29.8.13

Polonia 2013


Torre junto a la barbacana (Cracovia)

A pesar de las adversidades he tenido la suerte de poder viajar unos días a Polonia, un país que casi podríamos considerar hermano. La suerte ha sido doble porque lo he hecho guiado por el amigo Alberto, quien se ha encargado de todos los preparativos, me ha animado y ha oficiado de inmejorable guía. Un privilegio.

Salimos de Córdoba un lunes por la mañana y volvimos el domingo siguiente por la noche. En total cuatro noches en Cracovia y dos en Varsovia, ciudad ésta en la que fuimos agasajados por la atenta compañía de Anna y Marek, amigos de Alberto.

Lo que he visto del país me ha fascinado. No solo su nivel de desarrollo económico que está cercano al español, sino por su belleza, la limpieza de calles y edificios y la laboriosidad y simpatía de sus habitantes.

Cracovia goza de un extenso y bien cuidado casco histórico rodeado de un cinturón verde que ocupa sus derribadas murallas, una idea que hubiera sido de agradecer en Córdoba, por ejemplo. Un paraíso del peatón y del ciudadano al que suma el frecuente uso de la bicicleta y otros medios de transporte ecológicos (tranvía, coches turísticos eléctricos…). En esta ciudad nos alojamos en el hotel Francuski, un estupendo hotel de resonancias proustianas situado en la calle San Juan, que lleva directamente a la plaza  del Mercado medieval (la más grande de Europa según dicen). En el otro extremo del casco histórico (el sur) se levanta el castillo de Wawel, que recorrimos guiados por una magnífica profesional que nos dedicó con entusiasmo casi 3 horas. Wawel es un mundo. Allí se puede disfrutar de excavaciones arqueológicas, construcciones defensivas, salas palaciegas, una catedral y, todavía, la Dama del armiño, obra de Leonardo que tuvimos la suerte de disfrutar en una sala con un número contado de personas. Almorzamos en uno de los restaurantes del mismo castillo, donde pedimos por primera vez platos tipicamente polacos: bigos y pierocki.

Por la noche acudimos a un café fundado por un artista y recomendado por una guía llamado El Antro de Michalik.  Pedimos nuestra consumisión mientras tomábamos algunas fotos y constatábamos que de antro solo le quedaba el nombre, porque entre su escueta clientela predominaban las familias. Más tarde tendríamos ocasión de comprobar que los verdaderos antros se encontraban mucho más cerca. Y que en la noche, aquellas calles discretas y elegantes dominadas siempre por una o varias iglesias, se convertían en animados lugares de sensual  esparcimiento.

Una de las mañanas de nuestra estancia en Cracovia la dedicamos al barrio judío (Barrio de  Casimiro o Kazimierz) en el que visitamos tres de sus sinagogas: la Sinagoga Alta (en un primer piso), la Vieja y la Sinagoga Remu que cuenta con un cementerio anejo y en la que tuvimos que cubrirnos con  kipá. También comimos en un cercano restaurante judío recomendado por Anna.

La estancia en Cracovia solo estuvo levemente empañada por dos frustraciones: el viaje en barco hasta el monasterio de Tyniec y la iglesia de Santa Ana, que tanto se nos resistió, debido a sus continuas misas.

Despachar Cracovia en cuatro pequeños párrafos no solo es inexacto sino injusto, de modo que habría que hablar de muchas otras cosas como sus iglesias, el monumento a la batalla contra la Orden de los Caballeros Teutones, la leyenda del cuchillo del mercado, o el dragón-dinosaurio de Wawel…pero eso son “otras historias” que merecen espacio propio.


El río Vistula a su paso por Varsovia

Frente al “recogimiento” de  Cracovia la sorpresa nos asaltó al ver Varsovia. Es cierto que la ciudad está totalmente reconstruida tras la II Guerra Mundial, cuando fue arrasada por las tropas nazis, pero su reconstrucción le ha valido justamente el reconocimiento de la UNESCO. Su casco histórico es muy reducido en comparación con Cracovia, pero sus abundantes parques y amplias calles se extienden a lo largo de kilómetros. Allí visitamos palacios, jardines y murallas medievales, además de asistir a la proyección de un documental sobre el alzamiento en 1944. Por la tarde acudimos al museo Chopin y bien entrada la noche asistimos a un concierto dentro  del Festival  Chopin que se celebra cada cinco años. Un broche final inmejorable.

Por la mañana Anna y Marek tuvieron la deferencia de llevarnos al aeropuerto; de allí aterrizamos en Barcelona con breve escala para comer en La Perla y después el AVE hasta Córdoba.

En fin, un viaje que me gustaría repetir porque Polonia me ha parecido un lugar magnífico: belleza, amabilidad y eficiencia nórdicas a precio mediterráneo del sur (I’m sorry…!).





5 comentarios:

Gerardo dijo...

Muy interesante crónica de Polonia. Me alegro de que disfrutaras, te ha faltado hablar de la cerveza polaca.

Rafael Jiménez dijo...

Gerardo: la cerveza polaca está buena, precisamente me traje un "sansón" (chapa) de Tyskie, una de sus marcas nacionales. Naturalmente solían servir vasos de medio litro. Pero he vuelto con la espina de no poder probar el vino polaco, que no aparecía en las cartas de sus restaurantes.

José Manuel Fuerte dijo...

No conozco Polonia, pero está en la agenda futura cuando la economía y las circunstancias nos lo permitan. Siempre me han hablado bien de aquel país las personas cercanas a mí que lo han visitado, y destacan lo que tú: la limpieza y el carácter muy cercano al nuestro.

Quizás en vez de Polonia, deberíamos de empezar a llamarles Poloña, o a España ponerle Espania.

Gracias por acercarnos algo más este país geográfica, aunque relativamente, lejano, pero quizás más mediterráneo que báltico.

Y enhorabuena por tu viaje, seguro que vienes con aún más conocimientos del ser humano y su entorno. ¡Qué bonito es viajar!

(¡y qué caro, contra!)

Un abrazo

José Manuel Fuerte dijo...

Perdón por entrar otra vez, pero no había visto el link con las fotos, y la verdad es que son espectaculares, tanto los lugares como las fotos en sí (de esto último no me extraño)

¡Qué jardines, casas y palacios! ¡Qué envidia!

¡Cómo habrás disfrutado!

Rafael Jiménez dijo...

Estimado José Manuel, estoy totalmente de acuerdo contigo en cuanto a lo que se aprende en los viajes. Creo que es la mejor forma de aprender.

Con lo del nombre del país has acertado plenamente: es el sitio donde escriben y pronuncian el nombre del nuestro lo más parecido al español: Spania.

Me ha llamado mucho la atención la historia de este país, invadido y despedazado por rusos, suecos, prusianos, austriacos y nazis, pero siempre renaciendo de sus cenizas. Admirable.

Gracis por tus palabras sobre la colección de fotos, que irá creciendo poco a poco en los próximos días.

Un abrazo.