31.1.19

À la recherche… (EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO)



Dedicado a A.R.

Hace mucho tiempo, y poco a poco, leí esta voluminosa obra que pasa por ser una de las cumbres de la literatura del pasado siglo XX. Rompió con los moldes de la novela decimonónica, el siglo de la novela por excelencia. Ya nadie podrá hablar del siglo en que nací sin referirse a Marcel Proust; ni a la psicología o sociología de esa época en que el mundo aristocrático (en el mejor de los sentidos) fue siendo sustituido por el utilitarista y pobre (incluso estéticamente) mundo burgués, encarnado en esta novela por la señora Verdurin y sus sumisos seguidores.

Aunque mi admirado Henry Miller dice en su última obra publicada en español (pero que data de 1938) que “la naturaleza está completamente desintegrada e intelectualmente analizada” en referencia a la escritura de Proust, en esta ocasión no le creo, no estoy de acuerdo con él, porque la escritura de Proust va más allá: describe el mundo de las percepciones, las impresiones y las sensaciones que nos despiertan. Y eso es pura vida. ¿Cómo olvidar las plantas, el ambiente de “el camino de Swann”? ¿Como olvidar sus impresiones sobre Balbec y sus grises playas normandas? ¿Cómo olvidar los exóticos vestidos de la duquesa de Guermantes, que casi podemos tocar y gozar del tacto gracias a su finísima descripción? El tacto, la vista, el olfato y el oído… Aquí hay sentimientos, aquí hay disfrute. Vida. No se trata de un florero lleno de ejemplares de plástico o disecados.

Sus personajes están bien caracterizados y no son como las flores muertas de un jarrón: evolucionan, quedan claros sus cambios a lo largo de la historia. La personalidad del impecable barón de Charlus se va desmoronando; en menor grado la del enérgico Saint-Loup mientras la señora Verdurin va creciendo…

El autor tardó 14 años (1908-1922) en escribir esta obra que para mí representa un ilustrativo y enorme fresco de lo ocurrido en la sociedad europea durante la transición del siglo XIX al XX. Sin duda hay otras novelas u obras históricas que nos pueden informar sobre los cambios operados, pero ninguna con la minuciosidad y elegancia de Proust, sin “espíritu” apenas. Y es que para describir una época no bastan fríos datos; hay que penetrar en el corazón de esos tiempos. Y esto el autor lo hace muy bien, inigualablemente  bien, de ahí su grandeza.

Parece ser que Proust se basó en varias personas reales para componer cada uno de  su personajes, y que solo Swann es de una pieza.

Nadie espere que esta magna y extensa obra (7 tomos) sea una novela trepidante, un thriller ni nada de esas cosas que tanto abundan ahora. Es gran literatura y, como los buenos vinos, hay que disfrutarla sorbo a sorbo, sin prisa.

P.D. 1: Sé que existe un itinerario proustiano en París. Espero poder recorrerlo algún día.

P.D. 2: Enlazo vídeo con fotos del autor, su familia y personas en las que se inspiró.

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