8.12.14

PARS PRO TOTO (La parte por el todo). La huella de la biología… III



Continúo con otra entrada referida al libro de Walter Burkert La creación de lo sagrado. La huella de la biología en las religiones antiguas. Es la tercera y el asunto al que principalmente se refería mi amigo Molón Suave en su blog.

Se trata de que (a menudo) nos vemos obligados a sacrificar la parte (una parte de nosotros) por el todo (la vida). La castración ritual puede ser un buen ejemplo de esto; y si queremos una prueba en la biología, ninguno más claro y cotidiano que el de las lagartijas, que no dudan en desprenderse del rabo para deshacerse de su perseguidor o depredador.

En fin, que la renuncia, a veces, nos permite sobrevivir.

Otro ejemplo que nos ofrece el autor del libro es el caso de Aristides, a quien un dios se le apareció en sueños para avisarle de su muerte en el un plazo de 3 días (página 73). Pero el dios le avisó la forma de evitar tal designio: realizar una serie de ceremonias… “y cortar una parte del cuerpo con el fin de salvar el todo”. No obstante, el dios, benigno, permitió algo sustitutivo para este trabajoso o violento sacrificio: dedicarle el anillo que llevaba. Y esto último nos remite a una obra más moderna como es El Señor de los Anillos, con la renuncia que debe hacer el héroe al final, que se asemeja a versiones anteriores de la Odisea (pág. 76).

El autor sigue abundando en ejemplos, como este tomado de James George Frazer: “En Tonga, en las Islas Friendly, era práctica común cortar un dedo o un pedazo de dedo como sacrificio a los dioses por la recuperación de un pariente de mayor rango que estaba enfermo”. O como las “mujeres hotentotes y bosquimanas cortan una sección del dedo de su hijo, especialmente si un niño anterior había muerto” para proteger la vida de este segundo hijo (p. 77).

En algunas de las famosas cueva paleolítica hay impresiones de la manos de personas que aparentemente trataban de entra en contacto con lo sagrado o de dejar una marca de su presencia. En una cueva algunas de esas manos están claramente mutiladas, y se ha supuesto que ya en esa época había algún tipo de sacrificios de dedos”. Un ritual que por lo visto ha sobrevivido hasta el siglo XX.

Sin embargo, parece que a partir del IV milenio A.C. los objetos de arcilla encontrados “muestran que ya entonces los dioses eran suficientemente benévolos para aceptar sustitutivos, como Asclepio hizo con Aristides. En la India, después de la prohibición del ritual por el gobierno británico, en ocasiones concretas la gente cortaba ceremoniosamente secciones de dedos hechos de masa, cumpliendo así con el ritual mediante el simbolismo” (pág. 79).

Y más modernamente “En nuestra civilización es común el consejo de dejar que el asaltante se lleve la cartera antes que correr el riesgo de recibir una puñalada o un balazo, arrojar por la borda parte de la carga de un barco durante una tormenta era una práctica común […]

Arañas que tienen patas que se rompen con facilidad, aves que puede “pelarse de terror”, zorros que se cortan con sus dientes la pata presa en una trampa, etc. son claros ejemplos de cómo “La perdida menor se compensa con el simple hecho de sobrevivir” (pág. 81).

8 comentarios:

Alberto dijo...

Muy interesante la idea del sacrificio apaciguador. Eso me lleva a pensar en dos estadios posteriores del “desarrollo biológico” del pensamiento religioso.
• Uno: el estadio en que el sacrificio de lo más querido no expresa ya afán de supervivencia sino sumisión a la voluntad divina. Es el caso de Abraham e Isaac, con un padre a quien resulta más dolorosa la pérdida del hijo que la de la propia vida.
• Otro: la idea del sacrificio de uno mismo en beneficio de la comunidad, a la que debemos tantas acciones de admirable generosidad y valentía, desde el principio de los tiempos, que han sido justamente santificadas por la religión. Es la idea del héroe, tantas veces divinizado, del Cristo Redentor.

