17.2.19

Ibiza


Cala Bassa

Elegí este viaje del INSERSO para evitar el frío invierno cordobés que tanto me daña y, de paso, conocer esta isla mítica. Ambos objetivos fallidos. Porque he pasado tanto frío como en Córdoba, tal vez por el desagradable tiempo que ha hecho, alojado en el hotel Bergantín orientado al verano, de espaldas al sol. Salvando calas, acantilados calcáreos, pinares y almendros en flor (como en el Valle de los Almendros), poco más tiene de atractivo esta hiperedificada isla fruto del descontrolado desarrollismo de los ’60 y ’70 y en la que lo que más vende es la fiesta (que si la discoteca Pachá, que si la Prestige, etc.) Y el famoseo: como los carísimos apartamentos en Ibiza ciudad propiedad de famosos y multimillonarios. Aunque la duquesa de Alba con casa al pie de una cala. Y aquí hay una cosa chocante ¿Por qué a los ricos y sus descapotables les atrae tanto una isla que en su época fue paraíso hippie? Porque de esa época solo queda un turístico mercadillo y algunas furgonetas decoradas en tal estilo y habitadas por jóvenes neohippies con wifi y tablets.

Esta isla no tiene nada que ver con la belleza natural y cultural de Mallorca o Menorca. Tierra de fenicios que siguen pasando la gorra aunque les hayas pagado el caro servicio, como las excursiones voluntarias en que he participado. Hablan de las incursiones de piratas sin reparar en que ellos son sus cumplidores descendientes. Púnicos que no han dejado de serlo.

Castillo y catedral

Mención aparte merece la Dalt Vila (Ciudad Alta, o casco histórico) de su capital, ceñida por una unas murallas renacentistas que al decir de los expertos son las mejores conservadas en la Europa de esa época. Ellas albergan la escueta catedral sin interés que ya conocía a través de Julio Llamazares y su libro Las rosas del sur. Pero esta zona también alberga adarves de sabor morisco e incluso una breve judería.

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