1ª Jornada
Todo comenzó pasadas las 7:30 horas del sábado 17 de agosto en el Parque Fidiana, punto de encuentro para la salida en los tres coches de los siete iniciales expedicionarios andariegos (más bien “sillariegos” en mi caso).
Paramos para desayunar en Torreperogil, donde se nos unió Francisco Campos (El 8º pasajero, jajjaj). De allí a nuestro primer destino: Beas de Segura, comienzo de la ruta prevista. Ya en Beas recepción por parte del Presidente del Club de Senderismo "El Camino", de la localidad. Luego visita con un guía experto, que nos condujo por los principales hitos locales relacionados con el santo, y situados en el centro histórico. Dicho recorrido, dadas las cuestas, requirieron múltiples esfuerzos por parte de mis compañeros y amigos. Terminada ésta, vuelta a los coches para dirigirnos a nuestro alojamiento en Pontones (Albergue Posada del Perchel). Entre medias paramos en el Ventorrillo de Cañada Morales, cercano a Cortijos Nuevos y a los pies de Hornos. El establecimiento estaba repleto por ser sábado y las fiestas de Hornos, una constante en todo nuestro recorrido; y es que parece que estábamos haciendo la Ruta de las Fiestas Locales de la Sierra de Segura, pues nos encontramos en la misma situación en Pontones, Santiago de la Espada, Nerpio y El Sabinar. En todas ellas los toros o vaquillas como protagonistas, las calles cortadas y aparcamientos escasos por la afluencia de público.
Cumpleaños de Pilar
En el susodicho ventorrillo su dueño tuvo la gentileza de montarnos una mesa para comer a la sombra en la puerta de su cercana casa. Allí había un macetero con una exuberante mata de yerbabuena que esparcía su refrescante, intenso aroma, a nuestro alrededor. Para empezar nos ofreció unos tomates que -ciertamente- no eran del Mercadona: olían y sabían a gloria; y también morcillas blancas y negras de la zona. Y allí, modestamente, celebramos el cumpleaños de P. Ortega. Y, a pesar de que sobre todo los del “Plan B” , y por necesidad, acabaríamos desarrollando una ruta gastronómica bien surtida y variada, sin duda esta comida del ventorrillo fue la más grata de todas para mí. Finalizado el condumio nos encaminamos a Pontones (!ay de sus tortas y su pan blando de masa madre, que tantos días nos alimentaron!) Antes de alojarnos visitamos el nacimiento del río Segura, remodelado y lleno de gente pero con su chiringuito cerrado. Tras ello fuimos a aposentarnos en el alojamiento contratado: un coqueto albergue que disfrutamos a solas y que contaba con una fresca y sombreada terraza en la que pasé mucho tiempo.
Entrada al Castillo de Hornos (Cosmolarium)
2ª Jornada (18 de agosto)
Los andariegos (Plan A) salieron de noche para acometer su 1ª etapa para evitar el calor. Se trataba del tramo Beas de Segura – Hornos que resultó muy duro a causa de la falta de señalización y las enormes cuestas y pedregales que hubieron de atravesar y que causaron las primeras bajas. Y es que este Camino está en pañales en cuanto a señalización e infraestructuras; hay voluntad de potenciarlo pero aun no hay medios. Deben pulirlo mucho si quieren atraer a más andariegos. Sus potencialidades son inmensas en lo natural -paisajes- y lo cultural, monumentos y lugares de interés.
3ª Jornada
El día 19 de Hornos a Pontones, ruta igualmente accidentada para los andariegos, mientras que los del “Plan B” dimos un relajado paseo por el pueblo (Pontones), sellamos credenciales y compramos viandas para el arroz caldoso que luego preparó R. Rodríguez y que nos supo a gloria. Una vez vueltos del paseo sesión de relajación a cuenta del mismo Rafael. Yo me quedé dormido cuando llegamos al cero. Los andariegos volvieron con retraso de varias horas, pero fueron recompensados en la cena gracias a los buenos oficios de R.R. quién había reservado unos muslos de pollo para reeditar el arroz del mediodía y agasajarlos así tras su dura jornada. Por la tarde se había incorporado al grupo José M. Medina, así que ya éramos 9. Esa noche había una luna llena especial, un fenómeno astronómico que se da cada ciertos años; algunos la llaman “Luna Roja” y otros “Luna Azul” o "Superluna de agosto" y que una tribu cuyo nombre no recuerdo le puso a ésta “Luna del Esturión” pues tales nativos le ponen nombre propio a cada uno de estos eventos celestes. Lamentablemente no pudimos verla en todo su esplendor y no solo por las altas cumbres que nos rodeaban sino porque el cielo se nubló parcialmente y la cortaban, lo que me recordó a la famosa escena de la película de Buñuel Un perro andaluz de la navaja cortando un ojo.
