30.8.24

CAMINO DE SAN JUAN DE LA CRUZ 2024

 
Aunque en principio el viaje largo de este verano estaba previsto fuese desde Santiago de Compostela hasta el finisterre, Manolo Morales, el coordinador de estas nuestras aventuras, decidió postergarlo y sustituirlo por algún destino más cercano, eligiendo Caravaca de la Cruz por hallarse en Año Jubilar y para el que había dos posibles rutas: una desde Orihuela a través de una vía verde y otra desde Beas de Segura siguiendo el Camino de San Juan de la Cruz. Una llana y asequible para mí, pero poco apta para el estío. Así que elegimos la montañosa y accidentada pero más fresca. Aquí cuento sucintamente nuestras andanzas por esas tierras donde confluyen Andalucía, Castilla-La Mancha y Murcia.


                                       Cuesta en Beas con apoyo reforzado  

1ª Jornada

Todo comenzó pasadas las 7:30 horas del sábado 17 de agosto en el Parque Fidiana, punto de encuentro para la salida en los tres coches de los  siete iniciales expedicionarios andariegos (más bien “sillariegos” en mi caso).

Paramos para desayunar en Torreperogil, donde se nos unió Francisco Campos (El 8º pasajero, jajjaj). De allí a nuestro primer destino: Beas de Segura, comienzo de la ruta prevista. Ya en Beas recepción por parte del Presidente del Club de Senderismo "El Camino", de la localidad. Luego visita con un guía experto, que nos condujo por los principales hitos locales  relacionados con el santo, y  situados en el centro histórico. Dicho recorrido, dadas las cuestas, requirieron múltiples esfuerzos por parte de mis compañeros y amigos. Terminada ésta, vuelta a los coches para dirigirnos a nuestro alojamiento en Pontones (Albergue Posada del Perchel). Entre medias paramos en el Ventorrillo de Cañada Morales, cercano a Cortijos Nuevos y a los pies de Hornos. El establecimiento estaba repleto por ser sábado y las fiestas de Hornos, una constante en todo nuestro recorrido; y es que parece que estábamos haciendo la Ruta de las Fiestas Locales de la Sierra de Segura, pues nos encontramos en la misma situación en Pontones, Santiago de la Espada, Nerpio y El Sabinar. En todas ellas los toros o vaquillas como protagonistas, las calles cortadas y aparcamientos escasos por la afluencia de público.

                                       Cumpleaños de Pilar

En el susodicho ventorrillo su dueño tuvo la gentileza de montarnos una mesa para comer a la sombra en la puerta de su cercana casa. Allí había un macetero con una exuberante mata de yerbabuena que esparcía su refrescante, intenso aroma, a nuestro alrededor. Para empezar nos ofreció unos tomates que -ciertamente- no eran del Mercadona: olían y sabían a gloria; y también morcillas blancas y negras de la zona. Y allí, modestamente, celebramos el cumpleaños de P. Ortega. Y, a pesar de que sobre todo los del “Plan B” , y por necesidad, acabaríamos desarrollando una ruta gastronómica bien surtida y variada, sin duda esta comida del ventorrillo fue la más grata de todas para mí. Finalizado el condumio nos encaminamos a Pontones (!ay de sus tortas y su pan blando de masa madre, que tantos días nos alimentaron!) Antes de alojarnos visitamos el nacimiento del río Segura, remodelado y lleno de gente pero con su chiringuito cerrado. Tras ello fuimos a aposentarnos en el alojamiento contratado: un coqueto albergue que disfrutamos a solas y que contaba con una fresca y sombreada terraza en la que pasé mucho tiempo.

 

                                    Entrada al Castillo de Hornos (Cosmolarium)

2ª Jornada (18 de agosto)

Los andariegos (Plan A) salieron de noche para acometer su 1ª etapa para evitar el calor. Se trataba del tramo Beas de Segura – Hornos que resultó muy duro a causa de la falta de señalización y las enormes cuestas y pedregales que hubieron de atravesar y que causaron las primeras bajas. Y es que este Camino está en pañales en cuanto a señalización e infraestructuras; hay voluntad de potenciarlo pero aun no hay medios. Deben pulirlo mucho si quieren atraer a más andariegos. Sus potencialidades son inmensas en lo natural -paisajes- y lo cultural, monumentos y lugares de interés.

