Acabo de volver de mi tercer viaje por Italia. En este caso por Roma mayormente, aunque también he visitado por vez primera Pompeya y Tívoli.
Ni mucho menos he cumplido mis objetivos para este viaje, porque la riqueza de Roma es tan grande que no se la puede abarcar en tan poco tiempo. Me hubiera gustado más gozar de paseos por ella, pero ¡a ver!, tendré que esperar una nueva oportunidad. Aunque siempre seguirá siendo esa ciudad de dimensiones y ambiente humanos, llena de grandezas del arte y rincones encantadores.
El hotel en el que nos hemos alojado estaba en pleno centro, lo que -unido al amable trato de su personal-quizá justifique sus cuatro estrellas que no llegarían a dos en nuestro país. Me ha parecido angosto, con una recepción casi inexistente y una soporífera habitación dónde era imposible reducir su alta temperatura y el incesante ruido de la calefacción o sistema de ventilación de su restaurante, o lo que fuere. En resumen, poco espacio y mucho ruido para un hotel que presume de cuatro estrellas, y que, definitivamente, se estrelló una tarde en que volví para descansar y no pude acceder a mi habitación porque estaban resolviendo un problema relacionado con el agua. No sé si el arte de los italianos es la mentira edulcorada con esa pronunciación que muchos dicen “musical”, pero sin duda me tomaron el pelo a “tutiplén” prometiéndome primero que todo estaría resuelto de 10 minutos, luego en thirty minutes, a continuación en otros 30 minutos… En resumen, que desde las 17 horas que llegué al hotel (rendido tras una larga jornada de ese turismo intensivo que abomino) hasta las 19:15, no pude acceder a la habitación tan cara que había contratado. Cierto es que el staff del hotel, una cohorte de chicas clónicas y bien adiestradas, trató de corromperme ofreciéndome primero un café o (incluso) un capuchino para calmar mi espera. Ante mi negativa, la cosa ascendió a una copa de champán que yo no pedí, y luego, tras dudar sobre mis gustos, a una tónica. Como tampoco tragué, pues como le dije a la amable, taimada y apesadumbrada recepcionista, no quería ni necesitaba tónicas ni otros brebajes: lo que quería era mi habitación (simple y llanamente eso; cosa por otra parte difícil de entender incluso para mis más preciados amigos) finalmente lo que hicieron es ofrecerme una cena gratis en el restaurantito del presuntuoso hotel. Cosa que no era sino un cebo envenenado donde los haya para una persona que viaja con amigos. En fin, que no me dejé corromper (cosa por otra parte rara en mí). Y aunque esperaba que en la factura final quedara patente tanta generosidad reparadora, la avaricia italiana dejó la cuenta como si nada hubiese ocurrido. Cierto es que finalmente descarté escribir una hoja de reclamaciones, pero la tarjetita que me han entregado con sustanciosos descuentos en próxima visitas, me suena a musiquita celestial. Quiero decir, puro vampirizar al cliente, tan típico de esos deplorables descendientes de los romanos que son hoy el marrullero pueblo italiano.
He visto obras de arte sublimes y he visitado monumentos grandiosos, pero el sabor de boca que me queda es que no he conseguido lo que necesitaba y quería hacer: pasear por las calles de Roma, de día y de noche, sin ataduras, disfrutando las grandezas que la Ciudad Eterna ofrece gratuitamente. En fin, que mi paseo por la ribera del Tíber y por el Trastevere han sido lo mejor del viaje, junto al disfrute de Campi di Fiori. Y eso que ni mucho menos pude ver todo lo quería. De modo que mis prioridades para la próxima visita (si los hados me son propicios) serán:
*La boca de la Verdad
*San Pietro in Montorio
*San Ivo alla Sapienza
*Santa Sabina
*San Juan de Letrán
*El puente Milvio…
¡Hay tantas cosas que ver en Roma…!
Avance de fotos AQUÍ
Habrá más en los próximos días.
3 comentarios:
El horario de San Ivo de la Sapienza es casi imposible, creo que los domingos solamente y tres o cuatro horas.
Creo que ese horario se debe a que es la iglesia de la Universidad.
Lo de los italianos es una pasada, desde luego son de película. Y es que luego te ponen esa carita de "yo no he sido" y se te queda un desazón en el alma que al final terminas pensando que tú eres el culpable.
Y por supuesto, un hotel de cuatro estrellas en Italia, Francia o Reino Unido, no es más de un dos estrellas en España. Eso, fijo.
Espero que vuelvas pronto por allí, porque hay tantas cosas por ver que uno se vuelve loco.
Un abrazo.
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