3.9.14

Berlín 2014


Palacio de Charlottenburg

Llegamos al hotel Alexander Plaza de Berlín bien entrada la noche y, tras dejar nuestras maletas en la habitación, salimos en busca de un lugar donde cenar algo. Gracias a las indicaciones que nos dieron en la recepción del hotel, encontramos un kebab cercano a Hackersher Markt. Allí unos jóvenes españoles nos echaron una mano a la hora de elegir.

El primer día pleno en la capital alemana estaba dedicado a los museos: primero el de Pérgamo, que al parecer permanecerá cerrado durante 4 largos años. Síntomas de esta clausura los pudimos apreciar en el cierre de alguna sala y el embalaje de algunas piezas expuestas en el interior del santuario.

La puerta de Isthar, la entrada el Mercado de Trajano, los relieves mesopotámicos, el palacio omeya…una auténtica borrachera de buen arte; de obras cimeras en la Historia de la Humanidad. Un lujo.

Al salir pasamos por una construcción neoclásica hoy dedicada a las víctimas de la guerra, con un diseño interior cuadrangular pero que imita al Panteón romano. En su centro una Piedad moderna que apreciamos. Luego pasamos ante la fachada de la universidad Humboldt para llegar a una gran plaza donde encontramos el monumento a Schiller. En un lateral de esa plaza aplacamos sed (y luego apetito) en la recomendada cervecería bávara Agustiner.

Por la tarde nos dirigmos a la plaza Potsdam y al Kulturforum, donde accedemos a la Pinacoteca (Gemäldegalerie)  y  apreciamos el audaz edificio de la Filarmónica. A la salida del museo tenemos también la oportunidad de  ver el edificio diseñado por Van der Rohe para la Nueva Galería Nacional. Allí no puedo echar fotos porque  se me ha agotado la batería y me he dejado la de repuesto en el hotel. El edificio de Van der Rohe está arropado en su exterior por esculturas modernas: Chillida, Calder… pero ¡mi gozo en un pozo!

El gracioso muñeco de paso de peatones en Berlín Este

El segundo día volvemos a la Isla de los Museos, esta vez para visitar el Altes y el Neues (Nefertiti) Museum. Y por la noche nos trasladamos al barrio de Kreuzberg, donde comemos en una buena taberna llamada Max und Moritz y luego tomamos una copa en uno de los sitios más kitsch de la kitsch Alemania que hemos visto, concepto sobre el que después opinamos y teorizamos alegremente. Nos sorprende que haya muchos españoles, por todas partes….

En la jornada siguiente nos trasladamos en tren a Potsdam, con tan mala fortuna que llegamos hasta la ciudad de Brandenburgo, que no podemos visitar para poder volver a nuestro destino original. Y es que esto de las estaciones automatizadas está muy bien para los paisanos, pero mal para el turista que tiene que sacar un billete siguiendo las opciones de la imperturbable máquina.

Llegados por fin a la Versalles berlinesa, recorremos sus jardines pero no podemos visitar el palacio de Sanssouci porque, a la hora que es, se han vendido todos los tickets. Es hora alta y tenemos la suerte de tropezar con un estupendo lugar donde comer que me recuerda a la película Deliciosa Martha. Una pequeña recompensa en un día en que los hados no nos fueron muy favorables. Por la tarde recorremos la arquitectura moderna junto al Spree hasta llegar al Bundestag y la Puerta de Brandenburgo.

A la mañana siguiente nos desplazamos hasta Charlottenburg para visitar su palacio. De paso hacia allí contemplamos un edificio destacado de la arquitectura moderna de finales del siglo XIX o principios del XX, y un cartel del Circo Krone, que me recuerda al barrio de Santa Marina. En el palacio pago 3€ por el derecho a hacer fotos, pero cuando leo la autorización resulta que las tomas no se pueden publicar y son exclusivamente de uso privado. Visitamos el palacio, recorremos sus jardines (versión “mini” de los de Versalles pero con tabaco ornamental), entramos en el Belvedere (con su atosigante colección de vajillas) y finalmente vemos el Mausoleo, de líneas tan clásicas.