 

3ª Jornada

El día 19 de Hornos a Pontones, ruta igualmente accidentada para los andariegos, mientras que los del “Plan B” dimos un relajado paseo por el pueblo (Pontones), sellamos credenciales y compramos viandas para el arroz caldoso que luego preparó R. Rodríguez y que nos supo a gloria. Una vez vueltos del paseo sesión de relajación a cuenta del mismo Rafael. Yo me quedé dormido cuando llegamos al cero. Los andariegos volvieron con retraso de varias horas, pero fueron recompensados en la cena gracias a los buenos oficios de R.R. quién había reservado unos muslos de pollo para reeditar el arroz del mediodía y agasajarlos así tras su dura jornada. Por la tarde se había incorporado al grupo José M. Medina, así que ya éramos 9. Esa noche había una luna llena especial, un fenómeno astronómico que se da cada ciertos años; algunos la llaman “Luna Roja” y otros “Luna Azul”  o "Superluna de agosto" y que una tribu cuyo nombre no recuerdo le puso a ésta “Luna del Esturión” pues tales nativos le ponen nombre propio a cada uno de estos eventos celestes. Lamentablemente no pudimos verla en todo su esplendor y no solo por las altas cumbres que nos rodeaban sino porque el cielo se nubló parcialmente y la cortaban, lo que me recordó a la famosa escena de la película de Buñuel Un perro andaluz de la navaja cortando un ojo.

 

                                              Río en el centro de Pontones

4ª Jornada (20-8-24)

Los andariegos recuperaron contingentes dada la mejoría de Inma y su marido, así que reemprendieron el camino: Pontones-Santiago de la Espada. Restamos en el alberque Pilar y yo (bueno, y el pequeño zorro que merodeaba a diario por allí, esquivo pero visible).  Éramos el “equipo de apoyo”. Desayunamos tranquilamente porque teníamos tiempo de sobra para recoger a los expedicionarios en Santiago de la Espada (pueblo maldito para mí por su pésima acogida hostelera, defecto disculpable por hallarse en fiestas). De pronto llamó M. Morales: debíamos recoger a Inma porque el día anterior le había picado un bicho y la picadura se le había inflamado y causado gran dolor. Así que Pilar y yo salimos pitando para recogerla y llevarla al centro de salud de Santiago (el más cercano y punto de encuentro final de la etapa). Con las prisas por recoger casi se nos quedan allí la piedra de P. Campos, el cable de Manolo y mi bañador. Arramblamos con nevera, desayunos y todo lo que quedaba de la expedición que Pilar llevó al maletero de su coche a mano. Las prisas se debían también a no retrasar la marcha andariega que finalmente se retrasaría más por la inexperiencia de la guía contratada, que nunca había hecho esa ruta y los perdió con el consiguiente retraso. Y es que perderse gratis -como ocurrió otras veces- es natural, pero perderse “de pago”. es un lujo (jajjaj, ¡Qué malo soy!). Nos esperaban a la orilla de la carretera bajo la sombra de un álamo; mientras tanto Manolo nos seguía preguntando por dónde íbamos. Le mentíamos piadosamente para que se relajaran, así que cuando íbamos -por ejemplo- por el kilómetro 40, le dijimos que estábamos en el 47. Ellos nos esperaban en el 49. Recogimos a Inma. Ellos prosiguieron sus andaduras y nosotros llegamos a Santiago en cuyo Centro de Salud atendieron rápidamente a Inma; solo le recetaron un medicamento para bajar la inflación y mitigar el dolor, pues le confirmaron que el bicho no había sido una avispa, como ella creía, sino una abeja que le había dejado su aguijón y sus tripas dentro y que pasadas tantas horas no era oportuno someterla a cirugía. Para colmo los restaurantes de la localidad tenían reservadas todas sus mesas por las siempre presencias de fiestas. Cuando por fin llegaron los expedicionarios y gracias a los buenos, tranquilos y persuasivos oficios de Francisco conseguimos una mesa en el interior de un restaurante (Bar Avenida). Tardaron muchísimo en atendernos, incluso las bebidas, pero estábamos a cubierto del calor. Terminada la comida partimos hasta nuestro próximo destino: Nerpio, ya en la provincia de Albacete. Llegamos por la tarde al Hostal Nogales, donde nos alojaríamos. Sus dueños, una pareja de personas mayores y muy amables, nos dieron todo tipo de facilidades, desde aparcamiento hasta botellas de agua mineral gratis y atenciones extemporáneas. Allí tuve la suerte de que la habitación que me tocó tenía enfrente una puerta que daba a una estrecha terraza bajo la que corría un limpio arroyuelo cuyo rumor resultaba relajante y dónde podía fumar a “tutiplén”. El pueblo as was ussual también celebraba sus fiestas. Me solacé en la terraza del hotel-restaurante El Molino, a orillas del río Aceda, en el que cenarían mis acompañantes. Y digo “cenaron” porque yo no tenía hambre y mis cenas son muy austeras por problemas estomacales y los desayunos en el hostal eran opíparos: jamón que olía y sabía muy bien, aceite de oliva y tomate a discreción, tostadas a mansalva e igualmente jugosos bizcochos trufados de la famosa nuez de Nerpio. Allí muchos establecimientos y lugares tienen nombres de referidos a las  nueces: el hostal, el camping, el sendero…

