Dentro del Programa de Turismo Social del IMSERSO tuve la
suerte de que, junto a otros amigos, me concedieran una estancia en el Hotel Best Mojácar. Me incorporé un día después con mi amigo Felipe por razones
familiares similares de ambos. Allí nos esperaba Luis que había llegado en
plazo.
Salimos de Córdoba a las 9 de la mañana, y tras una parada
logística, arribamos a las 13:30 a nuestro alojamiento, con hora sobrada para
tomar el almuerzo en su bien surtido buffet. Durante el trayecto de ida vimos
la nieve al pasar por el Puerto de la Mora, cubiertas sus laderas de blanco y
con terrones de nieve en los arcenes. Allí el termómetro marcaba 4º,
temperatura que fue subiendo a medida que avanzábamos por el desierto de
Tabernas y luego bajando hacia la costa.
El hotel, de 4 estrellas, junto al mar, estaba muy bien, con
piscina, terraza en su bar, gimnasio y SPA (éste de pago). La habitación con
dos dormitorios, hall, cuarto de baño con bañera -cosa que me alegró- ya que se
me puede considerar “el tonto de las bañeras” por mi afición a ellas y que dados
mis problemas de movilidad las prefiero a las duchas, en las que he de asearme
de pie y me siento inseguro e incómodo. También disponíamos de una amplia
terraza en la habitación con vistas al norte y desde la que se podía ver el
pueblo de Mojácar, que me recordó a Zuheros por encontrarse en la ladera de las
montañas que lo coronan; y también a un belén. El hotel fenomenal, pero la
barra del bar sin servicio a su contigua terraza, algo que me sorprendió en un
establecimiento de su categoría. No obstante, su personal me atendió
adecuadamente sirviéndome en la mesa. Puedo comprenderlo porque formábamos
parte del grupo del IMSERSO y era temporada baja. Además, a pesar de su
cercanía a la playa, en primera línea de costa, podríamos decir que se
encontraba bastante aislado, en el sentido de que la urbanización que le rodea
no había suficientes servicios: ni supermercado, ni cajeros, ni chiringuitos,
ni nada. Solo un chino dónde al menos se podía comprar agua para beber a un
precio razonable. Un modelo muy distinto al que estoy acostumbrado en la Costa
del Sol. Supongo que en verano, temporada alta, la cosa variará un tanto.
Este primer día, tras dormir la preceptiva siesta, estuve
leyendo largamente hasta la hora del baño y posterior cena. Avancé en la
lectura del libro que había comenzado en Córdoba, obra del antiguo alumno (hoy
Cronista Oficial de Montoro), José Ortiz, titulado Léxico, vocabulario y
lugares de Montoro. Mientras estaba en la terraza de nuestras habitaciones, descubrí que anidaban en la
terraza una pareja de golondrinas, pero en un sitio muy extraño: la junta entre
dos pilares y casi a ras de suelo.
El martes fuimos los tres a visitar la cercana Garrucha y
llegamos hasta su puerto deportivo junto al puerto industrial que presentaba
enormes cargueros de áridos (yeso). Cerca de allí nos paramos en un bar con
cerveza a 2 € que incluía tapa, muy abundante, de entre una larga y variada
lista.
Al día siguiente Felipe y yo nos dirigimos al empinado
pueblo en autobús de línea, por recomendación de la empresa con la que había
contratado el alquiler del scooter para tener movilidad y que me indicó que el
aparato no era operativo para tales cuestas. Así que solo pudimos ver su
escueto centro histórico, que resultó un “parque temático” lleno de tiendas de
souvenirs aunque con buenas vistas a los desérticos valles, si bien surcados de
carreteras, ramblas y los sobresalientes cabezos (el más cercano con presencia
de un yacimiento ibérico). Cerveza muy cara allí, y además sin tapa.
El jueves excursión para visitar el yacimiento arqueológico
argárico de Fuente Álamo en Cuevas de Almanzora. Casi frustrada: nos perdimos a
pesar de los navegadores y Google Maps. Y cuando llegamos el núcleo del
asentamiento resultaba inaccesible no solo para mi. En cualquier caso disfruté
del desértico paisaje que me recordó a los chamanes mejicanos de Castañeda.
En esos días Felipe y Luis visitaron la cueva de
Sorbas, imposible para mí, pues -según me contaron- se trataba casi de
espeleología. Yo me quedé leyendo en la terraza de nuestra habitación hasta la
cena. Desde ella no solo se veía el pueblo de Mojácar a la izquierda, sino la
sierra de enfrente (norte) cuyas faldas estaban ocupadas por una horrible
urbanización, de aspecto azteca, pero de color rojizo que contrastaba
desagradablemente con el verde de la ladera en la que se asienta. Me recordó al
malhadado Algarrobico. También se veía la calle donde se encuentra la entrada
principal al hotel, con árboles (creo que una variedad de ficus enanos)
podados en círculo con centro hueco a propósito de imitar el símbolo
prehistórico del Indalo.
Otro de esos dos días Luis visitó la geoda de Pulpí, igualmente inaccesible para mí, la entrada cara (15 €) y con reserva. Y es que los grupos para visitarla no admiten más de quince personas, y solo quedaba una plaza, la cual pudo aprovechar él.
El viernes acudí junto a Luis a un encuentro con mi antiguo alumno Álvaro Ramos, actualmente Teniente de Alcalde de Garrucha. Fue en la terraza de un café junto al Ayuntamiento. Charlamos durante una hora en la que le hicimos muchas preguntas sobre el pueblo y alrededores. Nos ilustró sobradamente al respecto. Como también sobre los sitios para comer en Garrucha. De sus recomendaciones optamos por el chiringuito (no-chiringuito) llamado Bucaray, frente al Fuerte. Allí buena comida gourmet, con tapas a 1’5 €. Compartimos una ración de las famosas gambas rojas de Garrucha; jugosas y algo dulzonas. Exquisitas en cualquier caso.
El sábado por la mañana temprano partió Felipe. Quedamos Luis y yo que nos dirigimos por la línea de costa en dirección oeste hasta que el scooter -que no se había recargado suficientemente la noche anterior- entró en la zona roja de su batería, indicando que debía retornar a hotel. No obstante, nos paramos en la terraza del Hotel Continental a tomar un refresco bajo la luz amortiguada de un sol disminuido por la fuerte calima que nos acompañaría hasta Córdoba el domingo en nuestro regreso y que nos hizo desistir de subir al observatorio astronómico de Calar Alto para contemplar el paisaje. Para entonces las nieves del Puerto de la Mora había desaparecido aunque se mantenían en las montañas circundantes y mucho más en Sierra Nevada.
En fin, como el cuadro vanguardista Calma, lujo y voluptuosidad, aunque menos de esta última. Me ha sentado muy bien.
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