27.3.24

MONTORO 1 (Autobiografía 21)

 

Jardín y escalinata derecha hacia las aulas

En el verano de 1992 recibí la noticia de mi traslado docente a Montoro, al Instituto Santos Isasa en el permanecería durante 17 años. Volvía pues a mi casa de Córdoba no sin nostalgia de los buenos años pasados en Constantina, donde dejé buenos amigos tanto entre el profesorado como el alumnado y otros.

Allí me acogieron muy bien, como a otros compañeros jóvenes que nos incorporamos al centro ese año (P. Villalón, B. Castro...)  Al contrario que en los dos años anteriores el PND o PAS (o sea, la administrativa y las conserjes) resultaron muy simpáticas y serviciales. Además, como la mayoría del profesorado éramos o residíamos en Córdoba, tenían organizado un eficaz sistema de turnos de coches para trasladarnos entre aquella localidad y nuestro lugar de residencia, ahorrando gastos de transporte y tiempo. Y los compañeros allí ya establecidos a nuestra llegada eran estupendos (Juana C., Eladio, A. Cabedo, etc.) Conectamos pronto y bien. Y todo bajo el director A. Navarro, de espaldas anchas y amplia correa.

Solo lamentar que a la vez que yo se incorporó como profesor un elemento disruptivo, además en mi Seminario o Departamento de Geografía e Historia, que nos pondría en un a-prieto durante muchos años. Y no solo a los profesores de nuestra disciplina, sino a tutores, alumnos, padres, junta directiva e incluso la inspección. Una pesadilla.

El edificio era -arquitectónicamente hablando- una mezcla de organicismo y funcionalismo, las dos corrientes dominantes en el siglo XX. Con la piedra molinaza característica de Montoro, combinada con lienzos de paredes blancas encaladas. Se accedía por medio de dos escalinatas hasta el vestíbulo, en el cual el área de administración estaba entrando a la derecha y la sala de profesores y el SUM (soterrado) a la izquierda. Traspasado este umbral, dos escaleras para acceder a las aulas. Entre las escaleras un jardín que daba alegría y que estaba primorosamente cuidado por la conserje A. Buitrago que residía en una vivienda ubicada entre ambas escaleras con su familia. La alegría del centro. El acceso a las aulas eran pasillos estrechos (al uso para la época en que se construyó el edificio) pues no se contemplaba el que el alumnado intercambiase de aulas para varias asignaturas; eso vino después, como se vería en el nuevo edificio a primeros de siglo y milenio. Todas las aulas estaban muy bien iluminadas por la luz solar y con amplías ventanas que ofrecían unas agradables vistas al olivar circundante.


En la escalinata izquierda con mis alumnos de 1º de BUP (1993)


P.S.; El 92 terminó mal en lo estrictamente personal. Próxima la Navidad falleció mi amigo Claudio, que venía sufriendo una enfermedad degenerativa que primero lo había dejando ciego, aunque él seguía asistiendo al cine, que tanto le gustaba y al que seguía acudiendo a pesar de su ceguera. Buenos ratos y viajes con este bizarro amigo que no se casaba con nadie en cuanto a opiniones. Un espíritu libre. En su memoria una anécdota que nos contó de su adolescencia: cuando tenía catorce años su padre lo sorprendió fumando un cigarrillo y le preguntó ¿te gusta fumar, eh? Ea, pues ven! Lo condujo a un estanco y le compró un puro
habano, se lo puso en la boca, lo encendió y se lo hizo fumar -entre toses- íntegramente. Lo que propició que no volviera a fumar en mucho tiempo.



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