Lo confieso, soy un boomer español, de los que nacieron en
España entre los años `50 y `60 tras la Guerra civil y la inmediata Guerra
mundial. Comencé a trabajar a los 13 años y a cotizar en la Seguridad Social a
los 15, pues por entonces la edad para trabajar estaba
establecida a los 14 años. Entre tanto tuve varios oficios: aprendiz de
fotógrafo (sin cobrar), luego “sacador de fuego” en una platería -cobrando pero
no cotizando- y tras ello en una gestoría en idénticas condiciones, con la
salvedad de que el jefe nos invitaba a una cerveza y un bocata de calamares los
sábados a mediodía al terminar la jornada laboral. Tuve la suerte de que en
aquella gestoría un día llegó un joven graduado social (Andrés López) amigo de
la casa, quien buscaba un “botones” para su recién creado bufete;
imprescindible que dominase la mecanografía. Me recomendaron en la gestoría y
allí mismo me hizo una prueba con la máquina de escribir. Hay que señalar que
previamente mis padres me habían pagado un curso de mecanografía en una
academia privada cordobesa. En fin, le gustó la prueba y me contrató en el acto. Así
que al lunes siguiente, con 14 años, comencé a trabajar en esa asesoría laboral
en la que permanecería durante diez años. Como esto ocurrió en verano hube de
interrumpir mis estudios de bachillerato que no podría retomar hasta los 15
años cuando tuve acceso al Bachillerato nocturno.
Estos estudios nocturnos (desde las 20 a 23 horas, sábados
incluidos) los coroné años después terminando 6º y Reválida y luego el COU y la
subsiguiente Selectividad, lo que me permitió acceder a la Universidad en 1979
en el turno de tarde, pues seguía trabajando en la oficina en régimen de
jornada intensiva, cosa que conseguimos por la lucha de mis compañeros de
trabajo y yo. Entre medias sufrí el servicio militar (obligatorio): un mínimo
de 15 meses en la flor de la vida, cobrando 250 pesetas al mes para tener
lustrosas las botas y los correajes militares, puesto que de la ropa y
alimentación se ocupaba el Ejército, o sea, el Estado.
En fin, en 1984 terminé de cursar mis estudios
universitarios (Geografía e Historia) lo que me abrió la puerta a nuevas
posibilidades laborales que, con el tiempo, se convertirían en mi profesión
como docente de Bachillerato. En 1981,
luego de dos años de terminar el Sevicio militar y reincorporarme a la empresa,
fui despedido e indemnizado por un ajuste de personal. Con la indemnización, y
junto a otros amigos en mi misma situación, decidimos crear una librería en
régimen de cooperativa -cosa que hicimos- aunque aquello no fue bien. Hay que
recordar que en 1982 hubo una minicrisis económica en España. Y también que las
librerías en Córdoba no eran ni, lamentablemente, siguen siendo un buen
negocio. En resumen, nos convertimos en lo que hoy llaman “emprendedores”,
finalmente fracasados pero arriesgando y dejándonos la piel en el intento de
sacar adelante el negocio y nuestro sustento. En 1985 parece que empezó a
reactivarse el mercado de trabajo y logré un puesto temporal como
administrativo en un organismo oficial de la Junta de Andalucía, primero en
Cabra y luego en Rute; hasta que en el año siguiente conseguí un contrato de un
año como historiador-arqueólogo en Medina Azahara, dentro de un programa
andaluz llamado PAEMBA cuyo objetivo era dar trabajo a jóvenes titulados o
licenciados. Mi contrato duraba un año, pero el director de ese yacimiento,
contento del trabajo de algunos jóvenes que allí estábamos, nos prorrogó el
contrato un año más, aunque las condiciones habían cambiado: ya no éramos personal
laboral de la Junta, sino que nos tuvimos que dar de alta en Hacienda con una
licencia fiscal como autónomos, con lo cual ya no percibíamos una nómina, sino
unos honorarios como autónomos por “obras y servicios” , a pesar de que
teníamos que acudir al “centro de trabajo”
en el mismo horario que la vez anterior. Además los “autónomos” no teníamos derecho al
cobro del desempleo.
Por suerte para mí, cercano a finalizar este 2º contrato que
no se sabía si nos renovarían, aprobé las oposiciones de profesor de
Bachillerato y mi vida se estabilizó, aunque hube de cambiar de domicilio al
albur de los destinos laborales, siempre cargando con los gastos de transporte
y, en su caso, de alojamiento. De modo que estuve dos años en La Carlota, otros
dos en Constantina, y diecisiete en Montoro, hasta obtener destino en mi
Córdoba natal, y mi domicilio familiar, en 2009. Y allí permanecí hasta mi
jubilación. Atrás quedaron cientos de horas de cursos, cursillos, cursetes, congresos
y simposios muchos de ellos de pago, además del tiempo empleado a costa de
horas libres en el plano personal y familiar.
En resumen, 43 años cotizados, 30 de los cuales lo fueron en
la docencia.
Y ahora vienen con el cuento de que nosotros, los boomers,
estamos arruinando el futuro de los jóvenes por nuestras pensiones. Además de
una mentira me parece una ofensa a quienes -como yo- hemos sido una generación
“sandwich”, pues de jóvenes entregábamos el salario a nuestros padres y después
a mantener a nuestros hijos desamparados.
Nosotros aportábamos a la caja de las futuras pensiones
(nuestras). Otra cosa es que los distintos gobiernos “democráticos” hayan
esquilmado esa hucha para otros menesteres, como rescates a los bancos,
putiferios y otras corruptelas o MENAs, quienes supuestamente venían a pagar
nuestras pensiones, por otra parte sobradamente pagadas con nuestras
cotizaciones al sistema de la Seguridad Social. Otrosí pregunto ¿Quién ha
pagado la sanidad, los estudios gratuitos de los millenials, libros de texto incluidos
o becas incluso para los que suspenden asignaturas?
Recuerdo que la
primera vez que viajé al extranjero (Francia) fue a costa de mi propio pecunio
y en tienda de campaña. Mientras que en los dos últimos decenios los jóvenes
han gozado de programas como el “Erasmus” (jocosamente llamado “Orgasmus”) que
les han permitido estar un año o curso escolar a gastos pagados en algún país
extranjero; por poner solo un ejemplo. Han sido los partidos políticos los que
han conducido a esta penosa coyuntura por su mala, pésima gestión, quienes nos
han conducido a la actual situación y han vuelto a recurrir al “divide y
vencerás” tratando de enfrentar generaciones y así sustraerse a su
responsabilidad, lanzando como cortina de humo este impostado, falso, choque
generacional.
Es de deplorar la actitud de algunos economistas que
insisten en esa idea de que los pensionistas somos el problema, cuando tanto
hemos contribuido al levantamiento y progreso de este país durante más de
cuarenta años. Y es que el verdadero problema estriba en nuestro sistema
político podrido; con 18 parlamentos en los que sus miembros se aseguran
pensiones altísimas con solo permanecer 8 años en el cargo, un cargo nada
democrático por cuanto las listas electorales son cerradas, es decir, es el
partido político quién designa a los privilegiados que compondrán esas listas. Democracia
cero.