Río en el centro de Pontones
4ª Jornada (20-8-24)
Los andariegos recuperaron contingentes dada la mejoría de Inma y su marido, así que reemprendieron el camino: Pontones-Santiago de la Espada. Restamos en el alberque Pilar y yo (bueno, y el pequeño zorro que merodeaba a diario por allí, esquivo pero visible). Éramos el “equipo de apoyo”. Desayunamos tranquilamente porque teníamos tiempo de sobra para recoger a los expedicionarios en Santiago de la Espada (pueblo maldito para mí por su pésima acogida hostelera, defecto disculpable por hallarse en fiestas). De pronto llamó M. Morales: debíamos recoger a Inma porque el día anterior le había picado un bicho y la picadura se le había inflamado y causado gran dolor. Así que Pilar y yo salimos pitando para recogerla y llevarla al centro de salud de Santiago (el más cercano y punto de encuentro final de la etapa). Con las prisas por recoger casi se nos quedan allí la piedra de P. Campos, el cable de Manolo y mi bañador. Arramblamos con nevera, desayunos y todo lo que quedaba de la expedición que Pilar llevó al maletero de su coche a mano. Las prisas se debían también a no retrasar la marcha andariega que finalmente se retrasaría más por la inexperiencia de la guía contratada, que nunca había hecho esa ruta y los perdió con el consiguiente retraso. Y es que perderse gratis -como ocurrió otras veces- es natural, pero perderse “de pago”. es un lujo (jajjaj, ¡Qué malo soy!). Nos esperaban a la orilla de la carretera bajo la sombra de un álamo; mientras tanto Manolo nos seguía preguntando por dónde íbamos. Le mentíamos piadosamente para que se relajaran, así que cuando íbamos -por ejemplo- por el kilómetro 40, le dijimos que estábamos en el 47. Ellos nos esperaban en el 49. Recogimos a Inma. Ellos prosiguieron sus andaduras y nosotros llegamos a Santiago en cuyo Centro de Salud atendieron rápidamente a Inma; solo le recetaron un medicamento para bajar la inflación y mitigar el dolor, pues le confirmaron que el bicho no había sido una avispa, como ella creía, sino una abeja que le había dejado su aguijón y sus tripas dentro y que pasadas tantas horas no era oportuno someterla a cirugía. Para colmo los restaurantes de la localidad tenían reservadas todas sus mesas por las siempre presencias de fiestas. Cuando por fin llegaron los expedicionarios y gracias a los buenos, tranquilos y persuasivos oficios de Francisco conseguimos una mesa en el interior de un restaurante (Bar Avenida). Tardaron muchísimo en atendernos, incluso las bebidas, pero estábamos a cubierto del calor. Terminada la comida partimos hasta nuestro próximo destino: Nerpio, ya en la provincia de Albacete. Llegamos por la tarde al Hostal Nogales, donde nos alojaríamos. Sus dueños, una pareja de personas mayores y muy amables, nos dieron todo tipo de facilidades, desde aparcamiento hasta botellas de agua mineral gratis y atenciones extemporáneas. Allí tuve la suerte de que la habitación que me tocó tenía enfrente una puerta que daba a una estrecha terraza bajo la que corría un limpio arroyuelo cuyo rumor resultaba relajante y dónde podía fumar a “tutiplén”. El pueblo as was ussual también celebraba sus fiestas. Me solacé en la terraza del hotel-restaurante El Molino, a orillas del río Aceda, en el que cenarían mis acompañantes. Y digo “cenaron” porque yo no tenía hambre y mis cenas son muy austeras por problemas estomacales y los desayunos en el hostal eran opíparos: jamón que olía y sabía muy bien, aceite de oliva y tomate a discreción, tostadas a mansalva e igualmente jugosos bizcochos trufados de la famosa nuez de Nerpio. Allí muchos establecimientos y lugares tienen nombres de referidos a las nueces: el hostal, el camping, el sendero…
Río Aceda en Nerpio
5ª Jornada (21-8-24)
Amaneció nublado y luego se desató una fuerte tormenta en el pueblo que nos hizo temer por los andariegos, quienes habían salido temprano para hacer una ruta desprovistos de paraguas y chubasqueros. Pilar y yo nos quedamos en el hostal sin salir por el copioso y constante chaparrón, Por suerte no les pilló a nuestros amigos, que se dieron la vuelta a las primeras gotas. Comimos (y luego cenamos) en el Camping de Nerpio, camping que yo calificaría de 5 estrellas por sus servicios (piscina, restaurante y tirolina de rail que me hubiera gustado disfrutar como un niño)... Menú abundante, variado, restaurante lleno y algunos problemillas a la hora de pedir (ensalada) y de la cuenta de mediodía (¿Quién se tomó el colacao? Misterios insondables de la galaxia, a menos que la copa de Rueda que me tomé se hubiera transmutado en el bebedizo achocolatado de la multinacional Nutrexpa, si es que sigue existiendo con ese nombre). En cualquier caso creo que algunos camareros de Nerpio necesitan un cursillo de empatía, claro que estando en fiestas en el pueblo y la consecuente afluencia de gente es disculpable su trato de puercoespines. Es el problema de quienes trabajan en contacto directo con las personas, como le ocurre a maestros y profesores, etc.
