29.5.17

Doñana 2017


Puesta de sol en Matalascañas

Los días 22 y 23 de abril de 2017 tuve la oportunidad de reincorporarme a los itinerarios didácticos por los parques naturales andaluces, que tenia abandonados desde hacía años por falta de tiempo. La reciente jubilación me permitió volver a participar en estas actividades que con tanto mimo prepara el amigo y profesor de Ciencias Naturales Manuel Morales

En esta ocasión se trataba de Doñana, que ha había visitado hace muchos años, cuando era estudiante de los últimos años de carrera universitaria, de la mano del profesor de Geografía Económica Antonio Sánchez. Pero el parque es tan extenso (543 km2 ) y variado que bien merece varias visitas.

Además esta excursión permitió que me reuniese de nuevo con antiguas y gratas amistades del IES Santos Isasa de Montoro, principalmente.

Como el programa era apretado, cosa habitual en este tipo de actividades, e implicaba un madrugón considerable, además de otras cuestiones (como el regalo de varias noches de hotel con el me obsequiaron los colegas del IES Medina Azahara por la jubilación) decidí viajar hasta allí el día de antes para unirme al grupo a su llegada a Doñana. A esta mi decisión se añadió el amigo Eladio quien de este modo me facilitó el viaje hasta Matalascañas, que hicimos en su coche.

Salimos de Córdoba a una hora prudente (sobre las 11:30) y llegamos a nuestro destino con tiempo holgado para alojarnos en el  Hotel El Cortijo, que resultó fenomenal, y comer tranquilamente. Bien entrada la tarde salimos a dar un paseo por la localidad hasta llegar a la playa, donde disfrutamos de una bella puesta de sol con algunas nubes. Cenamos en la terraza de un restaurante y luego tomamos un “disgestivo” en un un pub cercano (y aburrido ese día). De regreso al hotel Google Maps nos jugó algunas malas pasadas, pero finalmente conseguimos llegar a nuestro alojamiento.

Al día siguiente desayunamos allí y tomamos el coche para dirigirnos al punto de encuentro: El palacio del Acebrón, uno de los centros de interpretación del Parque. A nuestra llegada se encontraban en su aparcamiento casi todos los convocados. Esperamos un rato hasta que se incorporaron los demás y nuestra guía, que resultó una joven y simpática bióloga madrileña con mucha correa, como demostró ulteriormente ante nuestras continuas e ingenuas chanzas no carentes de cierta picardía.

Palacio del Acebrón al fondo

Del aparcamiento hasta el palacio recorrimos un camino recto con mucha vegetación, alguna natural y otra precedente de lo que fueron los jardines de ese palacio, que debieron ser magníficos en su época de esplendor.

El palacio, en pleno corazón del Parque, fue construido en los años ’60 del siglo XX por un personaje pudiente llamado Luis Espinosa Fondevilla. Tiene aspecto palladiano, tan del gusto de la Inglaterra del siglo XVIII. Pero al acercarnos a él tropezamos con una escalinata desconcertante, pobre en su aspecto, conservación y material, en contraste con su esplendorosa fachada blanca. Allí nos dividimos en dos grupos que haríamos un recorrido circular por los alrededores y en sentido inverso, cada uno con su guía. Me añadí a la que comandaba la susodicha chica. Comenzamos volviendo sobre nuestros pasos y nos encontramos con un “boliche” que, nos explicó, eran apilamientos de madera para hacer hornos de carbón, práctica habitual de los antiguos moradores de estas tierras.  Luego recorrimos pinares dentro de un sendero bien cuidado que albergaba muchas especies de la flora autóctona: helechos de varios tipos, zarzas, lirios amarillos silvestres… Y turberas dado lo pantanoso del terrero, atravesado por varias ¿algaidas? o vaguadas surcadas por pequeños cursos de agua.

Pasamos por una reproducción moderna de una de las chozas que fueron  vivienda de los tradicionales habitantes de la zona, en las que destacaba su techumbre a base de plantas cuyo nombre no recuerdo pero que al día siguiente veríamos vivas en el Camino del Rocío. Llegados a este punto nos cruzamos con nuestro otro grupo que hacía la ruta inversa. Y después nos encontramos con un árbol singular, creo recordar que se trataba de una encina centenaria con un tronco de notables dimensiones. Más adelante nuestra guía nos propuso un juego: debíamos ir en hilera, cogidos  por los hombros pero con los ojos cerrados… La experiencia no resultó catastrófica como me esperaba, y es que yo me lancé a ser el primero de la fila sobre una pasarela de madera entre un desnivel considerable respecto al río, si bien protegida por vallas de madera. Al terminar el juego nuestra guía nos mostró la señal marcada en un árbol del nivel alcanzado por el río en su última crecida: ¡Una barbaridad!

