5.12.23

VILLANUEVA DEL TRABUCO Y ALREDEDORES

 


Patio del Caserío de S. Benito

Comenzamos el viaje saliendo de Córdoba a las 12:30. Para comer habíamos quedado con otros amigos en el restaurante Caserío de San Benito, cerca ya de Antequera  y de nuestro punto de destino: el hotel  El Capricho. Comida excelente a buen precio y en un ambiente acogedor junto a su enorme chimenea.

Tras la comida emprendimos el camino hacia nuestro alojamiento, dónde pernoctaríamos dos noches. La habitación que me adjudicaron estaba adaptada para personas con movilidad reducida como es mi caso; el cuarto de baño tenía un plato de ducha enorme, sin rebordes y con una silla ad hoc. Todo muy confortable.

Los restantes miembros de la expedición fueron llegando escalonadamente a lo largo de la tarde, para juntarnos todos a la hora de la cena que resultó sustanciosa y reconfortante. Tras ella el organizador de estas excursiones, Manolo Morales, nos obsequió a cada uno con un chubasquero con el logo del GR-7 en previsión de las posibles lluvias que, por suerte o desgracia, no se produjeron. Esperemos poder utilizarlo en próximos viajes. Sí que hizo mucho frío, pero íbamos suficientemente equipados para hacerle frente ya que estábamos avisados.

Juani plegando perfectamente los chubasqueros GR-7


A la mañana siguiente (2 de diciembre) iniciamos los itinerarios en dos grupos diferenciados en función de nuestras capacidades de movilidad: el primero, y mayoritario, para emprender otra etapa del GR-7, y nosotros para recorrer el cauce del arroyo Marín. A tal efecto alquilé un potente “scooter” que me permitió recorrerlo sin problema. Y lo hice a la empresa ADAPTA-te que me lo llevaron al hotel la tarde anterior y me explicaron su funcionamiento. 

Preparado para el sendero del arroyo Marín (foto de Pilar Ortega).

Así que, junto a Pilar Ortega, Charo, Joaquín y Eladio, emprendimos el sendero acompañados por Arancha y Cándido, nuestros excelentes guías de la empresa PINDONGOS quienes nos fueron explicando diversos aspectos de la zona muy instructivos. Fue una mañana fría y neblinosa en la que solo pudimos disfrutar del sol ya casi a mediodía, pero el sendero merecía la pena. Un paisaje en el que el verde de la vegetación perennifolia contrastaba con el amarillo de los árboles de hoja caduca y la bruma que atenuaba u orlaba peñascos y montañas. Además el arroyo portaba agua, si bien escasa.

Por el arroyo Marín

Una vez terminado el recorrido, de ida y vuelta, subimos a la furgoneta para dirigirnos al punto de encuentro con el otro grupo, para tomar conjuntamente el picnic de almuerzo en el Hotel Las Pedrizas. Entonces se había despejado el cielo pero el frío arreciaba, acentuado por el fuerte viento. Tras ello nos dirigimos a visitar Archidona. Desde lejos vimos su monumental Alcazaba, pues no quedaban suficientes fuerzas para subir su empinadas y prolongadas cuestas. Jesús -el otro guía- nos explicó cosas de la localidad, entre ellas -¡no podía faltar!- el asunto de su cipote, episodio que tuvo mucha repercusión gracias al libro de Camilo José Cela y posterior película. Alguien sugirió que se podía erigir un monumento a tan priápico miembro y su gesta. Proseguimos callejeando y llegamos a un convento de las Monjas Mínimas, de clausura, en el que -a la vuelta y torno de por medio- adquirimos dulces artesanales elaborados por las enclaustradas. Yo compré dos “Peces de Navidad”, grandes piezas de mazapán con esa forma. Tras ello continuamos hacia la bella plaza ochavada que encontramos muy animada, y ruidosa por las celebraciones navideñas. En ella visitamos  un restaurante con cuevas excavadas en la roca (al parecer una antigua iglesia rupestre). Después nos dirigimos al monumental edificio que alberga al instituto Barahona de Soto, distinguido escritor del siglo XVI al que yo tenía por egabrense pero que era lucentino. Retornamos a de noche y pudimos disfrutar de la bella estampa de la alcazaba iluminada y una gigantesca estrella de luces artificiales en uno de sus extremos que le hacían parecer como un cometa: la Estrella de Belén.  Luego retornamos al hotel para descansar de la larga e intensa jornada y posteriormente tomar la opípara y reconfortante cena caliente. 

