Caserío de San Benito. Foto cortesía de Manuel Morales
El día 28 de noviembre los componentes del primer grupo partimos de Córdoba a mediodía para comer en el Caserío de San Benito, dónde -previsoramente- Eladio había reservado mesa para ocho y en el que tomamos un buen menú con platos elegidos por cada cual, todo abundante y exquisito en un ambiente cálido. Yo pedí una sopa de picadillo (el día, aunque soleado, era frío) y callos con garbanzos que no me pude terminar al igual que el postre incluido en el menú, cuyo precio ha subido notablemente desde la primera vez que almorcé allí, haces tres o cuatro años. Fue una buena elección teniendo en cuenta la abundante comida que nos esperaba por la noche.
Tras la reposada comida nos encaminamos hacia la cercana Villanueva de Algaidas para aposentarnos en el Hotel-Restaurante “Chovi” en el que una parte del grupo teníamos nuestro alojamiento dada su mayor accesibilidad para los que tenemos problemas de movilidad; desafortunadamente el ascensor no funcionaba, pero nos dieron habitaciones que estaban a solo un tramo de escalera. El hotel parecía recién reformado, todo nuevo, pulcro y de amplias habitaciones y -en mi caso- con gran balcón a la calle; sin embargo, la puerta de acceso general a ellas rozaba fuertemente el suelo y resultaba un tanto esforzado el abrirla (no había Recepción y se había de recurrir a una llave distinta a la de la habitación) y las luces del pasillo funcionaban regular, al igual que el agua caliente en el baño, dónde no había vaso (que solícitamente me trajeron a la habitación desde su restaurante) y el jabón para lavarse las manos solo se podía obtener desde el dispensador de gel ubicado en el escueto cubículo que ocupaba el plato de la ducha. en fin, que aquello necesita un hervor. Me dio tiempo a echar una siesta, tras la cual me bajé a leer en la terraza del restaurante y fueron llegando los expedicionarios de la segunda tanda, los cuales se alojaron en el Hostal Algaidas, algo más arriba de nuestra calle dado que en el nuestro no había sitio para albergar a todo el contingente que conformábamos el grupo.
La cena la hicimos en el restaurante de nuestro hotel, con platos variados y compartidos por cada cuatro personas. Allí Manolo Morales nos informó de los planes para la jornada siguiente en los que había introducido leves cambios de última hora.
Sábado 29-11-2025
El día comenzó mal, no solo porque yo me retrasé en el desayuno debido a mi lentitud si no también a que recibí dos llamadas telefónicas imprescindibles justo cuando iba a bajar a desayunar. Finalmente este mi retraso no resultó perjudicial para el grupo y los horarios previstos ya que el desayuno se retrasó bastante porque que solo había un empleado para atendernos a todos y -cuando llegué- solo les habían servido el café a los puntuales que estaban a la espera de las tostadas, que fueron llegando después al igual que los residentes del hostal. Así que los más perjudicados fueron los senderistas quienes hubieron de retrasar su salida al menos una hora. Y es que los del “Grupo B” no teníamos problema ya que una guía (Sandra) se encontraría con nosotros cuando le avisásemos de nuestra llegada al Museo-Belén de Chocolate. Llegó enseguida y ayudó a bajar mi silla de ruedas del coche de Joaquín y Esperanza con el concurso de Eladio. El aparcamiento del Museo estaba a tope, teniendo que dejar los coches entre los olivos en pendiente y no parando de llegar autocares y más coches. La cola para entrar era enorme, pero gracias a los buenos oficios de nuestra guía accedimos a él de forma rápida a través de una rampa lateral. Al salir nos dirigimos al cercano Museo del Turrón a través de una corta, sinuosa y muy peligrosa carretera con algún impertinente motorista al que se enfrentó nuestra guía; creo que el Ayuntamiento de Rute debe tomar medidas antes de que ocurra alguna desgracia, pues eran cientos de peatones que habían de caminar por allí. Ya en el museo Esperanza y yo solo visitamos la planta baja por problemas de accesibilidad; en esta planta se exhiben maquinaria y utensilios antiguos para elaborar turrones y caramelos; Eladio y Joaquín sí que subieron a la planta superior. Desde allí, y en coche -puesto que dichos sitios se hallan en las afueras del pueblo, en pendiente- nos trasladamos a una extensa plaza cuadrada en el centro de la localidad con parking propio en el que afortunadamente conseguimos