El título alude al nombre del valle donde está situada
Constantina. Antes de comenzar las clases, en septiembre de 1990, me
advirtieron de que su instituto era severo en la disciplina; se trataba de un
centro pequeño (unos 250 alumnos) muy respetuosos. Pero también me habían dicho
que esa localidad se había refugiado temporalmente el nazi belga León Degrelle y había dejado su
huella ideológica en círculos cércanos y una parte significativa de la
población. Pero también acudía alumnado de otras localidades cercanas como El Pedroso, San Nicolás del Puerto o Las Navas de la Concepción…
En fin, yo llegué muy serio; tanto que diciembre era
tradición allí que los alumnos celebraban su tradicional fiesta de los "Premios
Naranja y Limón", en la que premiaban a quienes ellos consideraban el mejor y
peor profesor del año. Pero también otros “premios” materiales a otros miembros
del claustro de profesores, con cierto gracejo aunque mordaces. Y hete que me
llamaron al escenario -era en el salón de actos- del instituto y me entregaron
un collage con unos labios sonrientes y la leyenda “Sonría, es gratis” (a ver
si lo encuentro). Y no fui el peor parado, pues a la profesora de Educación
Física le regalaron unas zapatillas de
deporte nuevas, pues acudía a las clases
de su disciplina en zapatos de tacón… y este “regalo”, que la profesora
-lógicamente- no recogió, no fue el peor de los adjudicados ese día. De modo
que, desde ese momento mi faz cambió en clase y siempre me mostré con una
sonrisa sincera.
El alumnado que tuve en 2º de Bachillerato era tan bueno y brillante que acogieron con muy buena disposición la idea que les ofrecí de darles clases extra algunas tardes, ya que el temario era muy extenso -se trataba de la Historia del Arte- y yo siempre he sido una tortuga en eso de avanzar en los contenidos de las programaciones didácticas.
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