22.1.25

VIAJE A NÁPOLES (con escala en Madrid)

 

                                    Sátiro con ninfa (Mº Capodimonti)

El viaje no empezó con buen pie. Al llegar a Madrid hacía un frío atroz, ni siquiera aplacado por las estufas de sus terrazas. Llegamos a buena hora para instalarnos en el Hotel Lovers y salir a tomar un aperitivo y luego comer en un restaurante donde me pedí un guacamole que no estaba tan bueno como el de El Mundano de Córdoba, aunque el virus (norovirus) ya empezaba a hacerme efecto, de modo que no me lo terminé. Por la noche fuimos hasta la plaza de Santa Ana donde pizcamos y terminamos tomando un buen chocolate caliente.

Al día siguiente nos dirigimos al remodelado MuseoArqueológico Nacional (MAN). Muy didáctico, sobre todo en la zona de Prehistoria, antes tan árida. La zona ibérica espléndida. Luego comimos en un restaurante cercano a la Puerta de Alcalá.  Allí nos pusieron de cortesía una especie de taza con puré de lentejas caliente que resultó reconstituyente; le siguió una sopa de cebolla sustanciosa y que me vino muy bien.  El segundo plato, parrillada de verduras estupenda pero que no me pude comer ni la mitad (el virus seguía avanzando); la camarera, hispanoamericana, como casi todos los camareros que nos atendieron en Madrid, me preguntó si no me había gustado, a lo que contesté que todo era debido a mis problemas de barriga. Esa tarde, debido a mi malestar no salí, a pesar de que había interesantes  exposiciones cercanas.

             Damas oferentes ibéricas (Mº Arqueológico Nacional, Madrid.)

 

El miércoles 8 de enero partimos temprano hacia el aeropuerto en un taxi concertado por el hotel. El precio muy barato (18 €)  y la joven que lo conducía fuerte como para no quejarse del peso de mi silla de ruedas.  Llegamos al aeropuerto con tiempo de sobra y el Servicio de Atención al Cliente acudió raudo,  si bien creían que íbamos a Venezuela.  Desecha la confusión, el amable empleado nos condujo a los mostradores de facturación con privilegio por minusvalía, al igual que en el control; privilegios del estado y edad. Seguía habiendo tiempo de sobra así que desayunamos en una cafetería de la zona de embarque y luego, como descubrí que allí habían habilitado una zona para fumadores al aire libre; bajé a ella y disfruté de un cigarrillo junto a otras personas que sufrían la ansiedad de un vuelo, Me gustó que se vaya rectificando la política de acoso al fumador, cosa ratificada en Nápoles dónde, en su museo arqueológico me encontré , casualmente, con una zona  -un gran patio ajardinado- apto para fumar; al igual que en el Museo de Capodimonte en el que curiosamente estaba prohibido fumar en sus bellos y extensos jardines pero que, sin embargo, tenía habilitado en su interior un bar con terraza en la que podía fumar. Tolerancia, gracias!

  Cociendo un cerdo. Escultura romana en el Mº Arqueológico de Nápoles.
 

Al día siguiente visita al Museo Arqueológico de Nápoles, en el que, entre otras cosas (como pinturas), se exponen las piezas arqueológicas más significativas de Pompeya. Allí estuve más de dos horas viendo las obras hasta que me saturé de imágenes y esperé al infatigable Alberto. Mientras lo hacía me instalé en su cafetería y me pedí pasta con tomate que resultó blandengue, pasada, como le gusta a mi hija y que además estaba medio caliente, o sea, casi fría. Por la tarde, mientras mi amigo acudía a un concierto de una excelente soprano cubana, me aseé en la bañera de nuestro apartamento. Una decisión desafortunada pues debido al diseño minimalista moderno, confundí un grifo de agua con asidero para salir del cubículo acuático, cosa imposible para mí; así que me hube de quedar allí, como un escarabajo panza arriba, como el bicho de Kafka aunque sin movilidad. Tuve que esperar el regreso de Alberto cosa que hice practicando una nueva técnica de SPA consistente en ir rellenando periódicamente la bañera de agua caliente para no coger frío y acentuar mi gripe. Cuando, finalmente, volvió mi amigo, pude salir no sin mucho cavilar y con un esfuerzo físico que me dejó baldado, con dolores en la zona lumbar que aún me duran. 