 

                                                     Río Aceda en Nerpio

5ª Jornada (21-8-24)

Amaneció nublado y luego se desató una fuerte tormenta en el pueblo que nos hizo temer por los andariegos, quienes habían salido temprano para hacer una ruta desprovistos de paraguas y chubasqueros. Pilar y yo nos quedamos en el hostal sin salir por el copioso y constante chaparrón, Por suerte no les pilló a nuestros amigos, que se dieron la vuelta a las primeras gotas. Comimos (y luego cenamos) en el Camping de Nerpio, camping que yo calificaría de 5 estrellas por sus servicios (piscina, restaurante y tirolina de rail que me hubiera gustado disfrutar como un niño)... Menú abundante, variado, restaurante lleno y algunos problemillas a la hora de pedir (ensalada) y de la cuenta de mediodía (¿Quién se tomó el colacao? Misterios insondables de la galaxia, a menos que la copa de Rueda que me tomé se hubiera transmutado en el bebedizo achocolatado de la multinacional Nutrexpa, si es que sigue existiendo con ese nombre). En cualquier caso creo que algunos camareros de Nerpio necesitan un cursillo de empatía, claro que estando en fiestas en el pueblo y la consecuente afluencia de gente es disculpable su trato de puercoespines. Es el problema de quienes trabajan en contacto directo con las personas, como le ocurre a maestros y profesores, etc.

 

6ª Jornada 22-8-24

Por la mañana nos trasladamos a Caravaca de la Cruz no sin hacer una parada en El Sabinar (también en fiestas) dónde J. Manuel M. nos invitó a una ronda antes de despedirse de nosotros para volver a su tierra. Este trayecto de buena carretera y amplias llanuras está flanqueando por los famosos y vistosos cultivos de lavanda, pero ya estaba agostada y solo se veían algunas manchas aun en flor. Antes de llegar al que sería nuestro último alojamiento, hicimos una nueva parada en Moratalla -aún era temprano- y debatimos si visitar este pueblo también de empinadas cuestas. Finalmente se decidió dejar la visita a esta localidad para el día siguiente dada su cercanía. Retomamos los coches e incluso nos dio tiempo dar una vuelta exploratoria por el casco histórico de Caravaca. En su bella plaza del Ayuntamiento había muchas tiendas de souvenirs que además de bastones y cruces, tenían escudos heráldicos de madera para jugar a la guerra medieval y también una hermosa gualdrapa cuya utilidad desconocíamos y que al día siguiente nos aclararía el guía.  

Llegamos al Albergue Las Fuentes del Marqués -en las afueras de la localidad- a buena hora para comer, cosa que hicimos -tras aposentarnos- en el cercano restaurante Fuentes del Marqués.  Ambos enclavados en un bello paraje natural con nacimiento de un arroyo o río. El albergue nuevamente era solo para nosotros. Allí mis compañeros tuvieron la deferencia de dejarme una habitación individual y VIP: se trataba del dormitorio del monitor, pues se veía claramente que aquello estaba destinado a acoger a grupos escolares o similares. Comimos en el mencionado restaurante, sin bar y que solo abría a mediodía, pero con un menú potente a solo 13,60 € sin IVA (cosa que parece común por aquella zona castellano-manchega y murciana) pero que ocasionaba trastornos a la hora de hacer las cuentas, especialmente si habíamos pedido algo extra. Repetiríamos al día siguiente, tras la vuelta de la visita a la cercana Moratalla. Cena al fresco en la galería del albergue en una mesa preparada por Manolo y tomada "prestada" del contiguo restaurante, al que expresamente había pedido permiso para utilizar una de sus sillas de plástico para asearme en la ducha comunitaria (algo castrense). Las viandas, embutidos, fueron las que veníamos trayendo desde Pontones y bebidas y otras cosas que algunos bajaron a comprar en un supermercado de Caravaca. Muy agradecido.

