Nuevamente me ha resultado muy grata. Entre otros cosas porque recoge el espíritu de los pueblos que, a lo largo de la Historia, han vivido cerca de sus orillas.
La luminosidad, la alegría de vivir a pesar de las adversidades de la existencia… Nada que ver con el cine centroeuropeo, nórdico o estadounidense, tan reconcentrados en sus reflexiones y tormentos personales, individuales, tristes; tal vez debido a su oscuro clima; no le quito valor a este cine ni a su literatura, porque la reflexión, la reconcentración, es también importante en la vida humana. Un complemento necesario a la sensualidad de lo mediterráneo.
He leído mucho sobre este mar; sobre la koiné que ha venido existiendo desde hace más de 5.000 años. Escritores como Durrell, Camus o Henry Miller se han ocupado de captar mejor que yo sus esencia vitales, vitalistas. Y espero, como agua de mayo, el próximo libro al respecto del amigo Fernando Penco; estoy seguro de que me abrirá horizontes, nuevas y valiosas perspectivas de este mar al que tanto quiero a pesar de ser yo de tierra interior (de “secano”, vamos!). Mar cantado desde Homero hasta la actualidad con Serrat incluso grupos de la Movida.
Resumiendo: la película trata de un comando militar italiano durante la II Guerra Mundial enviado en misión a una pequeña isla del Egeo. Allí quedan aislados por la rotura de su radio de campaña, aunque pronto empiezan a confraternizar con sus escasos habitantes, mujeres y niños, durante tres años. Hasta que llegan los ingleses y les informa de que Italia ha cambiado de bando en la guerra. Lo cual supone una alteración en sus vidas, a las que ya se habían acostumbrado: celebraciones, bailes, relaciones con los nativos… Pero el amor fraguado en esos años, hetero u homosexual, pervive.
¡Divino Mediterráneo!
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