Rafael Jiménez dijo...

Estimado Alberto:

Hay un apartado en este libro que trata del “Sacrificio expiatorio” y que todavía no he abordado a pesar de su relación con el tema de esta entrada. En esa página del libro se cita el caso de Jefté, juez de Israel obligado a sacrificar a su hija por un voto hecho antes de su victoria en la guerra. Casos similares se encuentran también en esta obra que has leído: Ifigenia y otros…

El caso de Abraham resulta aún más dramático por innecesario y brutal. Al menos los arbitrarios dioses griegos seguían una lógica (la razón), pero para el dios de los hebreos y cristianos la crueldad es irracional: no responde a ninguna promesa, ni petición, ni deuda que pagar: me parece pura soberbia y sadismo por parte de la divinidad. Te recuerdo literalmente lo que dice Burkert en la página 266:

“La narración que ha sido ampliamente considerada como la fundación del sacrificio en las tradiciones judía, cristiana y musulmana, el sacrificio de Isaac, no es una historia de dar para expresar una familiaridad mutua, sino de ceder todo bajo amenaza. Dios plantea su exigencia sin explicación y sin ninguna promesa de compensación. Abraham debe “dar” destruyendo lo que más quiere. Al final la pérdida es modificada por sustitución, un carnero…”

En cuanto al sacrificio de Cristo, como el de otros héroes, como tu señalas, tiene más tela que cortar, y no es cosa de resolverlo en dos líneas. Siempre me ha sorprendido un
Dios (en aquel contexto de dioses tiranos) que se sacrifica a sí mismo, y también el miedo y casi la renuncia a su propio sacrificio cuando llega la hora de la verdad. Sin duda, por decirlo en términos actuales y cierta jocosidad, eso debió tener un “tirón” de público tremendo.

Alberto dijo...

Bueno Rafa, yo no trataba de hacer un juicio a Dios, sino de observar distintas posibilidades de comportamiento humano ante el hecho común del sacrificio. Me parece que hay un hilo conductor muy claro, en la organización de las sociedades antiguas, entre el sacrifico para asegurar la supervivencia y el sacrificio realizado en beneficio de la comunidad (el de Ifigenia, la hija de Jefté o los primogénitos sacrificados a Baal). En ambos casos se acude a los dioses para cumplir un deseo. No ocurre así en la historia de Abraham. En ella asistimos sólo al sometimiento y abandono personal ante lo que es demasiado grande para ser comprendido, pero en donde se ha colocado el sentido de todo. Me parece que por primera vez se introduce el tema de la “fe”, es decir, la relación del individuo con lo Absoluto, en busca del sentido de su vida. Kierkegaard lo expresa de manera inolvidable en su libro Temor y Temblor. La diferencia cualitativa con todo lo anterior es inmensa.
Que los mejores logros culturales en todas las sociedades y épocas provienen del hecho de que el ser humano sea la única criatura para quien el sentido de la vida se erige en un valor superior a la propia vida, es una evidencia cuyo valor no disminuye por el hecho de que esta aspiración haya sido pervertida a menudo por quienes han detentado el poder. No es indispensable situar en Dios el destino humano, pero sí es necesario creer en algo. Como afirma Zygmunt Bauman en el libro que me dejaste, la esterilidad cultural de nuestra época, capaz sólo de un saber “tecnocientífico”, proviene precisamente de la deriva en que nos encontramos.
Respecto al tipo de sacrificio heroico, es verdad que no debí haber incluido a Cristo como ejemplo. Siguiendo de nuevo a Kierkegaard, entiendo que el espacio del héroe es el de la ética, el de lo general y social. El héroe cuenta con el apoyo y aplauso de los suyos, por cuya defensa o gloria se sacrifica. Los mártires podrían ser englobados en esta categoría, de ahí su alegría y sus cantos ante la muerte. Cristo, por el contrario, está como Abraham, solo: Una vez más, el individuo frente a la inmensidad indescifrable y únicamente aprehensible por el amor. El es el varón de dolores de Isaías, “despreciado y desechado de los hombres y experimentado en la aflicción”. El miedo en el héroe (como en el terrorista suicida) es anulado por la ilusión que crea el prestigio de lo social. El miedo y la angustia de Cristo, como los de Abraham, se dan en el espacio, totalmente distinto, de la fe. Sin duda es por eso que Simone Weil, con su genial e infalible intuición, señala los milagros, las curaciones, el caminar sobre las aguas, como los lados terrenales y mundanos de la vida de Cristo, en tanto que reconoce en el sentimiento de absoluto abandono, angustia y desolación final, los momentos más hondamente divinos de su pasión.