 

                                           Vista desde la plaza-mirador de Moratalla

7ª Jornada (23-8-24)

Visita a Moratalla por parte de los del Plan B (que cada vez éramos más, como aquel anuncio de una entidad bancaria). Bello pueblo asentado en la falda de la montaña pero un poco deteriorado aunque con muchas casas de postín. La Oficina de Turismo estaba cerrada por vacaciones, pero en su ayuntamiento conseguimos algún folleto. Entramos a una escueta capilla franciscana de espectacular fachada barroca. Callejeamos subiendo sus angostas pero pulcras calles hasta cerca del castillo, cerrado también. Así que acabamos nuestra subida en una amplia plaza junto a la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Contaba con un gran mirador desde el que podía ver todo el pueblo y su vega. Una vista similar a la que podríamos ver en algunas localidades marroquíes. Ya bajando, hicimos una parada en la terraza de un bar ubicado en una tranquila y fresca plaza ajardinada.

Para le cena (de despedida), teníamos reservado un restaurante en el centro de la localidad y cercano a El Templete: El Casón de los Reyes. Dadas mis cenas espartanas me pedí el plato que parecía más ligero: Hojaldre a la Murciana, pues lo creía relleno de verduras de la huerta, pero que resultó ser un macizo mazacote relleno de morcilla, chorizo y carne picada; estaba muy bueno pero casi no pude terminarlo.

 

8ª Jornada: visita a Caravaca y retorno a Córdoba

Por la mañana visita guiada a Caravaca con otro guía estupendo (aunque llevaba una camiseta que me pareció un poco chirriante por su color negro y calavera). Comenzamos el recorrido en El Templete, con vistas a la casa que adquirió San Juan de la Cruz para su fundación conventual de los Descalzos. Luego, por La Corredera, una especie de bulevar cordobés jalonado de esculturas que parecían referidas a la maternidad y en cuyo final visitamos una hospedería de las Descalzas, tras lo cual nos internamos en el casco histórico, en el que me sorprendió la genial idea de decorar las cristaleras de sus muchos locales comerciales vacíos con fotos antiguas del pueblo. Visitamos algunas iglesias y terminamos el recorrido guiado en la bonita plaza del Ayuntamiento. Allí el guía nos desveló el misterio de la gualdrapa: era el aderezo de los caballos que participaban en una carrera anual de cortísima duración: 8 segundos en los que cada caballo iba conducido por cuatro mozos agarrados a él. Ganaba el que llegaba antes pero sin que ningún mozo soltase su asidero. También había premio para las artesanas gualdrapas, de la cuales solo se conservaba la ganadora de cada año. Le pregunté al guía por las abundantes cruces templarias hasta en las camisetas, cuando la localidad había sido encomienda de la Orden de Santiago; y es que, al tratarse de una zona fronteriza con el Reino Nazarí de Granada, y tras la supresión del Temple en el siglo XIV, el territorio le fue encomendado a la orden española. Desde allí el guía me llevó hasta el estacionamiento del furgón de la Cruz Roja adaptado para impedidos, que inmediatamente me subió hasta la basílica-santuario. Su conductor, muy amable, me dio su número de teléfono para que le avisase cuando quisiera regresar al pueblo. Los demás subieron a pie en una especie de procesión que portaba una cruz de Caravaca de madera de teca (ligera de peso) y que los participantes iban turnándose para trasladarla. Como llegué mucho antes que ellos, estuve tomando fotos del interior y los exteriores del templo, con amplias vistas hacia la población que se extiende a sus pies. Les esperé a la sombra en la fachada de la iglesia y vi llegar la comitiva que se internó por un lateral del edificio. Seguí esperando en su entrada por la puerta principal para hacernos la foto de grupo, pero no aparecieron; y es que los habían internado directamente y colocado en la primera fila de la iglesia. Eran ya las 12 y comenzó la misa; a partir de ese momento se podía entrar pero no salir hasta que no terminase el oficio religioso, estimado en una hora. Era demasiado para mí, de modo que decidí llamar al chófer de Ceheguín (difícil pronunciación), pueblo rival de Caravaca según él me confesó, que me llevó hasta la parada oficial del vehículo en la plaza Nueva o del Progreso y me aposenté en la terraza de un bar atendido por un paisano del conductor, un joven simpático y dicharachero. Allí esperé a mis amistades que volvieron antes de lo previsto. Allí se debatió si comer en Caravaca o hacerlo durante el trayecto de vuelta a Córdoba, decidiendo -finalmente- hacerlo en el albergue, antes de partir y para aprovechar los embutidos sobrantes de las etapas precedentes. Dejamos el albergue sobre las 16 horas. Quedamos en encontrarnos en Torreperogil, en el mismo bar donde desayunamos el primer día y dónde Francisco tenía su coche. Hasta allí habíamos atravesado pueblos jamás visitados por mí y que orlaban los bordes de las sierras de Segura y Cazorla: Puebla de don Fadrique (dónde Luis R. se echó una siestecilla), Castril, Huéscar o Quesada. Paisajes espectaculares con el macizo de Sierra Mágina al oeste. Habíamos quedado en reencontrarnos en Torreperogil, en el mismo local del desayuno inicial. Tomamos un refresco tras lo cual Francisco se despidió para ir a su pueblo y los demás emprendimos la vuelta a Córdoba. Llegué a mi casa a las 10 de la noche, con el consecuente bofetón de calor que me esperaba tras los frescos días serranos que habíamos disfrutado durante una semana. Fin de trayecto.