                    Perros de Pompeya (Mº Arqueológico de Nápoles.

 

El jueves 10 de enero hicimos un recorrido por su largo paseo Marítimo. Es bastante soso con edificios lujosos (hoteles) a un lado y el mar al otro aunque sin playa, solo orillado por pedruscos blanquecinos como los de los espigones. Nápoles parece una ciudad que vive de espaldas a ese mar que le dio la vida. Tal vez en primavera o verano esa zona esté más animada.

El viernes visita al Museo de Capodimonte (antiguo palacio de nuestro Carlos III cuando era rey de Nápoles) con importantes pinturas, especialmente del Barroco. La lluvia amenazaba y subimos en taxi con toda la parafernalia para portar la silla de ruedas. Comimos en la terraza de su cafetería, en la que, con la copa de vino “rosso”, me pusieron un plato de tapas (pizzitas, etc.) que me dieron para almorzar y aún me sobró. Seguía sin apetito. A la salida la lluvia nos esperaba, así que hubimos de recurrir al taxi de nuevo.

Yo en los jardines del Museo de Caapodimonte. Foto de A. Rubio.
 

Al día siguiente subimos a ver el castillo de San Telmo y la contigua Cartuja. No entramos en  la fortaleza pues según mi acompañante no tenía interés. Desde la cercana plaza del monasterio hay unas estupendas vistas de la ciudad, pero el temporal de viento y frío no hacía grata la estancia allí. Penetramos en el cenobio otra vez gratis para ambos, dadas  mis condiciones. Allí se accede por un austero claustro menor que en su parte izquierda da acceso a la lujosa iglesia ¡Y es que los cartujos hablarían poco, pero pasta tenían un montón! Luego vimos otras estancias, como la sala capitular, el refectorio, el locutorio o “charlatorio” donde sus monjes podían hablar libremente de asuntos corrientes para luego volver al voto de silencio de su orden. También visitamos unas pocas salas La movilidad que albergaban un pequeño museo naval, en el que se conservan las lancias (lanchas) o falúas de Carlos III, además de maquetas de distintas embarcaciones de la Edad Moderna. La movilidad allí resultaba a menudo dificultosa: se ve que a los cartujos les gustaban mucho los escalones.

 

                                         Iglesia de la Cartuja de Nápoles

El domingo fuimos a visitar el Duomo (la catedral), un edificio de fábrica gótica sin mucho interés. Solo la capilla de san Genaro (cerrada a esa hora) aunque visible desde su reja y la monumental cripta que contiene la vasija con los huesos del mártir que nos pareció protector ante nuestras contrariedades; así que le encendí una vela.

El lunes  vuelta a casa. El taxista se mostró más clemente que su colega que nos trajo del aeropuerto al apartamento, seguramente porque fue contratado por la propietaria de nuestro alojamiento napolitano. Al llegar allí algún problema técnico con la silla de ruedas, resuelto el cual nos atendieron diligentemente los empleados del servicio de atención al cliente. Íbamos con tiempo sobrado pero la larga espera en la  sala habilitada al efecto nos retrasó, de modo que ya en la zona de embarque casi no nos dio tiempo a ingerir un bocadillo de mortadela estupenda  entre un también  un magnífico pan. El vuelo de Iberia volvió a despegar puntualmente y llegar a Madrid quince minutos antes de lo previsto, así que nos hicimos la ilusión de adelantar el AVE hasta Córdoba. Sin embargo al llegar a Barajas pudimos recoger las maletas, pero la silla de ruedas no aparecía; ni la mía ni la de un italiano que venía en el mismo vuelo, así que retraso luego aumentado por una retención por obras y hora punta; de modo que llegamos con tiempo para el tren contratado, que llegó a Córdoba también antes de lo previsto. Fin de la aventura internacional. 

 

MÁS FOTOS: AQUÍ 

 

 

No hay comentarios: