas de Garrucha; jugosas y algo dulzonas. Exquisitas en cualquier caso.

Con Álvaro Ramos 

Bucaray

El sábado por la mañana temprano partió Felipe. Quedamos Luis y yo que nos dirigimos por la línea de costa en dirección oeste hasta que el scooter -que no se había recargado suficientemente la noche anterior- entró en la zona roja de su batería, indicando que debía retornar a hotel. No obstante, nos paramos en la terraza del Hotel Continental a tomar un refresco bajo la luz amortiguada de un sol disminuido por la fuerte  calima que nos acompañaría hasta Córdoba el domingo en nuestro regreso y que nos hizo desistir de subir al observatorio astronómico de Calar Alto para contemplar el paisaje. Para entonces las nieves del Puerto de la Mora había desaparecido aunque se mantenían en las montañas circundantes y mucho más en Sierra Nevada.

En fin, como el cuadro vanguardista Calma, lujo y voluptuosidad, aunque menos de esta última. Me ha sentado muy bien.