Despedida en Torreperogil


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12.7.24

MÁS CAMBIOS Y FINAL EN MONTORO (Autobiografía 26)

 

Construcción del nuevo instituto
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El cambio de siglo y milenio trajo más novedades al I.B. Santos Isasa. Por encima del olivar que se abría a las aulas, en el llamado Cerro del Águila, se empezó a construir el nuevo instituto. Un edificio  funcional, adocenado, despersonalizado, con una entrada escueta y muy lejos de la majestuosidad de la doble escalinata y la piedra molinaza característica de la zona del anterior edificio, si bien, en una concesión de los arquitectos, las paredes exteriores revistieron de una molturación de la coloración rojiza de la molinaza. El nuevo jardín, a la derecha de su entrada, quedó reducido a un espacio “zen” del que ya no se tendría que ocupar mucho A. Buitrago, la siempre amable y servicial conserje, ni su familia, que con tanto mimo y entrega se habían ocupado del  esplendoroso jardín anterior, siempre exuberante y florido. Su vivienda, supongo que más confortable, se ubicó en el corner de la entrada, tras el soso jardín.

El nuevo edificio, aunque planteado como algo moderno, acorde a los tiempos y las nuevas leyes educativas, presentaba algunos inconvenientes; en vista de lo cual pienso que los arquitectos modernos, antes de diseñar un centro educativo (también esta opinión vale para cualquier edificio público) deberían pasar, obligatoriamente, algunos meses en un centro escolar antes de acometer el diseño de otro nuevo. El nuevo edificio contaba con amplios pasillos acordes con la nueva normativa educativa en la que se contempla mucha movilidad del alumnado, ya no estabulado como en la concepción de antiguos regímenes y tan nefasta.

Los Departamentos Didácticos  (excepto los de Ciencias: laboratorios, etc.) vieron sus espacios reducidos al mínimo, como como ocurrió con el mío (Geografía e Historia) y, de ninguna manera, podían funcionar como aulas-seminario, ese ideal. Ciertamente el nuevo centro contaba con espacios nuevos, como una sala para la AMPA y otra, también de fábrica, para la asociación de alumnos. Pero, tiempo todo eso fue arrasado por la falta de espacio; en parte por la expansión del Departamento de Orientación y en parte por la alergia de la junta directiva a que hubiese sedes de asociación de madres/padres y alumnos. Y el S.U.M. deplorable, a pesar de haber sido liberado de su uso como gimnasio. Eso sí, contábamos con un aula multimedia que yo aproveché para las clases de Historia del Arte ya que me permitía no tener que andar con el proyector de diapositivas de aquí para allá. Luego el centro fue nombrado TIC y todas las aulas dotadas de ordenadores que acabarían de aquella manera… Pero, en fin, también me apunté a las TICs o NN.TT. y formé parte de su equipo, dedicado más a resolver incidencias técnicas que a fomentar didácticamente estas importantes novedades. Igualmente se implantó allí la ESA (Educación Secundaria de Adultos) en la que también participé, siempre ávido de novedades y experimentación. Tenía que acudir dos días semanales por las tardes varias horas y, a cambio, tenía una mañana libre para ocuparme de asuntos personales en mi ciudad. El alumnado era reducido pero, en general, muy atento e interesado. Una grata experiencia el tratar con alumnos adultos. De hecho la única orla en la que figuro es con ellos; ni de Universidad ni de otros centros, porque soy alérgico a las orlas: no me gusta posar decapitado entre otras cabezas flotantes.