Rafael Jiménez dijo...

Alberto: desde el cansancio de una dura y larga jornada de trabajo me parece descortés no contestar, aunque sea torpemente, a tus argumentos. Y para empezar no comprendo tu mención “de hacer un juicio a Dios”, porque, será por cansancio o por lo que sea, no tengo claro exactamente a que dios te refieres, puesto que en mi escrito hay referencias a varios. De verdad que no es mi intención juzgar a los dioses, entre otras razones porque mi vida es corta y los dioses son muy numerosos y todos dicen ser el verdadero, de modo que no puedo malgastar mi vida en tan hercúlea como inútil labor. Ese decir de todos lo dioses de “soy el verdadero” se sitúa en el campo de la “fe”, ese cómodo campo en el que refugiarse cuando la razón no nos asiste. Volveré sobre el asunto para contestarte con más precisión, porque el asunto de Abraham tiene mandanga: hablar de abandono personal y vida, cuando lo que se exige es la muerte a un inocente (la negación de la vida) me parece el colmo de la sofística. También lo de los mártires cristianos merece tratamiento detenido: al parecer, según la historiografía más reciente (afortunadamente cada vez más desprendida de la mito-martiriología oficial cristiana) no fueron tanto, ni tan mártires, los que hubo en los siglos iniciales del cristianismo. Y siempre la historia oficial de la Iglesia Católica los ha magnificado, mientras que la realidad histórica parece que indica que hubo más “mártires” paganos que cristianos; con la diferencia que los paganos lo eran (mártires, digo) muy a su pesar (recuerda, por ejemplo, a Hipatia). Y no como San Eulogio y sus locos seguidores, auténticos psicópatas que pedían el martirio y gritos; sin duda mucha peores que los yihadistas, quienes al menos tienen el valor de ponerse la bomba a sí mismos, no pidiendo que otros les corten la cabeza para ser mártires y subir al cielo. Y si citas a Kierkergaard y la ética, he de hacer notar que no es ético insultar y provocar para buscar el martirio: ese “martirio” no sirve de nada, solo para poner de manifiesto la perversidad de quien lo busca. Considero tu cita de Bauman como traída por los pelos, y sin duda no puede remitirme sino a alguna de las afirmaciones de Marx con las que estoy de acuerdo: la religión como opio del pueblo; porque, en el fondo, lo que verdaderamente está señalando Z. Bauman es que se ha producido una sustitución de religiones: la antigua por la nueva: la religión de la tecnología, pues es verdad que no podemos considera sino auténticos creyentes a quienes creen que las Nuevas Tecnologías nos salvarán. Igual que otra secta con mucha fuerza en nuestros días: la de la politica. Lamento también que mezcles aquí a esa alma pura que fue S. Weil “pro domo tua”. Y desde luego no estoy de acuerdo en tu conclusión acerca de los momentos finales de Cristo: su grandeza radica en que en esos momentos finales de duda, de pánico, de temor ante el dolor y la soledad de la muerte, son humanos, demasiado humanos.