aparcar. Allí se hallaba un mercadillo navideño y varios bares con terrazas pobladas por abundantes clientes; todo muy animado por el soleado día y la gran afluencia de público. En un lateral del cuadrángulo se encontraba el Museo del Anís Machaquito, en el que nos ofrecieron un chupito de algunos licores elaborados por esta pionera marca; allí me hice una foto en un dispositivo “ad hoc” para aparecer en la etiqueta de una botella de anís. También allí pude masticar unos granos de matalahúva, materia prima que da sabor a este dulce y potente licor. Después nos dirigimos al cercano Museo del Jamón, donde entramos gratis a Sandra y su amigo que parecía el encargado del establecimiento y nos evitó la cola para degustación de embutidos, que él mismo nos llevó a una salita con mesa en la que probamos chorizo caliente, morcilla negra y otra amarillenta. Entonces me decidí a comprar un jamón, cosa que tenía prevista para Navidad en vista del interés de mi hija y su pareja; así que aproveché la ocasión para hacerlo bajo el consejo del experto, amable y diestro encargado (Juan) quien me eligió uno de bodega que entregó envuelto en una funda negra y que parece haber salido bueno, porque al día siguiente Elena y Miguel, tras ver varios vídeos sobre su corte correcto se lanzaron sobre él y lo degustamos en la cena. Pero la historia de este jamón continuaría…
Belén de chocolate
Tras ello nos dirigimos a Cuevas de San Marcos, donde confluiríamos con el grupo de los andariegos para comer en el Mesón Mangas (mucho mejor que el cercano de la vez anterior). Tras el condumio llegó Rafael R. para recoger a Inma que no se encontraba bien. Luego partimos hacia nuestro alojamiento; nos acompañaban Mª Jesús y Fernando quien nos guió a través de una carretera serpenteante que bajaba hasta el fondo de un barranco y luego ascendía hasta el Puerto Mateo. Llegados a Villanueva de Algaidas volví a leer en la terraza de nuestro hotel (500 viajes en tren) hasta la hora de la cena, que en esta ocasión sería en el Restaurante Lorvic, ubicado en el hostal en que se alojaba el grueso de nuestros expedicionarios; allí no pudimos terminar la cena porque estábamos ahítos y renunciamos al último plato y creo que funcionaron los “tuppers”. Y allí surgió el cachondeíto de la desaparición del jamón, que había viajado en otro coche distinto al de mi silla de ruedas; no me preocupé lo más mínimo a pesar de las puyas recibidas que aludían a ladrones de maleteros de coches mediante alta tecnología cosa dudosa en un pueblo de 4000 habitantes, así que alguien sugirió que allí actuaban con perros que podían detectar jamones en los maleteros de los coches ¡Jajjaja!
Al final de la cena Manolo nos obsequió con un pañuelo azul con las etapas del GR-7 llevadas a cabo hasta ahora y anuncié mi invitación a un perol en mi casa del pueblo en agradecimiento por el apoyo moral y asistencia física para bajar y subir de los maleteros mi silla de ruedas eléctrica de 25 kg. (¡Que no es moco de pavo!)
Pañuelo GR-7 2025La mañana siguiente, domingo 30 de noviembre, durante el desayuno, que esta vez fue puntual, como estaba previsto se presentó lluviosa, así que los andariegos hubieron de renunciar a su ruta senderista y nos encaminamos todos hacia Rute. Antes de salir se produjeron las primeras despedidas de quienes querían regresar a Córdoba antes del mediodía por sus obligaciones del día siguiente. Los demás nos dirigimos a Rute y allí aparcamos muy cerca del Museo del Azúcar cuya visita hube de descartar por la lluvia y sus escalones de acceso, imposibles para mí en tales circunstancias, de modo que me apalanqué en la terraza del bar “La Espuela” dónde esperé hasta su salida del museo y luego su partida hacia la visita al pueblo. Estuve allí relajadamente mientras leía en mi "ebook" La Rebelión de Atlas, cosa que alabó el joven y amable camarero y allí esperé al grupo hasta la hora de la comida que teníamos concertada en un restaurante casi enfrente llamado El Patio, multipremiado en concursos de tapas y repleto de comensales. Los platos eran muy vistosos y apetecibles, con un servicio rápido y amable a pesar de la bulla. Me gustó especialmente el “abanico” a la brasa.
Al terminar la comida despedida final cuando el cielo se iba abriendo al sol, acentuándose conforme nos íbamos acercando a Córdoba, a la que llegamos antes de las seis de la tarde.
ALGUNAS FOTOS Y UN VÍDEO: AQUÍ



.jpg)