 


Orla Educación Secundaria de Adultos
 

Finalmente también llegó el bilingüismo en inglés, al cual igualmente me inscribí, principalmente porque su impulsor y coordinador (R. Martínez) estaba necesitado de profesorado y solo estábamos dos capacitados: P. Villalón por el área de Ciencias y yo por Letras. Esto me permitió participar en un curso de inmersión lingüística de dos semanas de duración en Londres. Muy jugosa, con clases por la mañana y la tarde y excursiones por la ciudad y fuera: Canterbury, Oxford… lugares que no hubiera podido visitar sin esta ocasión ni tan bien guiado….. Nos encontrábamos en el llamado “Año Cero” de bilingüismo, es decir, de formación y elaboración de materiales didácticos; tuvimos un lector estadounidense muy simpático y aplicado de nombre David Bissemberg con el que mantuve contacto tiempo después. Tenía dos horas semanales de conversación en inglés con él. Rafael Martínez, el profesor de Inglés coordinador de bilingüismo, consiguió un espacio donde pudiésemos trabajar los miembros del proyecto y elaborar materiales didácticos para el siguiente curso, en que comenzarían clases bilingües con el 1º de la ESO. El espacio conseguido era un pasillo de acceso al patio que estaba cegado porque no era necesario. Yo le llamaba “La Pequeña Siberia” porque estaba siempre a la sombra y en los meses de invierno se pasaba un frío tremendo, a pesar de que el bueno de Rafael se ocupó de dotarlo de calefactores, porque, como se trataba de un pasillo, no contaba con radiadores. También nos dotó de materiales: diccionarios, ordenadores, etc. Más compañeros se unieron al proyecto, como Juana Cano, Raúl Ruano, Manuel Morales y Rafael Rodero. El ambiente de trabajo era muy bueno. Yo aproveché el curso en Londres para comprar allí libros de texto ingleses, de mis asignaturas, adaptados a la edad del alumnado por venir; afortunadamente había presupuesto para ello y el coordinador no era nada cicatero. El fruto más puntero de aquellos trabajos de preparación de materiales didácticos fue un cuadernillo para el alumnado sobre un itinerario interdisciplinar por el famoso meandro del Guadalquivir en Montoro. El coordinador, siempre tan activo, logró que su edición fuese financiada a todo color por el Ayuntamiento eporense, de modo que cada alumno pudiese trabajarlo una vez se llevase a cabo la experiencia sobre el terreno. El logo y las ilustraciones corrieron a cargo de Juan Manuel Gutiérrez, profesor de Dibujo, que colaboró así, gráfica y generosamente, en el proyecto. 

La Pequeña Siberia

Una mañana de fines de mayo, al llegar al instituto, la compañera Conchi Damián, cuando yo subía las escaleras salió a anunciarme que me habían dado traslado a un instituto de mi ciudad: el IES Medina Azahara, cosa que me sorprendió y suscitó en mis sentimientos encontrados. Lo explico: yo estaba muy bien en Montoro, por los compañeros, el alumnado y el personal no docente pero, tras tantos años allí estaba cansado de la carretera, del coche. No obstante, solo concursaba a cinco centros de mi ciudad: escogidos por su cercanía a mi casa y su buen ambiente, pues no estaba dispuesto a irme a cualquier instituto de Córdoba; centros en los que podía estar desde muchos años antes por tener puntuación sobrada. En Montoro estaba mi hábitat profesional, en el que me sentía a gusto y no era cuestión de cambiarlo por cualquier cosa. Siempre he pensado que el ambiente de trabajo es lo más importante, porque pasamos muchas horas de nuestra vida en los centros de trabajo y el buen ambiente contribuye a sentirnos bien y por lo tanto a nuestra salud emocional y psíquica, tan importantes. En fin, fue una carambola, porque, previamente, yo sabía que la plaza que, finalmente yo acabaría ocupando, se la habían otorgado -previamente-  a un conocido que contaba con más puntos que yo, pero resultó que presentó su renuncia.

