Ayer volví a visitar la exposición de esculturas de Venancio Blanco en la Diputación. Con mi cámara. He tratado de tomar vistas desde todos los puntos de vista interesantes. Creo que en estas obras se puede apreciar todo el valor del cubismo; casi la culminación de la aspiración del viejo arte egipcio de integrar todos los lados de una figura en una imagen única.
Girando alrededor de las obras he disfrutado de las distintas visiones, siempre contundentes o dinámicas, a pesar del uso del hueco. A veces siluetas, a veces detalles que pueden pasar desapercibidos. Lados abstractos juntos a otros muy bien definidos. Eso es lo que podemos disfrutar rodeando cada obra, en general de pequeño tamaño.
Predomina la temática taurina, tan cuestionable (amigos tengo partidarios y contrarios a esta tradición). También una abstracción de título musical. Un cisne, mujeres, una reina, un pastor… Y el brillo y la luz de las superficies casi nunca lisas. Bronce, bronce, bronce… Y yo que había acudido buscando la luz que había el día anterior: la del nublado. Pero me topé con un contraste duro en el patio, que increíblemente actuaba de forma mágica sobre las obras, cambiando colores, reflejos, texturas a cada paso…
Esta muestra tiene otra parte de obras religiosas que se exhiben en Orive y que sigue la misma tónica. Allí me llamó la atención la (barroca) escenografía de la Santa Cena y por supuesto el realista Cristo en madera. Y ese siempre sorprendente marco que es la sala conventual.
Aconsejo visitar la exposición (abierta hasta el 27 de abril) y dejarse llevar por lo que nos sugieren las formas y los reflejos; sin someter todo a la razón. Hemos de aprender a disfrutar del arte.
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