6ª Jornada 22-8-24
Por la mañana nos trasladamos a Caravaca de la Cruz no sin hacer una parada en El Sabinar (también en fiestas) dónde J. Manuel M. nos invitó a una ronda antes de despedirse de nosotros para volver a su tierra. Este trayecto de buena carretera y amplias llanuras está flanqueando por los famosos y vistosos cultivos de lavanda, pero ya estaba agostada y solo se veían algunas manchas aun en flor. Antes de llegar al que sería nuestro último alojamiento, hicimos una nueva parada en Moratalla -aún era temprano- y debatimos si visitar este pueblo también de empinadas cuestas. Finalmente se decidió dejar la visita a esta localidad para el día siguiente dada su cercanía. Retomamos los coches e incluso nos dio tiempo dar una vuelta exploratoria por el casco histórico de Caravaca. En su bella plaza del Ayuntamiento había muchas tiendas de souvenirs que además de bastones y cruces, tenían escudos heráldicos de madera para jugar a la guerra medieval y también una hermosa gualdrapa cuya utilidad desconocíamos y que al día siguiente nos aclararía el guía.
Llegamos al Albergue Las Fuentes del Marqués -en las afueras de la localidad- a buena hora para comer, cosa que hicimos -tras aposentarnos- en el cercano restaurante Fuentes del Marqués. Ambos enclavados en un bello paraje natural con nacimiento de un arroyo o río. El albergue nuevamente era solo para nosotros. Allí mis compañeros tuvieron la deferencia de dejarme una habitación individual y VIP: se trataba del dormitorio del monitor, pues se veía claramente que aquello estaba destinado a acoger a grupos escolares o similares. Comimos en el mencionado restaurante, sin bar y que solo abría a mediodía, pero con un menú potente a solo 13,60 € sin IVA (cosa que parece común por aquella zona castellano-manchega y murciana) pero que ocasionaba trastornos a la hora de hacer las cuentas, especialmente si habíamos pedido algo extra. Repetiríamos al día siguiente, tras la vuelta de la visita a la cercana Moratalla. Cena al fresco en la galería del albergue en una mesa preparada por Manolo y tomada "prestada" del contiguo restaurante, al que expresamente había pedido permiso para utilizar una de sus sillas de plástico para asearme en la ducha comunitaria (algo castrense). Las viandas, embutidos, fueron las que veníamos trayendo desde Pontones y bebidas y otras cosas que algunos bajaron a comprar en un supermercado de Caravaca. Muy agradecido.Vista desde la plaza-mirador de Moratalla
7ª Jornada (23-8-24)
Visita a Moratalla por parte de los del Plan B (que cada vez éramos más, como aquel anuncio de una entidad bancaria). Bello pueblo asentado en la falda de la montaña pero un poco deteriorado aunque con muchas casas de postín. La Oficina de Turismo estaba cerrada por vacaciones, pero en su ayuntamiento conseguimos algún folleto. Entramos a una escueta capilla franciscana de espectacular fachada barroca. Callejeamos subiendo sus angostas pero pulcras calles hasta cerca del castillo, cerrado también. Así que acabamos nuestra subida en una amplia plaza junto a la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Contaba con un gran mirador desde el que podía ver todo el pueblo y su vega. Una vista similar a la que podríamos ver en algunas localidades marroquíes. Ya bajando, hicimos una parada en la terraza de un bar ubicado en una tranquila y fresca plaza ajardinada.