Con el corazón dividido, pensé que tal vez podría pedir una comisión de servicio para quedarme en Montoro en virtud del Proyecto Bilingüe en el que estaba inmerso y trabajando un año; me atraía la idea de rematar la faena. Pensé que los de Montoro me sugiriesen esa idea -la hubiera aceptado encantado- pero no hubo iniciativa al respecto; muy posiblemente por discreción y respeto por su parte: no interferir en mis decisiones personales, sin duda desconocedores de mi escisión interna. Fui agasajado con una  grata comida en Córdoba por parte de los más afines, quienes además me hicieron un obsequio muy valioso y útil, que no dejé de lucir -orgulloso- en mi nuevo y extraño destino.

 

 

 

24.6.24

Y en esas llegó La ESO, la ESA y más. (Autobiografía 25)

 

Inevitable, forzosamente se impuso la LOGSE, esa deplorable ley educativa que sigue en vigor en estos días que con otros nombres (le han cambiando tantas veces el nombre que ya no sé como se llama ahora). Con su llegada, nuestro centro, que era un I.B. (Instituto de Bachillerato), pasó a denominarse I.E.S. (Instituto de Educación Secundaria Obligatoria), o sea, una degradación pues el bachillerato no era enseñanza obligatoria, solo para quienes quisieran acceder a carreras universitarias, un alumnado, en fin, más formado y motivado. Con esta nueva ley también el cuerpo de Profesores de Bachillerato quedó degradado a Profesores de Enseñanza Secundaria, un caso excepcional en la administración estatal española en la que, toda reforma del funcionariado llevaba incluida una subida de nivel.

No sé quién eligió la desafortunada denominación -hilarante por otra parte- de ESO para esta nueva etapa educativa. Y no digamos la ESA (Educación Secundaria de Adultos). Peor lo tuvieron los nuevos centros (antiguos colegios) que por la escasa natalidad, fueron reconvertidos en IESOs en las localidades pequeñas de los alrededores. En cualquier caso el resultado fue que el bachillerato (antes de cuatro cursos) quedó reducido a solo dos (dicen que el más corto de Europa). La susodicha ESO comprendía cuatro cursos; para hacerse una idea, el 3º de ESO correspondía al 1º del eliminado bachillerato, pero las diferencias eran notables. El alumnado que llegaba a 1º de ESO lo hacía con grandes carencias, algunos hasta silabeaban al leer tras haber estado seis años en la EGB o Educación Primaria.  Menos mal que con la imposición de la nueva ley, llegaron maestros para ocuparse del Primer Ciclo de ESO. Lo cual causó algunas fricciones entre los recién llegados y los de bachillerato que ya llevábamos años en el centro, pues aquellos venían con todos sus privilegios (falsa antigüedad en el instituto) y su presencia amenazaba con desplazarnos a los que estábamos allí por oposición y concurso de traslados tras deambular por institutos de Andalucía. Así que no hubo más remedio que organizarse ante la amenaza y recurrir a abogados y finalmente a participar en la creación de una asociación -luego sindicato por razones de representatividad- que se llamó APIA (Asociación de Profesores de Instituto de Andalucía). En otras regiones españolas se produjo el mismo fenómeno y florecieron las asociaciones en defensa de los derechos de los de bachillerato.

Aparte de esto en nuestro centro, dado el talante conciliador de los miembros del claustro y la junta directiva, “la sangre no llegó al río” pues finalmente no hubo desplazamientos y acabamos trabando gran compenetración y una amistad entre todos que dura hasta hoy, ya todos jubilados.

Por aquellos años pasaron por el instituto varios profesores jóvenes y de valía, como Pedro Martínez (músico de Madrid) que provenía de lo que él llamaba el instituto Gamverroes, Olga Ovejero Larsson por su madre sueca,  que con el barullo de la ESO, abandonó su puesto de profesora de Música por oposición, para presentarse -y aprobar- las más duras oposiciones de Archiveros y Bibliotecarios del Estado y Fernando Lucio, encantador profesor de Filosofía que contaba con la simpatía de todo el alumnado.

Con el cambio de siglo y milenio se comenzó la construcción del nuevo instituto, en el contiguo Cerro del Águila. Y allí llegarían la ESA y el Bilingüismo. Pero eso lo dejo para la próxima entrega.