En fin…no quería extenderme pero ya ves como me apasiono. Y no voy a renunciar a ponerte aquí algunos fragmentos de la obra responsable de toda esta polémica, que pensaba ir dosificando para debatir por partes y con cautela, pero que por tu apremio me veo obligado a adelantar:

_[En la religión]”… la posibilidad de engaño es mucho mayor: lo invisible puede ser objeto de manipulación” [aquí, amigo Alberto, puedes sustituir fácilmente “invisible” por “fe”]. (página 54)

-“La dominación opresiva es más fácil de soportar si el opresor a su vez es dominado por un dios” (página 58) [En este caso puedes sustituir opresor por Abraham y dios por Jehová, el de los Ejércitos…]

-“Los modernos regresan a la teoría de que el temor era el sentimiento religioso básico…•

En fin, no me extiendo más, aunque tengo materia más que de sobra en este sentido que iré incorporando.

Alberto dijo...

Querido amigo: Cuánto siento haberte irritado de ese modo. Realmente mi torpeza no tiene arreglo. Sólo pretendía hacer una aportación al debate que habías propuesto y lo que consigo es causarte malestar. No sabes cuánto lo siento. Tengo la impresión de que no puedo decir nada sin irritarte y temo estropearlo todavía más, pero te ruego que creas que todo ha sido pura torpeza y que no tenía la más remota intención de molestarte.

Rafael Jiménez dijo...

Estimado amigo Alberto:

Creo que soy yo el que debe pedirte disculpas por mi zafiedad o rudeza al intentar exponer mis argumentos. Para nada me irritas, antes bien, con tus sutiles razonamientos, estimulas mi inteligencia, luego tan torpemente expresada de mi mano en torrencial vehemencia.

Cuídate. Deseo que te recuperes completa y prontamente.

Alberto dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Alberto dijo...

Estimado amigo:
Ahora que se cumplen tus buenos deseos y voy recuperándome de mi monumental catarro, retomo un momento el hilo de nuestra conversación, allí donde se había roto, para agradecerte la generosidad de tu última respuesta.
Disculpa si había malinterpretado el tono de tus palabras. En el pasado he tenido varias veces la desgracia de poder aplicarme ese deprimente proverbio: “más amistades se han perdido por causa de la idea de Dios que por ninguna otra”, y soy ya un poco como gato escaldado. Sin duda, mi experiencia religiosa, escasa y, desde luego, mal aprovechada, no me permitiría vivir en la época de las catacumbas, pero en nuestro mundo, tal como es, consigo mantenerla mal que bien, escondida casi siempre en el armario.
Sabes que aprecio mucho el libro de Burkert y que incluso te he recomendado otra de sus obras “Homo Necans”, centrada en la religión griega. Pero me parecía que una visión de la religión como fenómeno antropológico, cultural y social (la única que él trata) podría completarse con el estudio de los aspectos espirituales que se le han añadido después, a lo largo de siglos de depuración.
En este sentido cité la obra de Kierkegaard, “Temor y Temblor”, enteramente dedicada al personaje de Abraham y el sacrificio de Isaac. El concepto de “fe”, inexistente e innecesario desde la óptica de Burkert, es aquí protagonista. Aparte de por su alto valor literario, me atrevería a recomendarte la lectura del libro de Kierkegaard a fin de añadir otros puntos de vista a este tema en el que te has interesado. Por ejemplo, resulta fascinante su comparación entre el héroe trágico y el caballero de la fe, representado por Abraham. De este dice: “Durante todo el tiempo del viaje tuvo fe; creyó que Dios no le exigiría a Isaac, aunque estaba dispuesto a ofrecérselo en sacrificio si ese era el designio divino (…). Abraham trepó monte arriba impulsado por la fe. Y en el momento mismo en que la hoja del cuchillo centelleaba en su mano, Abraham creyó, creyó que Dios no le exigiría a Isaac. Sin duda que quedó sorprendido con el desenlace, pero en un santiamén había ya recobrado su estado primitivo mediante un doble movimiento y, por ese mismo motivo, recibió a Isaac con mayor alegría que la primera vez”.
Y sin abusar más de tu paciencia, me despido con un afectuoso saludo.