31.12.20

Las Piscinas de las Hadas (Episodio en Escocia)





Mientras veo una película situada en Irlanda y dirigida por mi apreciado John Ford (El hombre tranquilo), me ha venido a la memoria un episodio que me ocurrió en las Highlands escocesas en el verano de 2018.


Ese día hicimos un recorrido guiado por aquellas tierras en microbús, que incluía un corto trayecto de senderismo hasta las míticas “Piscinas de las Hadas”. Naturalmente lo emprendí. Para llegar hasta ellas había que cruzar un arroyo o riachuelo que ya venía crecido pero que, como otros excursionistas, pude sortear gracias a unas sobresalientes piedras colocadas al efecto. Llegué a “Las Piscinas de las Hadas” y fue reconfortante aquella vista, aquel paisaje, tan abundante en aguas y cascadas.


Pero a la vuelta las cosas habían cambiado: el riachuelo había aumentado repentinamente su caudal, de modo que no podía cruzarlo por donde lo hice a la ida sin descalzarme, cosa a la que no estaba dispuesto. Así que busque otro lugar más practicable por donde habían pasado exitosamente otros senderistas con mi mismo problema. De modo que lo intenté, pero mi pie se escurrió al apoyarlo en la húmeda y gran piedra que debía servirme de apoyo para dar el salto al otro lado. Entonces mis piernas se hundieron en el frío arroyo. Y la cámara que llevaba al cuello se golpeó con la gran piedra; aunque al menos no se mojó, que era lo más temía. Pero mi estabilidad en el fuerte caudal del crecido curso de agua peligraba.  Menos mal que un joven senderista que ya había cruzado se dio cuenta de mis apuros y me tendió la mano ayudándome a salir del atolladero. Y así pude subir hasta la explanada donde nos esperaba el transporte. Y allí me pude quitar la mitad de mis pantalones desmontables, los calcetines térmicos y las botas de goretex completamente inundadas. Los puse a orear mientras llegaba la hora del retorno. Pero esta seca fue escueta, y en nada ayudó el cambio de tiempo y el nublado.


Así que me subí al microbús descalzo, con mis botas, calcetines y parte baja de los pantalones al hombro. Esto regocijó a los pasajeros compañeros de viaje, hasta entonces serios y silentes. Y me gustó porque mi apurada situación les había animado. Entre ellos había una pareja de jóvenes orientales que hasta ese momento, y durante todo el recorrido, habían estado enganchados a las pantallas de sus móviles; y también una pareja mayor israelí que no intercambiaban palabras entre ellos, y un joven, tal vez británico, acompañado de lo que parecía su novia y sus padres, el cual me dirigía simpáticas sonrisas de vez en cuando. 


En el siguiente pueblo -en el que paramos para comer- encontré una tienda de deportes y adquirí unos nuevos calcetines térmicos con suela reforzada, y así continué el viaje hasta el final; entre sonrisas y alegrías de los hasta entonces circunspectos compañeros de viaje, que no me ayudaron en absoluto, a pesar de que se veía que llevaban zapatos de repuesto; pero, claro, eran gentes del frío norte o del distante oriente. Tal vez otro gallo me hubiese cantado si fuesen mediterráneos. 


Las hadas, juguetonas, además del chapuzón, solo se cobraron la batería de mi cámara, porque al golpearla contra la roca se abrió su compartimento y quedó en el arroyo. No me arrepiento; lo repetiría. 


1.12.20

FALCONER



Novela carcelaria de J. Cheever, autor estadounidense, que desconocía hasta ahora y que no ha dejado de recordarme a Milagro de la rosa de J. Genet  escrita unos 30 años antes. No estoy seguro de si se podría calificar de “realismo sucio”, aunque lo bordea. Tiene unas 200 páginas.


Falconer es el nombre de una supuesta prisión donde está recluido el protagonista, Ezequiel Ferragut, acusado de fratricidio y profesor drogadicto.


La obra de Cheever me parece más narrativa que la de Genet, esta última más lírica; aunque ambas reflejan bien los ambientes penitenciarios. Genet lo vivió en sus propias carnes, mientras Cheever solo sufrió reclusión durante unas semanas en un centro de rehabilitación para alcohólicos.


Naturalmente en la obra del Genet el tema de la homosexualidad salta a la vista. Los ambientes carcelarios, marineros, del ejército o cualquier otro grupo de hombres aislados, son propicios para el amor o la sexualidad entre varones. El autor francés hace de ello su bandera, sin prejuicios; mientras que el americano resulta más gazmoño en el tema. Y no lo digo por esta novela, en la que -por supuesto- se recogen episodios de este tipo, sino por su su biografía, los artículos escritos sobre él y las entrevista publicadas. Y es que la edición que he leído (DeBolsillo, 2018) cuenta con un epílogo muy sustancioso a cargo de Rodrigo Fresán que ayuda a conocer mejor a Cheever. La ambigüedad de este autor se pone de manifiesto en las entrevistas concedidas; es un “no, pero sí”; mientras el francés lo tenía muy claro y no se andaba por las ramas. 

Estas apreciaciones no restan valor o importancia a la obra de Cheever, bien narrada y fiel reflejo de la crudeza de la vida entre rejas. Y -por que no- sus momentos humanamente gratos. Es recomendable leerla.


Pero no deja de sorprenderme el que los críticos estadounidenses no mencionen la obra de Genet como antecedente, cosa que no debe sorprendernos porque ellos siguen considerando su país, y su joven literatura, como el ombligo del mundo. Pero bueno, esto es otro asunto…


En fin, creo que en el fondo es una novela vitalista a pesar de la situación de sus personajes, en la que también se encuentran momentos luminosos.


Dejo aquí algunas citas de la obra (entre paréntesis la página de la edición manejada): 


“Era un hombre primitivo enfrentado a un amor romántico” (p. 34)


“La obscenidad funcionaba en su leguaje como un tónico” (41)


“La soledad puede cambiar cualquier cosa sobre la tierra” (42)


“Pequeñín nunca había conocido el amor de un hombre; se sentía inseguro.” (95)


“Jody iba de jovenzuelo, tenía el aliento dulce y en la piel el olor de juventud y, al poseerlos, durante una hora Ferragut volvía a sentirse joven”. (102)


“En una mesa está este tipo joven. Es guapo, pero eso es porque es joven. Tendrá el mismo aspecto que el resto del mundo dentro de diez años.” (108)


“Así que el marica me engañó; me dio un somnífero y se largó con mi dinero”. (109)


“… la polla es el eslabón más crítico en nuestra cadena de supervivencia…” (114)


“Había aprendido del Manual del niño explorador” que la polla se le volvería larga […], y  que el jugo que se derramaba por el el agujero era la esencial del poder cerebral” (115)


“Que hermoso le parecía el alambre [de cobre]: un delgado y limpio vínculo dorado con el mundo de los vivos” (148)


“La prisa  y el optimismo impetuoso podían ser viles” (171)



P.S.: El episodio de la matanza de gatos carcelarios me ha recordado, un tanto al revés, al cuento del señor Bloompon, que tantas veces vi con mi hija cuando era niña.