Aunque en las dos entradas anteriores en este blog ya se ha
insinuado o mencionado algunas de las actividades llevadas a cabo, cabe
precisarlas y tratar de mencionarlas todas (perdón por los posibles olvidos).
Con carácter general hay que volver a mencionar los viajes
fin de curso, con destino a Santiago de Compostela, que duraban una semana
-concretamente la anterior a la Semana Santa- y estaban organizadas por Eladio,
que se encargaba también de recaudar fondos para ayudar a sufragar el viaje del
alumnado, mediante la venta de polvorones (intragables y que me duraban hasta
febrero) o la venta de sudaderas diseñadas por el alumnado (aún conservo y
utilizo algunas, pesar de que mi barriga ha aumentado considerablemente). El
trayecto has la capital gallega era variable: unas veces por Toledo y otras por
Salamanca; en esta ciudad charra nos solíamos alojar en el Hotel Emperatriz
(sopa de estrellitas todas las cenas) pero en pleno casco histórico, muy
próximo a la monumental Plaza Mayor, pero también a los garitos más atractivos:
chupiterías, pub Camelot (antigua ermita) o la discoteca Morgana, cuyos
urinarios masculinos estaban diseñados como abiertas bocas de monstruos que te
cortaban un poco el rollo a la hora de miccionar. Todo muy elegante.
En Santiago nos alojábamos en el Hotel México, cercano a la
plaza Rossa, zona de marcha: el pub “La Rana Verde” o la discoteca
“Liberty”. La cena la teníamos
concertada con un buen restaurante -cuyo nombre no recuerdo- que se encontraba
a la vuelta de la esquina del hotel. Allí el alumnado se dejaba su estupenda
comida en gran medida y se dedicaban a tirarse migas o trozos de pan, para
luego irse a una pizzería o un burguer para cenar comida basura. Eran jóvenes.
Allí asistí por primera -y última vez- a un "after hours”, porque, si bien el
alumnado no sabía llegar desde el hotel a la catedral compostelana, tenían
localizados todos los garitos que les interesaban ¡y sin Google Maps, ni nada
de eso, oiga! El caso es que era nuestra última noche en Santiago antes de la
vuelta -noches temibles porque los jóvenes querían “quemar los últimos
cartuchos” y ya dormirían en el autobús…-
Salimos de una discoteca a su cierre (5 de la mañana) y la mayoría
volvió al hotel, pero un reducido grupo quería seguir la marcha, así que me
presté a acompañarlos al antro en cuestión para evitar que armasen jaleo en el
hotel, cuyo jefe o recepcionista nos echaba broncas diarias a los profesores
por los desmanes de los alumnos. Y lo hice porque mis compañeros profesores (J.
Cano, A. Cabedo y Eladio) ya estaban algo quemados por haberse hecho cargo de
las noches anteriores. Así que me tocaba. El antro estaba lleno de luces
multicolores variantes que hacía daño a la vista. Y la música bakalao. Ellos
estaban felices, yo también de verlos así, aunque me animaba o anestesiaba a
base de gin tonics. El autocar partía a las 8:30, así que salimos de la ruidosa
cueva a las 8. Al salir me deslumbró un naciente sol; nunca había tenido una
experiencia similar.
En Santiago hacíamos excursiones hasta La Toja y el cercano
El Grove, donde cogíamos un barquito que nos llevaba hasta las plataformas de
cría de moluscos: ostras, vieras, mejillones… Y en trayecto nos obsequiaban con
ribeiro y mejillones al vapor. La verdad es que todos bajábamos del barco muy
contentos.
El profesorado también tenía sus actividades propias, especialmente en los días que por la tarde teníamos claustro o consejo escolar. Comidas en El Jardinito o en El Hostal Montoro (estupendo su plato de riñones). Y a veces comidas elaboras en el propio centro de la mano de Pilar L. y su módulo de Cocina: o las migas a cargo se J. Muñoz y los peroles en El Carpio en casa de Mª Muñoz. Y también con alumnos: La Fuensanta o El Carpio, cerca de la ermita de San Pedro y Las Grúas…
También se organizaban en el centro Ferias del Libro,
Mercadillos Solidarios, exposiciones y
enriquecedoras charlas de personas externas.