Dresde

Por la tarde nos trasladamos en un austero tren (con compartimento para 6) a la ciudad de Dresde. Para ocupar nuestras plazas, que hemos tomado la precaución de reservar, debemos desplazar a dos jóvenes con mochila refugiadas allí. Damos gracias por haber hecho la reserva no sin compadecernos de las jóvenes, aunque nos amparamos en nuestra edad y cansancio; en fin el papel inverso que otras tantas veces, en otros tiempos, hemos sobrellevado. Llegamos a Dresde pasadas las 9 de la noche, son la suerte de que el hotel (Intercity) se encuentra enfrente de la estación. Allí nos reciben y nos proporcionan un billete gratis para todos los transportes públicos en nuestros días de estancia. Tras alojarnos cogemos un tranvía que nos lleva a un desértico casco histórico, hecho que no deja de sorprendernos porque es verano y se trata de una ciudad que tiene 400.000 habitantes. Por suerte encontramos vida en una calle a la que, a partir de ese momento y por analogía con Córdoba, denominamos “calle Deanes”. Nos establecemos en la terraza de un restaurante australiana denominado “Ayers Rock”, donde disponemos de mantas y estufas cabeceras para combatir el fresco. Junto a este establecimiento hay otro restaurante español que anuncia tapas y que visitaríamos la noche siguiente.

Por la mañana del segundo día en Dresde visitamos el  Zwinger, donde saco muchas fotos. Luego recorremos la ciudad, tomamos una cerveza con vistas al Elba y acabamos comiendo en un interesante restaurante-pastelería en un edificio de estilo neoclásico donde volveríamos el día siguiente. A las 15 horas tenemos cita para visitar la ópera (la 2ª más importante después de la Escala de Milán) y resulta ser algo sosa a pesar de la guía que pone todo su interés en explicárnosla en inglés (of course!).

En Alemania los gorriones entran en las cafeterías

La mañana del día siguiente la dedicamos al principal atractivo de esa ciudad completamente devastada por la guerra: la Madonna Sixtina, de Rafael. Aunque enseguida comprobamos que esa obra está acompañada de multitud de obras maestras. Y así disfrutamos de los Cranach, Rubens, Rembrandt, Vermeer, Tiziano, Botticelli, Ribera, Velázquez… y tantos otros. Una colección no demasiado extensa pero de un gusto excepcional. Incluso descubrimos una pintura española tal vez procedente de Córdoba. A la salida volvemos a comer en el restaurante del día anterior, adonde acudimos a recoger un sombrero extraviado. Pedimos, para compartir, lo que creíamos era un “codillo” (plato típico) por emulación respecto a una pareja de ancianos que teníamos cerca, comentando como éstos se reirían de nuestra endeblez porque ellos se habían zampado sendos platos. El codillo resultó ser una especie de “gran flamenquín” compuesto por una envuelta de hojas de col bien doradas y un rellenos de carne picada, regado por una suave y estupenda salsa; en resumen: exquisito, aunque de nombre irreproducible. Luego nos esperaba “a relaxing” paseo en barco por el Elba. Y verdaderamente que fue no solo relajante, sino francamente aburrido en sus casi 90 minutos de duración. Como terapia no debe estar mal. Por suerte pudimos adelantar nuestro tren de vuelta a Berlín, donde llegábamos pasadas las 19 horas. Estábamos decididos a ir a un club de jazz a escuchar música en directo, y así lo hicimos, pero nuestros horarios mediterráneos no contemplaban la posibilidad de que próximas las 23 horas todo estuviese acabado. Tomamos nuestra copa disfrutando del amplio local, su ambiente y la música enlatada y retornamos al extraño hotel que nos correspondió en esta segunda etapa en Berlín.

El día siguiente fue de despedida y viaje. Desayunamos en nuestra cafetería predilecta (cuyo nombre no tenemos claro) y hicimos un recorrido somero aunque distante: Potsdam Platz y alrededores (Sony Center, Filarmónica, muro de Berlín…), monumento a las víctimas del Holocausto, otra vez  la puerta de Brandenburgo y nuevamente Lustgarten. Luego un taxi nos llevó al austero aeropuerto de Berlín donde seguimos nuestro traslado a España y a la rutina. Estupendo viaje.



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