Para le cena (de despedida), teníamos reservado un restaurante en el centro de la localidad y cercano a El Templete: El Casón de los Reyes. Dadas mis cenas espartanas me pedí el plato que parecía más ligero: Hojaldre a la Murciana, pues lo creía relleno de verduras de la huerta, pero que resultó ser un macizo mazacote relleno de morcilla, chorizo y carne picada; estaba muy bueno pero casi no pude terminarlo.
8ª Jornada: visita a Caravaca y retorno a Córdoba
Por la mañana visita guiada a Caravaca con otro guía
estupendo (aunque llevaba una camiseta que me pareció un poco chirriante por su
color negro y calavera). Comenzamos el recorrido en El Templete, con vistas a
la casa que adquirió San Juan de la Cruz para su fundación conventual de los
Descalzos. Luego, por La Corredera, una especie de bulevar cordobés jalonado de
esculturas que parecían referidas a la maternidad y en cuyo final visitamos una
hospedería de las Descalzas, tras lo cual nos internamos en el casco histórico,
en el que me sorprendió la genial idea de decorar las cristaleras de sus muchos
locales comerciales vacíos con fotos antiguas del pueblo. Visitamos algunas
iglesias y terminamos el recorrido guiado en la bonita plaza del Ayuntamiento. Allí
el guía nos desveló el misterio de la gualdrapa: era el aderezo de los caballos
que participaban en una carrera anual de cortísima duración: 8 segundos en los
que cada caballo iba conducido por cuatro mozos agarrados a él. Ganaba el que llegaba
antes pero sin que ningún mozo soltase su asidero. También había premio para
las artesanas gualdrapas, de la cuales solo se conservaba la ganadora de cada
año. Le pregunté al guía por las abundantes cruces templarias hasta en las
camisetas, cuando la localidad había sido encomienda de la Orden de Santiago; y
es que, al tratarse de una zona fronteriza con el Reino Nazarí de Granada, y
tras la supresión del Temple en el siglo XIV, el territorio le fue encomendado a
la orden española. Desde allí el guía me llevó hasta el estacionamiento del
furgón de la Cruz Roja adaptado para impedidos, que inmediatamente me subió
hasta la basílica-santuario. Su conductor, muy amable, me dio su número de
teléfono para que le avisase cuando quisiera regresar al pueblo. Los demás
subieron a pie en una especie de procesión que portaba una cruz de Caravaca de
madera de teca (ligera de peso) y que los participantes iban turnándose para
trasladarla. Como llegué mucho antes que ellos, estuve tomando fotos del interior
y los exteriores del templo, con amplias vistas hacia la población que se
extiende a sus pies. Les esperé a la sombra en la fachada de la iglesia y vi
llegar la comitiva que se internó por un lateral del edificio. Seguí esperando
en su entrada por la puerta principal para hacernos la foto de grupo, pero no
aparecieron; y es que los habían internado directamente y colocado en la primera fila de la
iglesia. Eran ya las 12 y comenzó la misa; a partir de ese momento se podía
entrar pero no salir hasta que no terminase el oficio religioso, estimado en
una hora. Era demasiado para mí, de modo que decidí llamar al chófer de
Ceheguín (difícil pronunciación), pueblo rival de Caravaca según él me confesó,
que me llevó hasta la parada oficial del vehículo en la plaza Nueva o del
Progreso y me aposenté en la terraza de un bar atendido por un paisano del
conductor, un joven simpático y dicharachero. Allí esperé a mis amistades que
volvieron antes de lo previsto. Allí se debatió si comer en Caravaca o hacerlo
durante el trayecto de vuelta a Córdoba, decidiendo -finalmente- hacerlo en el
albergue, antes de partir y para aprovechar los embutidos sobrantes de las
etapas precedentes. Dejamos el albergue sobre las 16 horas. Quedamos en
encontrarnos en Torreperogil, en el mismo bar donde desayunamos el primer día y
dónde Francisco tenía su coche. Hasta allí habíamos atravesado pueblos jamás
visitados por mí y que orlaban los bordes de las sierras de Segura y Cazorla:
Puebla de don Fadrique (dónde Luis R. se echó una siestecilla), Castril,
Huéscar o Quesada. Paisajes espectaculares con el macizo de Sierra Mágina al
oeste. Habíamos quedado en reencontrarnos en Torreperogil, en el mismo local
del desayuno inicial. Tomamos un refresco tras lo cual Francisco se despidió para ir
a su pueblo y los demás emprendimos la vuelta a Córdoba. Llegué a mi casa a las
10 de la noche, con el consecuente bofetón de calor que me esperaba tras los
frescos días serranos que habíamos disfrutado durante una semana. Fin de
trayecto.