A través de un amigo, y de mi propio hermano, recibo por
email un escrito al parecer extracto de un libro editado recientemente. El
texto se titula “La herencia de nuestros padres” o “La generación que construyó
España” y trae como lema o aforismo la
frase “¿Quiénes son los pobres? Los nietos de los ricos”, o refranes similares.
Se refiere así a la situación actual y a la generación a la
que pertenezco: aquellos que de jóvenes trabajamos para nuestros padres y de
casados para nuestros hijos. La generación “gastro-hortera” (como dice el artículo)
que ha pasado del vino “Don Simón al Vega Sicilia sin descompresión”. Los que
tal vez hayamos hiperprotegido a nuestros jóvenes hasta casi dejarlos sin
defensas. Sin verdadera “autonomía”.
Pero no es mi intención ahora juzgar o analizar dicha
situación: “doctores tiene la iglesia” (seguro que habrá estudios sociológicos
al respecto). Si no, simplemente, rememorar parte de mi experiencia. Sin
animadversión, ni mucho menos.
Comencé a trabajar con trece años. Vi el mar por primera vez
cuando tenía catorce (junto a otros amigos en la furgoneta del padre de uno de
ellos: Julián, emigrante en Bélgica). Cuando llevaba meses trabajando, mi padre
me compró por fin un cassette de la marca Bettor Dual en la tienda de
electrodomésticos llamada SUHISA que hubo en la calle Cruz Conde de mi ciudad. Lo
pagó a plazos. Al igual que la motocicleta que compré con 16 años: una
Mobylette (el Vespino o la Bultaco Junior que me gustaban quedaban fuera de
nuestras posibilidades) que adquirí en el concesionario de esa marca sito en la
avenida de Medina Azahara. Mi jefe por entonces, Andrés López, me adelantó el
dinero que luego, mensualmente, me descontaba de las horas extras que “echaba”
antes de dirigirme al Instituto Séneca dónde iba cada día (noche), sábados
incluidos, a terminar mis estudios nocturnos de bachillerato (para eso la compré).
Hice la mili (nadie, ni fascistas ni progresistas vividores
de la teta del Estado me lo han reconocido como injusta condena ni como mérito)
y solo con 22 años pude viajar (mi pasión) unos días al extranjero (París) tras ahorrar muchos
meses. Un camping en el Bois de Boulogne.
Y era feliz…..
(Y lo sigo siendo cuanto tomo “Don Simón” según los momentos
y las compañías…).
4 comentarios:
Éramos felices, Rafa, incluso sin Don Simón. ¡Cuántas biografías semejantes podrían trazarse de gente de nuestra generación (aunque yo sea un poco mayor. Pero caísmo en el consumismo desatado y ahora nuestros hijos no son felices ni con todos los bienes materiales del mundo. ¡Y con la que tienen (tenemos) encima! De modo que ahora tendremos que seguir, si no trabajando, sí cuidándonos de nuestros nietos. Pero eso sí, igual de felices. Es lo que aprendimos entonces.
¿Y quién nos dice que nuestros hijos no son felices? ¿No son felices pasando horas en el ordenador o con el móvil? Lo que tiene ahora son otros valores que nosotros no teníamos. Pero también hemos de reconocer que nosotros vivimos en unos años algo excepcionales: desarrollismo de los sesenta (en nuestra niñez); muerte de Franco y proceso de transición (juventud); y proceso de modernización del país -años ochenta-. No seamos tan críticos con nuestros hijos, pues ellos son, como nosotros, el resultado de su momento histórico-social. Luis C. Bees
Estoy de acuerdo con "anonimo" nuestros hijos son tan felices como lo fuimos nosotros, ni más ni menos, lo nuestro es nostalgia pura de una juventud lejana. Es cierto que los hemos protegido algo más de lo necesario, pero tampoco en exceso,nosotros no les hemos comprado los coches a nuestros hijos se los han comprado ellos cuando han podido, la diferencia es que ahora lo hacen más tarde cuando empiezan a trabajar después de los estudios, eso en el mejor de los casos.
Posiblemente cuando los nuestros tengan nuestra edad también pensaran que su juventud fue mejor, creo que es la añoranza del pasado,para cada cual la suya es o fue la mejor simplemente por eso por ser la suya, única e intransferible.
Amigo Molón: debe ser poca la diferencia de edad entre nosotros y sin duda, años más, años menos, nuestras circunstancias vitales son similares y, como bien dices, semejantes a un montón de biografías de gente de nuestra "quinta". Me alegro de lo que aprendimos; me servirá para disfrutar también del cuidado de los nietos si se da la circunstancia. Incluso sin Don Simón.
Anónimo: también la generación de nuestros padres vivió años excepcionales (la República, la Guerra Civil, la negra posguerra...) y la de los padres de nuestros padres... Todas las generaciones viven épocas únicas.
No puedo estar de acuerdo contigo en tu determinismo histórico-social, que puede caer incluso en lo religioso ("Dios [o el contexto histórico-social] lo ha querido"...) Pero ya sabes que mi blog no trata de política, ni tampoco de sociología: en el post aviso de que doctores (sociólogos) tiene la iglesia... Mi escrito es solo un reflexión personal y se refiere solo a la subjetiva visión que tengo de mi generación.
Conchi: no sé como se mide la felicidad. Y me imagino que habrá jóvenes más felices y otros menos. Tampoco tengo especial nostalgia de mi juventud. De hecho casi podría decir que con más de medio siglo estoy viviendo quizás los mejores momentos de mi vida, por la sabiduría que transmite la experiencia.
Pero comprendo que os lancéis a defender lo que habéis dado a vuestros hijos, pues seguro que ha sido lo que creíais mejor. Yo también lo he hecho.
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