Enseguida completamos el circular recorrido avistando la ermita del palacio, contigua a él y ahora cerrada. Por lo visto tenía símbolos masónicos como los siete remates o candelabros que coronaban su tejado. Al parecer su propietario era miembro de la masonería. No acerté a descubrir otros símbolos masónicos en el interior del palacio, ni en su azotea. Por ejemplo, en su gran comedor los techos estaban decorados con dos frescos: uno el de la Creación del Hombre tomado de la Capilla Sixtina (Miguel Ángel) y al otro lado El rapto de las hijas de Leucipo, de Rubens.

Tampoco me resultó satisfactoria la explicación del porqué se habían laminado los rostros de dos grutescos de su uno de sus grandes muebles de madera. Tampoco me satisfizo la explicación de la decapitación del águila que coronaba todo el palacio: según la guía fue para que no pudiese ver mejor los territorios que dominaba su dueño que él mismo ¿? Este propietario que organizaba grandes fiestas (a veces de mala fama) y cacerías, acabó, según nos contó la guía, arruinado pasando sus últimos días albergado y cuidado por uno de sus antiguos empleados. Una historia trágica que merece ser estudiada con detenimiento.

Terminada la visita nos dirigimos a una zona cercana preparada para tomar pic-nics (o “hacer un perol” que diríamos en Córdoba), con mesas y bancadas de madera, se encontraba cerca del Centro de Visitantes de El Acebuche. Luego retirada al hotel para descanso y reanudar la actividad sobre las 17:30, con un recorrido senderista que comenzaba en la Laguna del Jaral para llegar a los acantilados de Matalascañas atravesando dunas elevadas.

Flores en el borde del acantilado de Matalascañas

Durante este recorrido, fuertemente ascendente al principio, se nos explica la flora característica que nos vamos encontrando: “lágrimas de no sé que reina”, enebros … Y algunas muestras de la vida animal: huellas, excrementos (de zorro), trampas cónicas en la arena de alguna especie de hormiga o araña ???. Al llegar al acantilado (impresionante), apreciamos una especie de “duna fosilizada”; en el panel informativo que existe se habla de “tubificación” por las acanaladuras existentes en este acantilado entre la superficie en que nos encontramos y la playa, a 15 o 20 metros de desnivel y que son fruto de un tipo de erosión. Alguno de nosotros intenta deslizarse por una de estas acanaladuras, la más amplia y practicable, que además cuenta con una cuerda, nuestro compañero llega hasta la mitad entre las voces que se preocupan del peligro. Me siento tentado de intentarlo, porque el rappel no es un problema para mí. Pero sí lo es la subida, pues no estoy seguro de mis debilitadas fuerzas (falta de ejercicio) para trepar después por la cuerda. Y no quiero montar un espectáculo y que al día siguiente aparezca en la prensa como titular: “Sexagenario rescatado por un helicóptero en Matalascañas”. Un cuestión de estética.

Retornamos, cuesta empinada al principio, pinos con líquenes verde limón y un mar de pinos en la llanura que nos espera. La guía nos propone “El juego de la perdiz” pero, sin oponernos explícitamente, somos conscientes de que nuestros espolones son mayores que los de un pavo real. Sin embargo, y como homenaje a nuestra estupenda guía, Eladio canta “El tomate”.

Regreso al hotel, allí telefoneo a la familia y después del aseo partimos hacia la el “Restaurante Matías”, donde nos espera una exquisita y opípara cena en un gran salón que ocupamos solo nosotros. Muy grata la sesión conversando entre amigos y recordando otros momentos de convivencia. Al terminar todo el mundo está extenuado, sin ganas de copa. Y regresamos al hotel siguiendo el camino en ángulo recto que transcurre paralelo a la carretera, más largo pero también más claro que el dédalo que Eladio y yo recorrimos la noche anterior. Al llegar al hotel todo el mundo se recoge. Y es que estamos agotados y nos espera la jornada siguiente.

