El curso empezó con mal pie, poco antes de su inicio, el 9
de septiembre, murió repentinamente mi padre. Por si no fuera poco tenía que
buscarme nuevo alojamiento en Constantina ya que el chalecito del curso
anterior no estaba disponible (creo que lo habían vendido). La solución a este
inconveniente me la proporciono gentilmente el amigo Rodolfo, que había
obtenido destino en Montilla y dejaba libre su “piso de maestro” que tenía, más o menos, realquilado. Él me
ayudó a adecuar sobre todo la luz de la cocina (su estancia allí debió ser muy
austera); y ese no fue el primer problema, resuelto con él, sino que la ducha
recibía descargas eléctricas, con lo cual tenía mucho miedo a ducharme. Tal vez
un problema de humedades que era patente en sus paredes. Y también de
fontanería: un día, mientras daba clase en el cercano instituto, me avisaron de
que había una fuga de agua en mi piso, que estaba inundando el piso de abajo,
ocupado a la sazón por una maestra de Villafranca de Córdoba, cuyo hijo tuve
luego de alumno en el Instituto Santos Isasa de Montoro.
El piso estaba totalmente desnudo, de modo que hube de
proveerme de al menos dos camas. Y fue mi siempre admirado y generoso compañero
de Departamento, Antonio Serrano, el que me salvó proporcionándome dos camas y
colchones que guardaba en su trastero. Puse en sus paredes algunos posters para
alegrar un poco aquel triste y austero habitáculo, si bien muchísimo más barato
que el chalecillo del curso anterior.
En mi labor profesional las cosas siguieron bien. En ese
curso escolar impulsé la una Asociación de Alumnos -la segunda tras mi paso por
La Carlota- que no tuvo continuidad tras mi traslado a Montoro y porque el
alumnado comprometido era muy joven y ya tenían bastante tiempo ocupado con sus
estudios. A pesar de todo ello, durante algunos años, mantuve el contacto con
ellos pues me apreciaban mucho.
En ese curso tuve mucha actividad, tanto con alumnado como con el profesorado afín. Con los primeros hicimos una excursión a Río Tinto y sus minas. Y una acampada en primavera dentro del Parque Natural de la Sierra Norte de Sevilla que había que fomentar dados todos sus valores. Lo hice a través de una recién agencia creada en la localidad y llamada GEMASOL. La cosa empezó con una visita al cercano Cerro del Hierro, una antigua mina explotada por ingleses y ya en desuso, pero que mantiene una importante formación kárstica, aunque no tan espectacular como el Torcal de Antequera. De allí partimos andando por la vía verde hasta San Nicolás del Puerto (nacimiento del río Ribera del Huéznar) hasta llegar a una zona de acampada libre cerca de El Martinete. Allí plantamos nuestras tiendas de campaña, junto a una cascada. La logística alimentaria corría a cargo del cocinero de la cafetería del centro, que -al día siguiente- para el desayuno, elaboró unos estupendos churros con chocolate y café; y a mediodía un buen perol. Un lugar encantador por su vegetación y las cascadas del Huéznar .
En cuanto al profesorado a destacar la “jamonada” organizada en el campo circundante a Constantina. Aurora vino y asistió a tan grato evento. Se compró un buen jamón que se iba cortando hábilmente por dos de los participantes y de ello nos nutrimos pasando una grata jornada en el campo, tan atractivo en esa época.
Ese año el artista Espinosa comenzó a decorar una pared
(escalera) de la sobria entrada al centro. Un mosaico abstracto, gaudiniano, en
cuya elaboración participaron desinteresadamente los alumnos.
Al curso siguiente (92-93) cuando yo ya estaba destinado a
Montoro, organicé un intercambio entre Montoro y Constantina, y así lo hicimos,
aunque sin reciprocidad. Y eso que el contacto era mi amigo J. Rivera que había
ocupado la plaza de que yo había dejado libre con mi traslado a Montoro. Poco
feeling; un desastre.
No obstante, los alumnos de Constantina me invitaron en 1993
a una acampada en aguas abajo de El Martinete, por entonces convertido en
camping. Allí acudí, y estuve acompañado
por mi antigua compañera María, profesora de CC. Naturales que resultó ser
amiga de Juana Cano, estupenda profesora del instituto de Montoro, amiga y
coterránea de ella, a la que luego conocí en Montoro y con la que sigo compartiendo
amistad y encuentros. En tal ocasión
(acampada en La Fundición) prolongamos el itinerario del Huéznar y con peligro,
pues atravesamos un túnel ferroviario todavía operativo, corto, pero en el que
se encontraban cadáveres de ovejas sin duda muertas por el paso del tren en tan
agosto túnel. Una autentica temeridad de la que fui consciente a toro pasado,
para evitar subir y bajar desniveles y coger el camino más recto.
Afortunadamente no pasó ningún tren en esa corta travesía, circunstancia que
hubiera producido víctimas. Dicho tren sigue operando y lo utilicé el año 2023
en mi viaje a Mérida, para llegar a las termas romanas de Alange.
En junio de 1992, año de la Expo, recibí la noticia de que
me habían concedido traslado al IES Santos Isasa en Montoro, a tan solo 40
kilómetros de Córdoba. Volvía a mi tierra aunque con el grato recuerdo de los
dos años de estancia en Constantina. Volví allí en dos ocasiones, una -como ya
he referido- en primavera de 1993 para la susodicha acampada y, un año después, con motivo de la comida de despedida
del compañero y director Miguel Cerro, quien había obtenido destino en un
pueblo cercano a Sevilla.
Volví a reencontrarme con parte del alumnado y profesorado
en una circunstancia lamentablemente luctuosa. Y fue en la localidad pacense de
Monterrubio, con motivo del funeral del compañero José Miguel, el que fue Jefe
de Estudios, fallecido en accidente de coche.
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