El domingo 3 amaneció con una fuerte escarcha que blanqueaba cultivos, hierbas y tierra porque habíamos llegado a los dos grados de temperatura mínima. La niebla era más suave que el día anterior.

Barrio de Los Villares

El grupo principal partió pronto para continuar con el GR-7. El resto nos dirigimos a la localidad de nuestro hotel, que se encuentra junto a la autovía hacia Granada y distante del núcleo urbano pocos kilómetros y del que nos sorprendió su belleza, totalmente desconocida para nosotros. En primer lugar paramos en un mirador junto a un pinar, desde el que se dominaba toda la localidad extendida a sus pies y las sierras circundantes y que cuenta con paneles explicativos, abundantes en todo el pueblo y sus parajes. Del mirador bajamos al barrio más antiguo y pintoresco: el de Los Villares, con sus pulcras y empinadas callejuelas llenas de macetas y llamativos murales. Precioso y con gentes amables. De allí descendimos al centro urbano y nos dirigimos a la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores de la que solo habíamos visto su austero y blanco campanario con el cuerpo superior octogonal. En la puerta un fraile franciscano nos explicó que originariamente había sido una ermita de Santa María Egipciaca; penetré en su interior, igualmente austero pero con gracia, de una sola nave en la que destaca la cúpula previa al altar que en su fondo presenta un sencillo retablo. A continuación nos dirigimos a la plaza principal (El Prado o “El Prao” para los lugareños) amplia, soleada y peatonal, y en la terraza de unos de sus bares mis acompañantes tomaron infusiones y yo una copa de anís dulce, para rebajar la tostada de chicharrones que me había zampado en el desayuno, como siempre hago cuando visito esta zona. Y es que tengo mis vicios, pero también sé reprimirme en cuanto a comidas grasas y dulces, cosas ambas que tanto me gustan. Luego paseamos por la ribera del Guadalhorce, canalizado para evitar inundaciones pero que presentaba escasísimo caudal, dada la sequía imperante, salvo un pequeño remanso con patos, creado artificialmente mediante una escueta represa o azud. Al terminar el paseo junto al río, volvimos a la furgoneta que nos llevó, entre pinares, hasta la Fuente de los Cien Caños  (allí escuché a otros visitantes que decían que eran 101 o 106; yo no los conté, pero me acordé del chiste de los 1.001 indios). Y en ese paraje, en lo que debiera ser un espectáculo acuático, no vimos ni gota de agua y ni siquiera verdina, como dijo alguien ¡Otra vez la maldita sequía!


 
Iglesia de los Dolores y Remanso en Guadalhorce 

Fuente de los 100 Caños


De allí partimos hacia nuestro punto de salida para descargar el scooter y soltar el remolque que lo transportó. Allí nos esperaba la furgoneta que se lo llevaría, pues ya expiraba nuestro periplo por la zona. Los demás regresaron a Villanueva del Trabuco , donde estaba prevista la confluencia de los dos grupos antes de la comida en el hotel. Yo preferí quedarme en éste y aproveché para tomar el sol en su terraza. Allí me abordó M. Casado, miembro del grupo, pero al que no conocía personalmente pero del que había oído hablar; y allí estuvimos charlando hasta que regresaron los expedicionarios para la comida final (a la que felizmente acudió nuestro amigo Fernando de Antequera) antes de las despedidas y partida a nuestros hogares.

¡Hasta otra!

 

N.B. 1.  En el Trabuco inquirimos a Cándido, lugareño y nuestro guía, acerca del origen del nombre del pueblo. Nos informó que había dos versiones al respecto; la primera, más castiza y serrana por ser zona de bandoleros y encrucijada de caminos, afirma que existía una venta en la que el dueño se apostaba en su puerta con un trabuco -a modo de “securata” actual- para distinguir si los huéspedes que llegaban eran gente de fiar. La otra, más histórica y menos romántica, defiende que el nombre procede de la palabra de origen francés “trebuchet”, castellaniza “trabuco” o trabuquete, una máquina de guerra similar a una catapulta, que utilizaron allí los ejércitos de Fernando el Católico durante la conquista cristiana del Reino Nazarí a finales del siglo XV. En cualquier caso lo cierto es que recientemente se colocó en el centro de la villa una escultura con un trabuco.

N.B. 2. Durante la comida y hablando de vinos (porque Felipe se había llevado el de pitarra y lo ofreció para degustar a los comensales) Jesús, el otro guía, nos dijo que solo había tres vinos malos. Pero esa es otra historia. Jocosa historia.

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