Ésta empezó con el traslado hasta la aldea de El Rocío. Cuando llegamos allí, temprano, todo es calma. Nos distribuimos en vehículos todoterreno y comenzamos el recorrido del camino y su polvo/s (3) en dirección a otro centro de visitantes, nuestro próximo objetivo. Nos sigue acompañando la guía del día anterior, al menos en el vehículo en que me introduzco. Atravesamos polvorientos pinares hasta hacer una parada junto a una zona pantanosa llena de las plantas usadas en las chozas (una especie de juncos) y poblada por multitud de inquietos sapitos que cuidamos de sortear con nuestras pisadas. Vuelta a los vehículos y comienzo de un terreno inundado donde avistamos muchas aves, bien buscando alimento, bien en vuelo: varios tipos de garzas, “moritos” (una especie de ibis oscuros que volaban en grupo con forma de V con largo y  curvado pico). A lo lejos, en el horizonte, se distingue una franja rosada de decenas de flamencos. Y así llegamos al Centro de Visitantes “José Antonio Valverde”, donde tenemos un reposo con buenas vistas y algunos pueden tomar un café, pues la cafetería está ocupada por un grupo de jóvenes extranjeros con los que nos hemos ido alternando en el mismo trayecto.


Paraje acuático cercano El Centro de Visitantes "J. A. Valverde"

De regreso, y muy cerca del centro, hacemos una parada en una paraje acuático al parecer muy apreciado por los fotógrafos de la avifauna. Hay mucha agua, con ranúnculos y lentejas de agua y, al parecer, nidos de aves en sus orillas protegidos por la vegetación. Una extensa llanura donde se alternan agua, tierra arenosa y vegetación. Y regresamos a El Rocío, donde termina nuestra excursión y que a esas horas está repleto de gente, autocares y coches. Con bares atestados y un mal servicio. La aldea ha crecido mucho, muchísimo, en comparación con la que yo conocí en el año 1983 o 1984 cuando solo había algunas casuchas de hermandades y similares y nada de gente. El ambiente es caluroso, húmedo y polvoriento. Nuestros guías nos despiden en su tienda de souvenirs y luego nos dirigimos en coche hacia el restaurante elegido: “Punto de Encuentro”, que nos cuesta encontrar por el enorme crecimiento de la aldea, ahora con varias plazas parecidas y muchas y sólidas edificaciones nuevas. Menos mal que el restaurante estaba reservado, porque la masificación llega hasta allí. Es verdad que es domingo, pero se trata de un domingo cualquiera y, sin embargo, el santuario y sus alrededores están atestados de gente.

En el restaurante comemos bien en su terraza mientras contemplamos un pequeño grupo de jinetes que toma copas de vino desde su caballo, atado a una estructura de madera en las lindes de la terraza similar a las de los bares de los westerns. Del grupo me llama la atención un caballo con los ojos azules así como un jinete acompañado, también a caballo, de dos preadolescentes que parecen sus hijos.

Llega la cuenta y las despedidas. Ahora cada cual volverá a Córdoba a su ritmo. A veces nos alternamos por la carretera. Yo regreso en el coche de Eladio junto a Manolo Zurita. Me acercan al paseo de la Ribera sobre las 18 horas. Fin del viaje.


P.S.: Como esta crónica pretende ser lo más “interactiva” posible, sobre todo dadas sus carencias, os agradecería plasmaseis en los comentarios los nombres (científicos y vulgares) de especies animales y vegetales que pudimos ver durante los recorridos y que yo he olvidado. Al fin y al cabo esta una crónica en construcción, colaborativa, por lo que se puede ir enriqueciendo con vuestras valiosas aportaciones. Gracias.


MÁS FOTOS AQUÍ

3 comentarios:

juana cano dijo...

Genial el relato y lo mismo las fotos. Gracias, Rafa, por compartirlo con nosotros.
Bonitos recuerdos de ese fin de semana entre amigos.
Gracias por tu generosidad al compartirlo. Un abrazo

juana cano dijo...

Genial el relato y lo mismo las fotos. Gracias, Rafa, por compartirlo con nosotros.
Bonitos recuerdos de ese fin de semana entre amigos.
Gracias por tu generosidad al compartirlo. Un abrazo

Rafael Jiménez dijo...

Gracias Juana por tus palabras. Que además son el primer comentario que he recibido al respecto hasta ahora, si bien por duplicado ;) porque es mejor doble que nada! Bueno, ya sabes lo guasón que soy!. Yo lo pasé muy bien con vosotros y mi crónica es solo un pequeño recuerdo de esas gratísimas jornadas. Lo único que te pediría es que cuando puedas (sé los agobios y múltiples ocupaciones que tendréis ahora a final de curso) me ayudes a ponerle nombre a alguna de las especies que cito o he fotografiado. Ya lo he solicitado a otros amigos/as acompañantes pero comprendo que no es un buen momento para peticiones. Un abrazo.