11.11.18

Excursión a Montilla con el Ateneo


Patio de acceso al Convento de Santa Clara

Esta excursión comprendía una visita al convento de Santa Clara y luego, y más extensamente, a un lagar de la sierra montillana (Los Raigones).

Ha sido la primera vez que he podido penetrar en este convento, pues hasta ahora solo había podido acceder a su patio, con una portada de acceso a la iglesia de estilo tardo-gótico (el convento se edificó bien entrado el siglo XVI).

Esta vez, por fin, pude acceder a su interior, eso sí, pagando el correspondiente “donativo”. Y merece la pena por los tesoros que alberga. Naturalmente, al tratarse de un convento de clausura (clarisas), solo se pueden visitar ciertas zonas abiertas al público. La visita guiada y exhaustiva, ha corrido a cargo de una joven monja keniata. Ha durado más de 1 hora. Y hemos podido contemplar muchas de las maravillas que alberga; como por ejemplo esculturas de Pedro de Mena y los magníficos artesonados mudéjares.

En su claustro alto hemos disfrutado de la interpretación en un órgano del siglo XVIII a cargo de la otra joven monja, esta vez española, que nos ha acompañado actuando de “escoba”, porque iba en nuestra retaguardia cerrando todos los altares que la primera nos abría y explicaba; lo cual es de comprender dados los muchos tesoros artísticos que alberga este convento. Entre ellos una numerosa colección de imágenes del Niño Jesús, debido a que cada monja que ingresaba en el convento debía donar una y ponerle nombre: “Josefito”, “de la espina” u otros…

Terminada la visita al interior  nos dirigimos a la tienda conventual donde las monjas venden los estupendos dulces que elaboran.

Palacio de los duques de Medinaceli

Y  de vuelta al autobús (del  Córdoba  Club de fútbol  por cierto) pudimos contemplar la ajada fachada del palacio de los duques de Medinaceli  (en venta), afeada por unos veladores del bar cercano que además tapaban el acceso a varios bancos públicos existentes en la plaza donde se encuentra. Y eso me molestó enormemente: no solo por ser un atentado a la estética, sino porque de este modo no se puede atraer al turismo. En Italia, y concretamente en la Toscana, donde he estado hace un mes, esto es impensable, incluso en el pueblo más pequeño. De paso vimos una fuente dedicada al Inca Garcilaso

Fuente del Inca Garcilaso

Ya de vuelta al autobús, nos dirigimos al lagar que era nuestro destino final. En su exterior una cualificada guía nos ilustró ampliamente acerca del cultivo de la vid allí, (denominación de origen Montilla-Moriles), del por qué de sus cepas bajas (90% de la variedad “Pedro Ximénez”), de los tiempos y modos de recolección de la uva vinatera y otros aspectos (cultivo en pendiente, tipo de tierra…). Y de allí al olivar colindante, donde predominaba la variedad “hojiblanca”, con árboles de un solo pie cuyo arranque presentaba una maya. Le pregunté  a nuestra guía sobre la utilidad de dicha malla y me dijo que era para proteger al árbol de la plaga de conejos que asola estas tierras desde hace años. También le inquirí sobre el sistema de recolecta de la aceituna con una maquina vibradora, pues pensaba que podía afectar al árbol. Me contestó que sí y de que en la corteza del tronco se podían advertir las marcas que deja la máquina. Pero también me advirtió de que el sistema tradicional de dañaba al árbol, produciendo una especie de visibles quistes allí donde había sido herido por el golpeo de la vara.

Entre viñedos y olivares

La explicación continuó ya dentro del lagar-almazara, en el que siguen un sistema de transformación  moderno pero totalmente ecológico. Tanto uvas como aceitunas se molturan el mismo día en que son recolectadas, sin utilizar otros procesos químicos o físicos. Y es que se trata de una empresa familiar que mima su producción de vinos y aceites, ambos exquisitos como pudimos degustar in situ (¡De modo que un “10”!). La directora de la explotación nos condujo a la sala de tinajas donde reposa el vino de este año; nos explicó  como era su evolución natural y que el vino de Montilla-Moriles es un organismo vivo, a diferencia de los tintos; y que hay que dejarlo reposar sin ruidos o interferencias. Y nos invitó a degustar una copa de ese vino “en rama” o “de tinaja” que sacó de una de ellas delante de nosotros y resultó exquisito, como la aceitunas partidas con que acompañamos el trasegar.

Los Raigones

Después pasamos a un salón amplio y luminoso donde nos sirvieron la comida, acompañada de vinos finos de su elaboración, también estupendos. Y además 2 tipos de aceite virgen extra (solo producen este tipo de aceite, que es el más natural porque es puro “zumo de aceituna”). Los entremeses exquisitos: jamón de bellota, caña de lomo, quesos y morcilla y chorizo encargados expresamente por Antonio Varo a un afamado charcutero montillano cuyo gracioso mote no recuerdo. Luego un estupendo salmorejo con jamón y detrás una magnífica paella que no pude terminar porque me encontraba atiborrado y como “como un pajarito” (cosa sabida). Detrás el postre acompañado de una copa de Pedro Ximénez: bombones, pasteles y los típicos alfajores montillanos de Manolito Aguilar.

Lástima que no se podía comprar vino de tinaja de esta cosecha, porque se ha retrasado debido al suave verano del que hemos gozado. ¡Otra vez será!

En cualquier caso una jornada redonda, disfrutando de la vista, el olfato y el gusto. Y de la compañía de personas gratas y algún reencuentro.


MÁS FOTOS: AQUÍ